– Maldita sea -repitió Chee-. ¿Cómo demonios…?
– ¿Cuánto tiempo estuviste trabajando con él? -preguntó Cowboy-. ¿Tres años, cuatro?
– Me pareció más -dijo Chee.
– Entonces, ya sabes que es muy listo -dijo Cowboy-. Que es bueno investigando.
– Sí -dijo Chee, enfurruñado-. A él, todo le encaja siempre. Todo efecto tiene su causa. Ya te conté lo del mapa, ¿verdad? Lleno de chinchetas de colores que señalaban cosas adversas. A base de clavar chinchetas en el mapa, señalando viajes, confluencias y demás, encontraba una trama lógica. -Chee hizo una pausa porque de repente se le ocurrió una idea-. O la falta de una trama lógica -añadió.
Cowboy lo miró.
– ¿Como qué, por ejemplo?
– Como por ejemplo lo que se me acaba de ocurrir, que hay un detalle que no encaja en todo esto. ¿Recuerdas que me contaste que la camioneta que abandonaron tenía una cabina muy grande, y que encontrasteis huellas de dos personas alrededor? Pero, según testigos, los autores del atraco fueron tres.
– Sí -dijo Cowboy-, y todo eso ¿adonde nos lleva?
– ¿Cómo llegó el tal Jorie a su casa, allá en Utah, desde aquí?
Cowboy se quedó pensando en silencio. Suspiró.
– No lo sé. A lo mejor lo dejaron en su casa antes de pasar por aquí. O quizá se bajó de la camioneta aquí mismo pero tuvo mucho cuidado al pisar.
– ¿Crees que eso es posible?
– La verdad es que no. Soy bastante bueno buscando huellas.
La puerta del furgón de comunicaciones se abrió y el técnico se asomó.
– Ha llamado Cabot -dijo a gritos-, dice que pueden marcharse, pero que vuelvan por la mañana, al amanecer.
Dashee se despidió con un gesto de la mano. El técnico volvió a su lectura y Chee dijo:
– ¿No te recuerda un poco a la gran persecución de 1998?
Dashee dio marcha atrás hasta el sendero y giró en dirección a la serpenteante carretera que los devolvería al asfalto.
– Espera un minuto -dijo Chee-. Sentémonos aquí un momento, así podremos estudiar el terreno y pensar en todo esto.
– ¿Pensar? -dijo Dashee-. Ya no eres lugarteniente en funciones. Tanto pensar te traerá problemas.
Pero Dashee detuvo el coche a un lado y apagó el motor.
Se quedaron sentados. Al cabo de un rato, Dashee dijo:
– ¿En qué estás pensando? Yo, en lo pronto que tendremos que madrugar mañana para estar aquí al amanecer. ¿Y tú?
– Pues que esto empezó como si fuera un golpe muy bien planeado, coordinado con precisión -Chee miró a Dashee y entrelazó los dedos-. Con perfecta precisión -añadió-. ¿Estás de acuerdo?
Dashee asintió.
– El del tejado corta los cables en el momento preciso. Utilizan una camioneta robada con la matrícula cambiada, disparan a los dos competentes guardias de seguridad. Provocan tal confusión que logran alejarse del lugar de los hechos antes de que monten los controles de carretera. Un plan perfecto, ¿no te parece?
– Y ahora, esto. -Chee señaló el paisaje que se extendía ante ellos: las dunas estabilizadas debido a la vegetación, compuesta por té de roca, enebro enano y cardos y, luego, hacia el oeste, la altiplanicie de Casa Del Eco Mesa, que descendía abruptamente sobre un páramo de cañones erosionados.
– ¿Y? -inquirió Dashee.
– ¿Para qué vinieron aquí?
– Dímelo tú -contestó Dashee-, y luego volvemos al río Montezuma, compramos una hogaza de pan y algo de carne en la tienda y nos vamos a comer.
– Bueno, lo primero que se me ocurre es que les entró pánico. Imaginaron que encontrarían controles en la carretera si seguían por el asfalto, dieron media vuelta aquí, se metieron en esta vía muerta y, simplemente, se largaron.
– De acuerdo -dijo Dashee-. Vamos a comer algo.
– Pero no puede ser así porque los tres vivían en las cercanías, y el tal Ironhand es ute, de modo que debe de conocer hasta el último sendero de los alrededores. No tenían ningún motivo para venir aquí.
– De acuerdo -dijo Dashee-; o sea que vinieron aquí a robar la avioneta al viejo Timms y salir de la jurisdicción por el aire. Al FBI le gustaba esa teoría, a mí también. A todo el mundo le gustaba, hasta que llegaste tú y lo jodiste todo.
– Bueno, llámalo razón número dos y márcala como error. La razón número tres, que ahora mismo es la más acertada, es que éste era el lugar que habían escogido para desaparecer bajando por los cañones.
Dashee puso el motor en marcha.
– Extraño lugar para eso, pero pensemos en ello un poco más mientras comemos.
– Apuesto a que este canal conduce al río Gothic, y que luego se puede seguir el cauce hasta el cañón del río San Juan y, después, si se cruza el río, se puede llegar a cualquier parte subiendo por Butler Wash. O bajar unos cuantos kilómetros y girar hacia el sur para subir otra vez por el cañón del Chinle. Hay muchos sitios para esconderse, pero éste es raro, queda muy a desmano para emprender una caminata.
Dashee puso la segunda al bajar por una cuesta abrupta donde el camino se cruzaba con lo que en el mapa figuraba como «carretera sin asfaltar».
– Si tenían pensado esconderse en los cañones, te apuesto lo que quieras a que sabían lo que se traían entre manos -dijo Dashee.
– Eso supongo. Pero queda la cuestión de qué haría Jorie para bajarse de la camioneta aquí y llegar directo a su casa. Es una buena caminata.
– Déjalo -dijo Dashee-. Cuando haya comido algo y dejen de rugirme las tripas te lo explicaré todo.
– Quiero saber cómo se las arregló el lugarteniente Leaphorn para descubrir la identidad de los atracadores -dijo Chee-. Lo averiguaré.
Capítulo 13
Chee echó un par de vistazos a todas las mesas del comedor de la taberna anasazi. Al principio, al recorrer con la vista la mesa del rincón y ver a un viejo y fornido hombretón que estaba sentado con una mujer rechoncha de mediana edad, no reconoció a Joe Leaphorn. Después, lo reconoció con gran sorpresa. No era la primera vez que veía al Lugarteniente Legendario con ropa de paisano, pero la imagen que conservaba de él era de uniforme, rigurosamente formal, sumido en sus pensamientos. El hombre de la taberna estaba riéndose de algo que había dicho la mujer.
No se esperaba verlo con una mujer… aunque tendría que haberlo supuesto. Cuando lo llamó a su casa, el contestador automático dijo: «Estaré en el comedor de la taberna anasazi a las ocho», sin preámbulos, sin despedidas, sólo las palabras estrictamente necesarias. El tan eficiente Lugarteniente Legendario espera una llamada, e, incapaz de esperar a recibirla, cambia el mensaje de su contestador automático y así resuelve el problema… Trata los asuntos amorosos, si era ése el caso, como si estuviera en una entrevista con el fiscal del distrito. Luego reconoció a la mujer que cenaba con él, era una profesora de la universidad del norte de Arizona y, al parecer, Leaphorn tenía algo en común con ella. No se imaginaba a Leaphorn en una situación romántica, ni riéndose. Era muy raro.
Lo que no tenía nada de extraño era el efecto que le producía ese hombre. Chee lo había estado pensando en el trayecto a Farmington, y creyó que, a esas alturas, ya lo habría superado. Era el mismo sentimiento que tenía de niño, cuando Hosteen Nakai empezó a enseñarle la relación de los navajos con el mundo, y en la universidad de Nuevo México, cuando se encontraba en presencia del famoso Alaska Jack Campbell, que era su profesor de cultura athabascana primitiva en Antropología 209.
Lo había comentado con Cowboy, y Cowboy le había dicho: «O sea, como un principiante que se presenta a un entrenamiento de baloncesto con Michael Jordan, o como un estudiante del seminario que se presenta en comisión ante el Papa». Efectivamente, era algo así. Y no, no lo había superado.
Leaphorn lo vio, se levantó, le hizo una seña y dijo:
– Te acordarás de Louisa, seguro -le dijo, y luego le preguntó si quería tomar algo. Chee, que ya llevaba unos seis cafés desde el desayuno, dijo que tomaría té con hielo.