El viento fustigaba el vagón de mercancías, entraba en forma de agradable y uniforme chorro por la entreabierta puerta, protegida por una plancha de madera por lo que pudiera ser, para que los niños no se cayeran, aunque al borde mismo del paso se habían sentado Yediguéi y Abutalip sobre unos cajones vacíos. Sostenían una variada conversación y además respondían a las preguntas de los niños. Burani Yediguéi estaba muy contento de que viajaran juntos, de que el tiempo fuera bueno, de que los niños estuvieran alegres, pero por lo que estaba más contento no era por los niños sino por Abutalip y por Zaripa. Sus caras se habían iluminado. Por corto tiempo, se habían liberado, habían roto las cadenas, si no de otra cosa por lo menos de su continua preocupación, de su abatimiento interno. Y a efecto de esta impresión, Yediguéi pensaba: «Quizá se le permita a Abutalip vivir en Sary-Ozeki a su manera y hasta donde sea capaz. ¡Dios lo quiera!».
Era agradable ver cómo Abutalip y Zaripa hablaban íntimamente de los diferentes asuntos cotidianos. Y eran felices. Así había de ser, la gente necesita tan poco... Yediguéi deseaba que los Kuttybáyev olvidaran todos los disgustos para que pudieran fortalecerse y adaptarse a la vida en Boranly, ya que no tenían otra elección. Era también muy halagador para Yediguéi que Abutalip estuviera sentado a su lado, hombro contra hombro, y supiera que podía confiar en él, que se comprendían muy bien uno a otro sin palabras superfluas, sin tocar, en el trajín de cada día, aquellos temas dolorosos sobre los que no convenía hablar de pasada. Yediguéi valoraba en Abutalip su inteligencia, su reserva y sobre todo su afecto por la familia, para la que vivía sin rendirse, sacando de ella sus fuerzas. Al escuchar sus manifestaciones, Yediguéi llegaba a la conclusión de que lo mejor que puede hacer un hombre para los demás es educar en familia a unos hijos dignos. Y no con la ayuda de otros, sino personalmente, día tras día, paso a paso, aplicando toda su persona a esta empresa, estando con los niños tanto como pueda, el rato más largo posible.
En cambio, eran muchas las escuelas donde había estudiado Sabitzhán desde la primera infancia: internados, institutos, diversos cursillos de formación. El pobre Kazangap daba cuanto ganaba para que su hijo pudiera estar en la ciudad, para que su Sabitzhán no viviera ni estuviera peor que los demás. ¿Y con qué resultado? Saber cosas sí sabía, pero un inútil es un inútil.
Y entonces, de camino a Kumbel en busca de sandías y melones, Yediguéi pensó que, si no había mejor salida, convendría instalar a Abutalip en Boranly-Buránny como es debido. Montar su propia economía, hacerse con un ganado y educar a los hijos en Sary-Ozeki como y hasta donde pudiera. Cierto que no se dispuso a darle ninguna lección, pero comprendió por la conversación que también Abutalip se inclinaba a ello, que tenía esas intenciones. Le interesaba saber cómo podía proveerse de patatas, dónde comprar botas de fieltro para su esposa y sus hijos en invierno. Preguntó también si en Kumbel había biblioteca y si prestaban libros al apartadero.
Por la tarde de aquel mismo día regresaron a casa en un tren de paso con los melones y las sandías que había destinado el DAO (Departamento de Aprovisionamiento Obrero) a los de Boranly. Los niños, como es natural, estaban muy cansados al caer la tarde, pero también muy contentos. Habían visto el mundo en Kumbel, habían comprado juguetes, habían comido helado y muchas otras cosas. Sí, ocurrió también un pequeño suceso en la barbería de la estación. Habían decidido cortar el cabello a los niños. Y cuando llegó el turno a Ermek, el crío empezó a chillar y a llorar de tal manera que no había forma de convencerle. Todos se esforzaron, pero él tenía miedo, escapaba, chillaba, llamaba a su padre. Abutalip había ido a la tienda de al lado. Zaripa no sabía qué hacer, enrojecía y palidecía de vergüenza. Y no cesaba de justificarse, diciendo que no le habían cortado el cabello al niño desde que naciera, que les daba pena cortárselo por ser tan hermoso y rizado. Y en efecto, Ermek tenía un cabello magnífico, espeso y rizado, había salido a su madre y en general se parecía a Zaripa: cuando le lavaran la cabeza y le peinaran los rizos sería un regalo para los ojos.
Llegados a esta situación, Ukubala consintió en recortar el cabello de Saule, como diciendo: «Mira, es una niña y no tiene miedo». Esto pareció causar algún efecto, pero apenas el peluquero tomó la maquinilla, se repitieron otra vez gritos y llantos. Ermek escapó de sus manos en el preciso momento en que aparecía Abutalip en la puerta. Ermek se precipitó hacia su padre. Éste lo levantó y lo estrechó fuertemente contra su pecho, y comprendió que no valía la pena atormentar al niño.
–Perdone usted –dijo al peluquero–. Ya lo haremos otro día. Haremos acopio de valor y entonces... De momento puede esperar, aún puede pasar. No hay prisa... Otro día...
En el curso de la sesión extraordinaria de las comisiones plenipotenciarias a bordo del portaviones Conventsia, y por acuerdo de las partes, se envió a la estación orbital Paritetotro comunicado cifrado con destino a los paritet-cosmonautas 1-2 y 2-1 que se encontraban en el planeta de la civilización extraterrestre: se les ordenaba categóricamente que no emprendieran acción alguna y que se quedaran donde estaban hasta que recibieran una indicación especial del Centrun.
La reunión tuvo lugar, como antes, a puerta cerrada. El portaviones Conventsiase encontraba, como siempre, en el mismo lugar del océano Pacífico, al sur de las Aleutianas en un punto rigurosamente equidistante por aire de San Francisco y de Vladivostok.
Como antes, nadie en el mundo sabía que había ocurrido un grandioso acontecimiento intergaláctico: en el sistema del astro Poseedor se había descubierto un planeta con una civilización extraterrestre cuyos seres racionales proponían establecer un contacto con los terrícolas.
En la sesión extraordinaria, ambas partes debatieron todos los pros y los contras de tan inusual e inesperado problema. En la mesa, ante cada miembro de las comisiones, había, entre otros materiales auxiliares, un dossier con el texto completo del mensaje enviado por los paritet-cosmonautas 1-2 y 2-1. Se estudiaba cada pensamiento, cada palabra de los documentos. Cualquier detalle que se aportara como prueba de la existencia de vida racional en el planeta Pecho Forestal se consideraba ante todo desde el punto de vista de las posibles consecuencias, de la compatibilidad o incompatibilidad con la experiencia terrena de civilización y con los intereses de los países dirigentes del planeta... Ninguno de ellos había tenido ocasión de tropezar jamás con este género de problemás y la cuestión requería una rápida solución...
En el océano Pacífico había, como antes, una tempestad de mediana fuerza...
Al ver que los miembros de la familia Kuttybáyev soportaban la época más terrible del tórrido calor estival de Sary-Ozeki y no hacían desesperados las maletas, no se movían de Boranly-Buránny para irse a otra parte, a donde fuera con tal de que estuviera muy lejos, los de Boranly comprendieron que aquella familia se quedaría allí, aguantaría. Abutalip Kuttybáyev se había animado mucho, o más exactamente, se había incorporado a la sirga de Boranly. Sí, naturalmente, se había acostumbrado, había asimilado las condiciones de vida en el apartadero. Como todos y cada uno de ellos, tenía derecho a decir que Boranly era el lugar más perdido del mundo, puesto que hasta el agua había que traerla en una cisterna, por ferrocarril, tanto para beber como para las demás necesidades, y el que quisiera beberla fresca, auténtica, tenía que ensillar el camello y dirigirse con unos odres a un pozo situado en el fin del mundo, cosa que fuera de Yediguéi y Kazangap nadie se atrevía a hacer.