– Era una buena persona -dijo Adcock, que en público solía ser el eco de su superior.
– Yo también le echo de menos -dijo Collins para no desentonar-. Al fin y al cabo, él es la causa de que yo esté hoy aquí haciendo lo que estoy haciendo.
– Sí -dijo Tynan. Siento que no haya podido vivir lo suficiente como para poder ver los frutos de sus esfuerzos en favor de la Enmienda XXXV. Todo el mundo le atribuye al presidente la idea de la Enmienda XXXV. Pero, en realidad, el responsable de su lanzamiento fue Noah. Creía en ella como si se tratara de una religión que pudiera salvarnos a todos. Tenemos que procurar, en honor suyo, que sea aprobada en California.
– Lo intentaremos -dijo Collins.
– Tenemos que hacer algo más que intentarlo, Chris. Lo tenemos que conseguir como sea. -Tynan escrutó el rostro de Collins.- Sé que el viejo Noah hubiera contado con usted, Chris, para que le diera un empujón a la enmienda en su última prueba, tal como hubiera hecho él mismo de haber estado aquí. Le digo a usted, Chris, que el coronel Noah Baxter consideraba la aprobación de la enmienda como la más urgente de las prioridades.
Sentado allí, en la parte trasera del automóvil, comprimido contra el costado de acero por la enorme mole de Tynan, Collins captó la palabra urgente. Inmediatamente su memoria regresó a la escena nocturna del hospital, cuando el sacerdote le había confirmado que el coronel Baxter había deseado verle a propósito de algo urgente. ¿Habría sido algo relacionado con la Enmienda XXXV? Más tarde Collins le había dicho a su mujer que no le gustaban los misterios, que tenía el propósito de resolver aquel asunto. En aquellos momentos no había tenido la menor idea de por dónde habría de empezar. Ahora, en cambio, parecía que ya lo sabía. Tal vez Tynan, que había estado tan cerca del coronel Baxter, pudiera ofrecerle una pista o algo que le fuera de utilidad.
– Vernon -dijo Collins-, hablando de las prioridades del coronel, es posible que ocurriera algo importante a este respecto la otra noche cuando estábamos en la Casa Blanca. Todo fue muy extraño. ¿Recuerda que tuve que marcharme a toda prisa? Bueno, pues ello se debió a que recibí un mensaje de Bethesda comunicándome que el coronel Baxter se estaba muriendo y deseaba verme por un asunto urgente, para decirme algo de importancia vital. Me dirigí a toda prisa al hospital y subí a sus habitaciones. Pero ya era demasiado tarde. Había muerto hacía escasos minutos.
– ¿Ah, sí? -dijo Tynan-. Eso es muy raro. ¿Averiguó usted qué era eso tan importante que tenía que decirle?
– Ésa es la cuestión. Que no pude. Pronunció unas últimas palabras poco antes de morir, pero no me las dijo a mí sino a un sacerdote. Se confesó con un sacerdote, con el que hoy estaba en Arlington, el padre Dubinski. Cuando el sacerdote me lo dijo, pensé que tal vez el coronel Baxter había revelado en sus últimos momentos algo de lo que deseaba decirme. Pero el padre Dubinski no me lo quiso decir. Se limitó a decir que le había oído en confesión y que las confesiones revestían carácter confidencial.
– Y así es -convino Adcock.
– Lo que yo me estaba preguntando -prosiguió Collins- es si usted tendría alguna idea de la clase de información que el coronel Baxter pudiera desear facilitarme, algún asunto del Departamento que tal vez hubiera comentado con usted, algún programa o misión, algunos antecedentes de los que yo tuviera que tener conocimiento… Estoy francamente desconcertado.
Tynan fijó la mirada en la espalda de su chófer.
– Me temo que yo también estoy desconcertado. No puedo imaginarme qué es lo que Noah tendría en la cabeza. No se me ocurre nada de importancia que hubiéramos comentado antes de que sufriera el ataque hace ahora cinco meses. Sólo puedo repetir lo que más le preocupaba. De entre los mil asuntos en que se hallaba ocupado, había uno que destacaba por encima de todos los demás. Era la ratificación y la conversión en ley de la Enmienda XXXV. Tal vez lo que deseaba decirle estuviera relacionado con esa cuestión.
– Tal vez. Pero, ¿qué exactamente de la Enmienda XXXV? Tenía que tratarse de algo muy especial para que me mandara llamar a su lecho de muerte.
– De todos modos, él no sabía que se encontraba en su lecho de muerte. Por consiguiente es posible que no fuera nada de importancia.
– Dijo que era urgente -insistió Collins-. Mire, estaba pensando acudir de nuevo a ese sacerdote y probar otra vez.
Adcock se inclinó hacia Collins desde el otro lado de Tynan. En su rostro, estropeado por el acné, se había dibujado una expresión solemne.
– Si conociera usted a los sacerdotes tal como yo los conozco, comprendería que pierde el tiempo. Sólo Dios les puede arrancar algo.
– Harry tiene razón -dijo Tynan conviniendo con su ayudante. Se inclinó y miró a través de la ventanilla-. Bueno, ya hemos llegado al Departamento de Justicia. Ya estamos en casa otra vez.
– Sí -dijo Collins mirando también-. Ya es hora de que regresemos a nuestro trabajo. Gracias por acompañarme.
Abrió la portezuela del automóvil y descendió en la acera de la avenida Pennsylvania frente al Departamento de Justicia.
– Chris -dijo Tynan a su espalda-, será mejor que empiece usted a hacer el equipaje El presidente sigue con la idea de enviarle a California la semana que viene. Está a punto de decidirlo.
– Si lo decide así, estaré dispuesto.
Tynan y Adcock observaron a Collins penetrar en el edificio mientras su automóvil se ponía nuevamente en marcha con el fin de dirigirse a la parte de atrás del edificio J. Edgar Hoover, por donde se accedía al estacionamiento privado del director, situado en la segunda de las tres plantas del sótano.
Mientras el automóvil rodeaba el edificio y enfilaba la calle E, las miradas de Tynan y de Adcock se cruzaron.
– Ha oído usted todo eso, ¿verdad, Harry?
– Desde luego, jefe.
– ¿Qué cree usted que deseaba decirle el viejo Noah con tanta urgencia antes de morir?
– No puedo imaginarlo, jefe -repuso Adcock-. O tal vez pueda pero no quisiera.
– Es posible que yo pueda también. ¿Piensa usted que tal vez Noah Baxter se acordó de la religión en los últimos momentos y quiso descargar su conciencia?
– Pudiera ser. Quién sabe. No hay forma de saberlo. No se sabrá jamás. De todos modos, menos mal que no le dio tiempo a hablar.
– Sí habló, Harry. Ya lo ha oído. Le dijo algo al sacerdote.
– Qué demonios, jefe, eso fue una confesión. Un moribundo que se confiesa no habla… no habla de asuntos profesionales.
– ¿Cómo podemos saberlo? -dijo Tynan haciendo una mueca-. Llámelo usted como quiera, confesión o lo que le parezca, pero lo cierto es que Noah antes de morir habló con alguien acerca de algo que le preocupaba. Habló, ¿me ha entendido usted? Deseaba hablar con alguien acerca de algo urgente, y lo consiguió después de todo. Y eso no me gusta. Quiero saber acerca de qué habló Noah y cuánto habló. Quiero saberlo.
El automóvil había empezado a descender por la rampa que conducía al sótano del edificio J. Edgar Hoover.
Adcock se sacó un pañuelo, tosió y después expectoró contra el mismo.
– Va a ser muy duro de pelar, jefe -dijo finalmente.
– Todos son duros, Harry. Pero, al cabo de un rato, ya no lo son tanto. Seamos sinceros, Harry. Los duros de pelar son nuestro pan de cada día. Nuestro jefe, el mismo J. Edgar, solía decirlo. Los duros de pelar son nuestro pan de cada día. Vivimos de ellos. Nos mantienen. La misión de la Oficina consiste en hacer que la gente hable. Sobre todo cuando la gente está al corriente de información susceptible de poner en peligro la seguridad del gobierno. No hay razón para que el padre… como se llame…
– El padre Dubinski Pertenece a la iglesia de la Santísima Trinidad de Georgetown. Es la que frecuentan todos los católicos del gobierno.
– Bueno, pues ahí es donde quiero que vaya usted, Harry. La Oficina obliga a hablar a la gente y no veo por qué ese Dubinski iba a constituir una excepción. Creo que ya es hora de que vaya usted a la iglesia. Hágale a ese buen padre una visita amistosa. Averigüe lo que le dijo el viejo Noah en sus últimas palabras. Averigüe todo lo que sepa ese Dubinski. Si sabe lo que no debiera saber, ya encontraremos el medio de hacerle callar. Harry, me gustaría que se encargara usted de ello inmediatamente.