– Eso es, en efecto -repuso Keefe-. Espero que no se oponga a una discusión libre y abierta acerca de éste y de otros asuntos de interés para usted…

– Pues claro que no. Sean ustedes tan claros y abiertos como deseen.

Keefe se mostró súbitamente menos afable, incluso un poco nervioso.

– Se lo decía porque, si ciertamente está dispuesto a que hablemos con toda franqueza… pues, señor Collins, tal vez no resulte una velada demasiado agradable para usted…

Se trataba de algo inesperado.

– ¿Adónde quiere usted ir a parar? -preguntó Collins sacudiéndose repentinamente la modorra-. Explíquese.

– Muy bien. Intento decirle que nosotros tres, al igual que otros muchos legisladores del estado de California que temen expresar su opinión, estamos gravemente preocupados por la táctica que usted y su Departamento de Justicia están empleando para ganarse el favor de nuestro estado a propósito de la votación de la Enmienda XXXV.

Collins se terminó el whisky y apagó la colilla de su cigarrillo.

– ¿Qué táctica? -preguntó-. Yo no he utilizado táctica alguna para ejercer influencia sobre la votación de aquí. Le doy mi palabra. No he hecho nada a este respecto.

– Entonces habrá sido otra persona -terció Tobias desde el sofá-. Alguien de su departamento está intentando asustar a los legisladores de este estado con el fin de que ratifiquen la enmienda.

– Si eso es efectivamente lo que está ocurriendo, le aseguro que no sé absolutamente nada -dijo Collins mirando enfurecido a su interlocutor-. Están ustedes haciendo unas afirmaciones muy vagas. ¿Les importaría precisar un poco más?

– Déjenme que se lo explique -les dijo Keefe a sus colegas al tiempo que se volvía hacia Collins-. De acuerdo, seremos más precisos. Nos estamos refiriendo a las estadísticas criminalesque están ustedes divulgando y que tanta publicidad están alcanzando aquí. Esas estadísticas relativas a los delitos violentos y a las conspiraciones han sido deliberadamente exageradas por el FBI con el fin de asustar a la gente y a los legisladores de nuestro estado para que voten en favor de la ratificación de la Enmienda XXXV. Desde que el senador Hilliard habló con usted de esta cuestión, me he entrevistado personalmente con más de una docena de jefes de policía de otras tantas localidades. Con catorce, para ser exactos. Más de la mitad de ellos han confirmado que las cifras que envían al FBI no son las cifras que da a conocer el Departamento de Justicia. Las auténticas cifras han sido alteradas, exageradas e incluso falseadas por el camino.

Impresionado por la vehemencia de su interlocutor, Collins dijo:

– Se trata de una acusación muy grave. ¿Puede usted aportar a ese respecto unas declaraciones firmadas por esos jefes de policía?

– No, no puedo -repuso Keefe-. Los jefes de policía no se atreven a llegar tan lejos. Dependen demasiado de la buena voluntad y colaboración del FBI como para enemistarse con él. Y además ocurre que, en el fondo, comprenden los motivos de la Oficina. Trabajan en el mismo sector, y actualmente se trata de un sector muy peligroso. Yo creo que los jefes de policía me hablaron de este asunto por la sencilla razón de que les molesta que les puedan considerar unos ineptos. No, señor Collins, no disponemos de ninguna prueba escrita. Nos ha pedido usted que aceptáramos su palabra de que nada tiene que ver con esta cuestión. Yo le ruego ahora que usted acepte la nuestra en relación con los métodos nada ortodoxos empleados por el FBI.

– Yo podría estar dispuesto a ello -dijo Collins-, pero me temo que el director Tynan se mostraría bastante menos inclinado a aceptar unas pruebas de oídas. Supongo que comprenden mi situación. No puedo ir al director Tynan y contradecirle, enfrentándome a él y a todo el FBI, sin disponer de pruebas escritas susceptibles de confirmar las acusaciones que acaban ustedes de formular. Ahora bien, si lograran ustedes que estos policías accedieran a firmar una declaración…

– No es posible -dijo Keefe en tono abatido-. Lo he intentado, pero ha sido inútil.

– Tal vez lo pudiera intentar yo. Es posible que estén dispuestos a presentar una demanda a través mío, en mi calidad de secretario de Justicia, aunque no se atrevieran a hacer tal cosa con usted. ¿Tiene los nombres de los jefes de policía a los que ha entrevistado?

– Aquí los tengo -dijo Keefe levantándose y dirigiéndose hacia la mesa sobre la cual aparecía abierta una cartera de color marrón.

En aquellos momentos llamaron a la puerta. Keefe fue a abrir e hizo pasar al camarero del servicio de habitaciones, que traía una bandeja con el bocadillo de Collins. Tras firmar el vale y esperar a que se fuera, Keefe se dirigió hacia el lugar en que se encontraba la cartera.

Collins había perdido el apetito, pero sabía que si no comía más tarde se sentiría hambriento. Abrió el bocadillo de jamón y queso, extendió un poco de mostaza en su interior y se esforzó en tomar un bocado. Estaba ingiriendo un sorbo de té en el momento en que Keefe regresó con un cuaderno de notas.

Keefe arrancó tres páginas y se las entregó a Collins.

Los jefes de policía que no quisieron hablar están tachados. Los ocho restantes sí lo hicieron. Ahí encontrará usted sus direcciones y números de teléfono. Espero que tenga suerte. Aunque la verdad es que dudo que lo consiga.

Lo intentaré dijo Collins doblando las hojas y guardándoselas en el bolsillo de la chaqueta.

– La cuestión es que alguna persona o personas no identificadas de su Departamento están organizando una deliberada campaña de terror aquí en California -dijo Keefe volviendo a acomodarse en su asiento-. Al parecer, están decididos a hacernos tragar la Enmienda XXXV a toda costa… a costa de la honradez y a costa de la decencia.

– Si se refiere usted a la manipulación de las estadísticas…

– Me refiero a otras muchas cosas -dijo Keefe.

– Cuénteselo -le instó Yurkovich desde el sofá-, cuénteselo todo.

– Pienso hacerlo -le aseguró Keefe. Esperó a que Collins se tragara lo que tenía en la boca y se terminara lo que le quedaba del bocadillo y añadió-: No es muy bonito lo que vamos a decirle. La manipulación de las estadísticas, señor Collins, es lo de menos. Alguien de Washington está manipulando nuestras propias vidas.

Collins descruzó las piernas y se irguió en su asiento.

– ¿Qué quiere usted decir?

– Quiero decir que el FBI ha organizado una campaña de intimidación contra ciertos miembros de la Asamblea, asustándonos mediante chantaje…

La palabra chantaje le recordó a Collins su encuentro con el padre Dubinski en la iglesia de la Santísima Trinidad. El sacerdotehabía hablado de chantaje. Ahora aquel legislador de California estaba haciendo lo mismo. Collins se dispuso a seguir escuchándole.

– … un chantaje sutil -estaba diciendo Keefe-, pero un chantaje de la peor especie. Y dirigido sobre todo contra los legisladores indecisos, contra los que todavía no han adoptado una postura en relación con la Enmienda XXXV. El ataque ha estado dirigido especialmente contra los legisladores que… bueno, que son vulnerables.

– ¿Vulnerables?

– Me refiero a aquellos cuyas vidas privadas no son precisamente un libro abierto. Aquellos legisladores en cuyo pasado puede haber algo que no desean que se divulgue. La mayoría de ellos no se han atrevido a protestar. Pero el asambleísta Yurkovich y el asambleísta Tobias… a pesar de no considerar oportuno denunciar al FEI…

– Porque el chantaje es demasiado sutil -terció Yurkovich interrumpiendo a Keefe-. No es claro y directo. Nuestras denuncias hubieran sido rechazadas incluso tal vez refutadas.

– En efecto -dijo Keefe conviniendo con él-. En cualquier caso, y puesto que no podían protestar eficazmente en público, mis dos colegas se han mostrado dispuestos a acudir aquí con el fin de expresarle a usted personalmente sus protestas. Al principio temieron que usted pudiera formar parte del complot. Pero, antes de que lo haya hecho usted, el senador Hilliard me convenció, y yo les convencí a ellos, de que era usted un hombre honrado y digno de confianza, tal vez demasiado nuevo en este cargo para saber lo que alguien se está llevando entre manos a espaldas suyas. -Keefe se detuvo.- Confío en que esta valoración de su persona sea correcta.


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