Mientras Collins, con Karen aferrada a su brazo, contemplaba la escena, McKnight, el principal ayudante del presidente, se acercó presuroso a darles la bienvenida. Rápidamente fueron conducidos a través del salón con el fin de que saludaran, o bien fueran presentados por primera vez, al vicepresidente Frank Loomis y a su esposa; a la secretaria personal del presidente, señorita Ledger; al encuestador particular del presidente, Ronald Steedman, de la Universidad de Chicago; a Martin, secretario del Interior; después a los líderes del Congreso y a sus esposas, y, finalmente, al propio presidente Wadsworth.

El presidente, un hombre delgado y bien parecido, de modales suaves y amables, casi cortesanos, con el cabello oscuro entrecano en las sienes, nariz afilada y mentón huidizo, tomó la mano de Karen, estrechó la de Collins y se disculpó inmediatamente.

– Martha -se estaba refiriendo a la primera dama- lamenta mucho no poder estar presente esta noche para conocerles mejor. Se encuentra en cama con algo de gripe. Ah, se repondrá en seguida. Ya habrá otra ocasión… Bien, Chris, parece ser que va a resultar una velada agradable.

– Así lo espero, señor presidente -dijo Collins-. ¿Qué ha sabido usted?

– Como usted ya sabe, los senados estatales de Nueva York y Ohio ratificaron ayer a primera hora la Enmienda XXXV. Ahora nos encontramos enteramente en manos de la Asamblea de Nueva York y de la Cámara de Ohio. Inmediatamente después de las votaciones de ayer, Steedman distribuyó a sus equipos de encuestadores por las ciudades de Albany y Columbus, con el fin de tantear a los legisladores de ambos estados. En Ohio parece ser que se alcanzará la victoria. Steedman dispone de cifras que resultan convincentes. En Nueva York la situación es más peliaguda. Podría ocurrir cualquiera de las dos cosas. La mayoría de los legisladores encuestados se mostraban indecisos o no deseaban hacer comentarios, pero, entre los que respondieron a las preguntas, se registró una clara mejoría en comparación con la última encuesta. Las tendencias son favorables. Además, creo que las más recientes estadísticas del FBI que Vernon… hola, Vernon.

El director Vernon T. Tynan se había incorporado al grupo, ocupando todo el espacio vacío con su formidable presencia. Estrechó la mano del presidente y la de Collins y felicitó a Karen por su aspecto.

– Justamente ahora estaba diciendo, Vernon -prosiguió el presidente con su vibrante voz-, que esas cifras que usted ha enviado hace una hora causarán seguramente un gran impacto en Albany. Me alegro de que haya conseguido enviarlas a tiempo.

– No ha sido fácil -dijo Tynan-. Hemos tenido que apresurarnos mucho. Pero tiene usted razón. Seguramente contribuirán a la victoria. Aunque Ronald Steedman parece que no está tan seguro. Acabo de hablar con él. Basándose en sus estudios, Ohio estaría de nuestra parte, pero Nueva York queda un poco en el aire. Parece que no confía demasiado en un voto positivo…

– Pues yo sí confío -dijo el presidente-. Dentro de un par de horas tendremos de nuestra parte a treinta y ocho de los cincuenta estados, y por tanto una nueva enmienda a la Constitución. Tras lo cual dispondremos de medios para defender a este país caso de que ello sea necesario.

Collins movió la cabeza en dirección al televisor que se encontraba al otro lado de la mesa.

– ¿Cuándo empieza, señor presidente?

– Dentro de unos diez o quince minutos. Están preparando el ambiente con la narración de algunos antecedentes.

– Vamos a echar un vistazo y a tomarnos un trago -dijo Collins.

Mientras se alejaba acompañado de Karen observó que Tynan le seguía.

– Creo que a mí también me hace falta tomar un trago -dijo Tynan.

Los tres se dirigieron en silencio hacia el extremo de la mesa del gabinete donde Charles, el camarero del presidente, estaba supervisando las bebidas, las hileras de vasos y botellas, un cubo de hielo y un enfriador de champaña.

Tynan miró a Karen, que se encontraba al otro lado de Collins.

– ¿Cómo se encuentra, señora Collins? ¿Se encuentra usted bien estos días?

Sorprendida, Karen levantó la mano para alisarse el corto cabello rubio y después la bajó automáticamente, acariciándose el flojo cinturón de cadena.

– Nunca me he encontrado mejor, muchas gracias.

– Estupendo, me alegro mucho -dijo Tynan.

Tras haber tomado una copa de champaña y un canapé de caviar para su esposa y un whisky con agua para sí mismo, Collins se encaminó con Karen hacia dos sillones vacíos que había frenteal televisor. Advirtió entonces que Karen le tiraba de la manga e inclinó la cabeza hacia ella.

– ¿Lo has oído? -le preguntó ella en un susurro.

– ¿Qué?

– Tynan. Su repentina preocupación por saber cómo me encuentro… si me encuentro bien. A su manera, nos estaba prácticamente diciendo que sabe que estoy embarazada.

– No puede saberlo -dijo Collins confuso-. No lo sabe nadie.

– Él lo sabe -dijo Karen en voz baja.

– Bueno, pero aunque así fuera, ¿qué iba a pretender con ello?

– Recordarte que es omnisciente. Mantenerte a ti y a todos los demás a raya.

– Creo que exageras un poco, cariño. No es tan sutil como supones. Se ha querido mostrar amable, simplemente. Ha sido una observación inocente.

– Claro. Como la del lobo en «Caperucita Roja».

– Sssss. Baja la voz.

Habían llegado a la altura de los dos sillones situados casi directamente frente al televisor y ambos tomaron asiento.

Mientras iba tomando su whisky, Collins trató de concentrarse en la pantalla. El elegante presentador del programa estaba diciendo que se dedicarían algunos minutos a explicar el procedimiento de añadir una nueva enmienda a la Constitución y, más específicamente, a la compleja aprobación de la Enmienda XXXV desde el principio hasta aquellos momentos en que estaba a punto de ser ratificada.

«Existen dos medios por los cuales puede proponerse una nueva enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, empezó diciendo el comentarista.»

Collins dejó el vaso, encendió el cigarrillo de Karen, se encendió el suyo y después se reclinó en el asiento con el fin de escuchar con cierta atención.

«Uno de los medios de introducir una nueva enmienda consiste en proponerla al Congreso. El otro consiste en proponerla a través de una convención nacional convocada por el Congreso a petición de las legislaturas de dos tercios de los estados. Ninguna enmienda se ha introducido jamás a través de este segundo sistema. Todas se han iniciado en el Congreso de Washington. Una vez adoptada la resolución relativa a la propuesta de una nueva enmienda, ya sea en el Senado de los Estados Unidos o bien en la Cámara de Representantes, los comités de gobierno y los comités judiciales celebran sesiones de examen. Si la enmienda es aprobada por estos comités, pasa al Senado y a la Cámara de Representantes. Para ser aprobada, necesita el voto positivo de dos tercios de cada cuerpo legislativo. Una vez aprobada, no precisa de la firma del presidente. En su lugar, se envían copias a la Administración de Servicios Generales, que a su vez distribuye la enmienda a los gobernadores de los cincuenta estados. Los gobernadores se limitan a enviar la enmienda a las legislaturas de sus respectivos estados con el fin de que sea sometida a debate y votación. Si tres cuartos de las legislaturas de los estados -es decir, treinta y ocho de los cincuenta estados- ratifican la enmienda, ésta pasa oficialmente a formar parte de la Constitución.»

Collins apagó el cigarrillo en el cenicero más próximo y volvió a tomar el vaso, sin apartar la mirada de la pantalla del televisor.

«Desde que las iniciales diez enmiendas entraron a formar parte de la Constitución -prosiguió el comentarista-, y desde el año 1789, se han adoptado en el Congreso cinco mil setecientas resoluciones con vistas a las introducción de enmiendas en una u otra forma. Se han sugerido enmiendas de todas clases: sustituir la presidencia por un consejo de gobierno integrado por tres personas, abolir la vicepresidencia, cambiar el nombre de Estados Unidos de Norteamérica por el de Estados Unidos de la Tierra, modificar el sistema de votación del colegio electoral, modificar el sistema de libre empresa de tal forma que ningún individuo pueda poseer más de diez millones de dólares… De entre el escaso número de estas cinco mil setecientas enmiendas que no murió en el Congreso y que pasó a las legislaturas estatales, sólo treinta y cuatro fueron ratificadas por los necesarios tres cuartos de los estados. Por lo general, no suele haber limitación alguna en relación con el tiempo de que disponen los estados para ratificar o rechazar una enmienda. La enmienda más rápidamente aprobada de nuestra historia fue la 26, que concedía el voto a los ciudadanos a partir de los dieciocho años; a los tres meses y siete días de haber salido del Congreso había sido ratificada por tres cuartos de los cincuenta estados. Y esto nos conduce a la más reciente enmienda, la Enmienda XXXV, que esta misma noche veremos rechazada o bien convertida en una de las leyes de nuestro país.»


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