Collins escuchó movimiento de cuerpos y de sillones y observó que los invitados estaban empezando a congregarse alrededor del aparato de televisión. Después se concentró una vez más en la pantalla.
«La controvertida Enmienda XXXV, destinada a sustituir las primeras diez enmiendas, Ley de Derechos, en determinadas situaciones de emergencia, ha surgido del deseo de los líderes del Congreso y del presidente Wadsworth de forjar un arma con la que imponer la ley y el orden en la nación en los casos en que ello sea necesario.»
– ¿Arma? -exclamó el presidente, que acababa de tomar asiento al lado de Collins-. ¿Qué quiere decir eso de «arma»? En mi vida he escuchado un lenguaje más parcial. Ojalá pudiéramos conseguir la aprobación de una enmienda que ajustara las cuentas a comentaristas como éste.
– Estamos a punto de conseguirlo -tronó el director Tynan desde su sillón situado al otro lado-. La Enmienda XXXV se cuidará de estos perturbadores del orden.
Collins captó la severa mirada de Karen y se removió inquieto en su asiento fijando de nuevo su atención en la pantalla.
«… y, tras salir del comité y ser introducida en calidad de resolución conjunta -estaba prosiguiendo el comentarista-, pasó al Senado y a la Cámara de Representantes para la votación final. A pesar de la vociferante aunque limitada oposición de los bloques liberales, ambos cuerpos del Congreso aprobaron la Enmienda XXXV por abrumadora mayoría, superando con creces los necesarios dos tercios de los votos. La nueva enmienda fue enviada acto seguido a los cincuenta estados. Eso fue hace cuatro meses y dos días. Tras una aprobación relativamente fácil en los primeros estados que efectuaron la votación, la travesía de la Enmienda XXXV se fue haciendo cada vez más tormentosa a causa de la organización de la oposición. Hasta la fecha han votado cuarenta y siete de los cincuenta estados. La han rechazado once de ellos. Treinta y seis la han aprobado. Pero, dado que la enmienda necesita treinta y ocho votos de aprobación, le faltan todavía dos estados. Hasta el momento faltan todavía las votaciones de tres estados: Nueva York, Ohio y California. Nueva York y Ohio concluirán sus votaciones esta misma noche, acontecimiento histórico que será retransmitido por esta cadena dentro de breves momentos y California tiene prevista la suya para dentro de un mes. Pero, ¿será necesaria la votación de California? Si tanto Nueva York como Ohio rechazan esta noche la enmienda, ésta habrá sido derrotada. Si ambos estados la ratifican, la enmienda entrará inmediatamente a formar parte de la Constitución, y el presidente Wadsworth dispondrá de un arsenal con el que combatir la creciente oleada de ilegalidad y desorden que está lentamente estrangulando a nuestra nación. Las votaciones de esta noche en Nueva York y Ohio pueden ser decisivas, pueden modificar el curso de la historia norteamericana durante los próximos cien años. Ahora, tras una breve pausa comercial, trasladaremos a ustedes a la Asamblea estatal de Albany, Nueva York, en la que está concluyendo el debate previo a la votación final.»
El anuncio de un grupo de la industria del petróleo, en el que se declaraba que al menos había una compañía destinada a servir al público y a facilitar y hacer más dichosa la vida de la gente, se ahogó rápidamente en el creciente murmullo de las voces del salón.
Collins se levantó dispuesto a volverse a llenar el vaso. Karen había cubierto su copa de champaña con los dedos para indicar que ya había bebido suficiente. Collins se alejó por tanto y se abrió paso entre los demás invitados en dirección al bar improvisado en el extremo de la mesa del gabinete. Vio que el presidente se encontraba acompañado de Steedman, su encuestador, así como de Tynan y McKnight y supuso que debían estar revisando una vez más los últimos datos relativos a la opinión de la Asamblea del estado de Nueva York.
Al regresar junto a Karen, whisky en mano, Collins se sentó y pudo ver que la pantalla estaba ofreciendo un plano general de la Asamblea de Nueva York.
– ¿Qué ocurre? -le preguntó a Karen.
– Están a punto de empezar. Está finalizando el debate. El último orador está hablando en favor de la enmienda.
Collins ingirió un buen trago de whisky mientras las cámaras ofrecían un primer plano de un digno caballero, identificado como el miembro de la Asamblea, Lyman Smith, que estaba concluyendo su discurso. Collins le escuchó.
«… y, aunque la Constitución de los Estados Unidos redactada por nuestros antepasados constituye un noble instrumento legal -estaba diciendo el orador-, yo les digo una vez más que no es sacrosanta. No fue destinada a quedar petrificada por el tiempo. Fue destinada a ser flexible, y ésa es la razón de que incluyera una cláusula relativa a las enmiendas; a ser lo suficientemente flexible y modificable como para adecuarse a las necesidades de cada nueva generación y al reto del progreso de la humanidad. Recuérdenlo ustedes, amigos míos: esta Constitución nuestra fue redactada por un grupo de juveniles radicales, hombres que acudieron a su firma en carruajes tirados por caballos, hombres que lucían peluca, hombres que utilizaban plumas de ave para escribir. Aquellos hombres jamás habían oído hablar de bolígrafos, de máquinas de escribir o de calculadoras electrónicas. Jamás habían oído hablar de aparatos de televisión, de aviones a reacción, de bombas atómicas o de satélites espaciales. Y, ciertamente, jamás habían oído hablar de las diversiones de la noche del sábado. Sin embargo, introdujeron en la Constitución un instrumento destinado a adecuar nuestras leyes federales a cualquier circunstancia que el futuro pudiera traer. Y ahora el futuro está aquí: ha llegado el día del cambio, ha llegado el momento de modificar nuestra suprema ley con el fin de que se ajuste a las necesidades de los ciudadanos actuales. La vieja Ley de Derechos,creada por aquellos fundadores que usaban peluca, es demasiado ambigua, demasiado general y demasiado floja para ajustarnos al cúmulo de acontecimientos que están conspirando al objeto de destruir la trama de nuestra sociedad y la estructura de nuestra democracia. Sólo la aprobación de la Enmienda XXXV podrá proporcionar a nuestros dirigentes una mano más firme. Sólo la Enmienda XXXV podrá salvarnos. Por favor, queridos amigos y colegas, ¡voten en favor de su ratificación!»
Mientras el orador regresaba a su escaño, las cámaras recorrieron la Asamblea mostrando los atronadores aplausos de sus miembros.
En la Sala del gabinete Collins también escuchó a su alrededorcalurosos aplausos.
– ¡Bravo! -exclamó el presidente posando su cigarro puro Upmann en un cenicero y aplaudiendo con fuerza. Después volvió la cabeza y llamó a su principal ayudante-. McKnight, ¿quién es este miembro de la Asamblea de Nueva York que acaba de hablar? ¿No sé qué Smith? Compruébelo. En la Casa Blanca nos podría ser útil un hombre así, con las ideas tan claras y además elocuente. -Su vista volvió de nuevo a la pantalla.- Atención todo el mundo. Está a punto de iniciarse la votación.
Ya estaba empezando, y Collins pudo escuchar los nombres delos asambleístas y los «sí» y «no» de éstos. Oyó que el director Tynan predecía que iba a ser como una carrera de caballos. Desde atrás le llegó la voz de Steedman advirtiendo que se tardaría un rato en llegar al veredicto ya que en la Asamblea del estado de Nueva York había ciento cincuenta miembros.
Puesto que se tardaría un rato y puesto que se sentía cansado, Collins decidió apartar la vista de la pantalla. Se puso a observar a Tynan, que se hallaba de pie con su rostro de bulldog arrebolado por la ansiedad y los ojos clavados en la pantalla siguiendo las votaciones. Volvió la cabeza y miró al presidente, que aparecía inmóvil, granítico, impasible, contemplando la pantalla como si estuviera posando para una de las colosales efigies del Mount Rushmore de Dakota del Sur.
Hombres honrados y entregados a su misión, pensó Collins. Por mucho que dijeran los de fuera -los criticones como Young e incluso los recelosos como Karen-, aquellos hombres eran unos seres humanos responsables. Inmediatamente se sintió a sus anchas en aquel círculo de poder. Experimentó la sensación de pertenecer al mismo. La sensación resultaba maravillosa. Pensó que ojalá pudiera agradecérselo a la persona que le había colocado en aquel lugar, al coronel Baxter, que se hallaba ausente, tendido en estado de coma en un lecho del hospital de Bethesda.