– ¿Qué ha pasado? -preguntó Jeffrey.
Frank cerró las puertas para que tuvieran un poco de intimidad antes de responder.
– Se ha volado la cabeza.
– Joder -maldijo Jeffrey. Sabía la respuesta, pero tenía que preguntarlo-: ¿Schaffer?
Frank asintió.
– ¿De manera deliberada?
Frank bajó la voz.
– Después de lo de ayer, ¿quién sabe?
Jeffrey se sentó en el borde del sofá, y volvió a sentir el miedo en la nuca. Dos suicidios en dos días seguidos tampoco era nada tan extraordinario, pero el apuñalamiento de Tessa Linton arrojaba una sombra de duda en todo lo que ocurría en el campus.
– Acabo de hablar con Brian Keller, el padre de Andy Rosen -explicó Jeffrey.
– ¿Es su hijastro?
– No, el chico eligió el apellido de la madre. -Cuando Jeffrey vio que Frank parecía perplejo, le aclaró-: No preguntes. Keller es el padre biológico.
– Muy bien -dijo Frank, aún desconcertado.
Durante una milésima de segundo, Jeffrey deseó tener a Lena de ayudante en lugar de Frank. No es que éste fuera un mal policía, pero ella era intuitiva, y ambos sabían complementarse a la perfección. Frank era lo que Jeffrey denominaba un sabueso, alguien que sabía gastarse las suelas siguiendo pistas pero que era incapaz de tener las típicas intuiciones que resolvían los casos.
Jeffrey se acercó a la puerta de vaivén que llevaba a la cocina, asegurándose de que nadie les escuchaba.
– Richard Carter me ha dicho que…
Frank soltó un bufido, Jeffrey no supo muy bien si debido a la orientación sexual de Richard o a su detestable personalidad. Sólo esta última razón le resultaba aceptable a Jeffrey, pero ya hacía mucho tiempo que sabía que Frank era hombre de ideas fijas.
– Carter está al corriente de todos los cotilleos del campus -dijo Jeffrey.
– ¿Qué te ha explicado? -transigió Frank.
– Que Keller tenía una aventura con una estudiante.
– Vale -dijo Frank, pero su tono indicaba lo contrario.
– Quiero que investigues a Keller. Escarba en su pasado. Comprobemos si ese rumor es cierto.
– ¿Crees que su hijo se enteró de que tenía una aventura y su padre le hizo callar para que no se lo contara a la madre?
– No -dijo Jeffrey-. Richard dijo que la mujer lo sabía.
– Yo no me fiaría de esa maricona -afirmó Frank.
– Basta, Frank -le ordenó Jeffrey-. Si Keller tenía una aventura, eso explicaría perfectamente el suicidio. Quizás el hijo no podía perdonar al padre, así que saltó desde el puente para castigarlo. Esta mañana los padres estaban discutiendo. Rosen dijo a Keller que nunca se preocupó de su hijo.
– A lo mejor lo dijo por venganza. Ya sabes que las mujeres a veces se ponen muy desagradables.
Jeffrey no tenía ganas de debatir ese punto.
– Rosen me pareció una persona bastante lúcida.
– ¿Crees que lo hizo ella?
– ¿Y qué iba a ganar con eso?
La respuesta de Frank fue la misma que Jeffrey tenía preparada.
– No lo sé.
Jeffrey se quedó mirando la chimenea, y de nuevo se dijo que ojalá pudiera comentar el caso con Lena o Sara.
– Me van a poner un pleito si empiezo a salpicar de mierda a los padres y resulta que el chaval se suicidó -aseguró a Frank.
– Cierto.
– Vete y averigua si Keller estaba de verdad en Washington D. C. cuando ocurrió todo eso -dijo Jeffrey-. Haz algunas preguntas discretas por el campus, veamos si ese rumor tiene fundamento.
– Los vuelos son fáciles de comprobar -afirmó Frank, sacando su cuaderno-. Puedo preguntar por ahí si alguien sabe algo de la aventura de Keller, pero la chica lo haría mucho mejor que yo.
– Lena ya no es policía, Frank.
– Pero puede ayudarnos. Vive en el campus. Probablemente conoce a algunos estudiantes.
– No es policía.
– Sí, pero…
– Pero nada -dijo Jeffrey, haciéndole callar.
La noche anterior, en la biblioteca, Lena demostró que no estaba interesada en ayudarles. Jeffrey le había concedido una magnífica oportunidad para hablar con Jill Rosen, pero mantuvo la boca cerrada, y ni siquiera consoló a la mujer.
– ¿Y qué me dices de Schaffer? ¿Cómo encaja en todo esto? -preguntó Frank.
– Hay un cuadro -le contó Jeffrey, y le pormenorizó los detalles del lienzo de la sala de los Keller-Rosen.
– ¿Y la madre tiene eso en la pared?
– Estaba orgullosa de él -supuso Jeffrey, y se dijo que, de haberlo hecho él, su madre le habría dado de bofetadas y quemado el cuadro con uno de sus cigarrillos-. Los dos dijeron que el hijo no mantenía relaciones con nadie.
– Quizá no se lo contó -dijo Frank.
– Es posible -asintió Jeffrey-. Pero si Schaffer se acostaba con Andy, ¿por qué ayer no le reconoció?
– Estaba con el culo al aire -dijo Frank-. Si Carter no le hubiera reconocido, entonces sí sospecharía.
Jeffrey le lanzó una mirada de advertencia.
– Vale. -Frank levantó las manos-. De todos modos, la chica estaba afectada. Y Andy se hallaba a quince metros de distancia. ¿Cómo iba a reconocerle?
– Cierto -concedió Jeffrey.
– ¿Crees que podría tratarse de algún pacto de suicidio?
– Se habrían suicidado juntos, no con un día de diferencia -señaló Jeffrey-. ¿Hemos averiguado algo sobre la nota de suicidio?
– Todo el mundo la ha tocado, hasta su madre -dijo Frank, y Jeffrey se preguntó si estaba haciendo un chiste.
– De haberse tratado de un pacto, lo diría en la nota.
– A lo mejor Andy rompió con ella -sugirió Frank-. Y ella se vengó tirándole del puente.
– ¿Te pareció lo bastante fuerte para hacerlo? -preguntó Jeffrey, y Frank se encogió de hombros-. No me lo trago -dijo Jeffrey-. Las chicas no actúan así.
– Tampoco podía divorciarse.
– Ojo -le advirtió Jeffrey, tomándose el comentario como algo personal. Y antes de que Frank les avergonzara a ambos intentando disculparse, añadió-: Las muchachas no hacen eso -se corrigió-. Avergüenzan al chaval, o cuentan mentiras de él a sus amigos, o se quedan embarazadas, o se tragan un tubo de pastillas…
– ¿O se vuelan los sesos? -le interrumpió Frank.
– Todo esto suponiendo que Andy Rosen fuera asesinado. Todavía está la opción del suicidio.
– ¿Hay alguna novedad al respecto?
– Esta mañana Brock tomó algunas muestras de sangre. Mañana tendremos el informe del laboratorio. De momento no hay pruebas de que hubiera nada raro. La única razón por la que investigamos todo esto es Tessa, y cualquiera sabe si existe relación entre ambos hechos.
– Si no la hubiera sería mucha coincidencia -aseguró Frank.
– Voy a conceder un par de días a Keller para ver si se pone nervioso, y cuando llegue el momento le interrogas en serio. Esta mañana quería decirme algo, pero no delante de su mujer. A lo mejor después de que Sara haga la autopsia esta noche tenemos más información.
– ¿Vuelve esta noche?
– Sí -contestó Jeffrey-. Esta tarde voy a buscarla.
– ¿Cómo lo lleva?
– Es un momento difícil -dijo Jeffrey, y enseguida cambió de conversación-. ¿Dónde está Schaffer?
– Por aquí -le dijo Frank, abriendo las puertas de la salita-. ¿Quieres hablar primero con su compañera de habitación?
Jeffrey iba a decirle que no, pero cambió de opinión al ver a la mujer que lloraba sentada en un asiento empotrado en la ventana, al final del salón. La flanqueaban dos chicas que intentaban confortarla. Parecían copias la una de la otra, ambas con el pelo rubio y los ojos azules. Cualquiera de ellas habría podido pasar por hermana de Ellen Schaffer.
– Señorita -dijo Jeffrey en un tono que pretendía ser consolador-. Soy el jefe Tolli…
La mujer le interrumpió con un sollozo.
– ¡Es horrible! -gritó la chica-. ¡Esta mañana estaba perfectamente!
Jeffrey le lanzó una mirada a Frank.
– ¿Ésa fue la última vez que la vio?
La chica asintió, moviendo la cabeza como si fuera un sedal.
– ¿A qué hora fue? -preguntó Jeffrey.
– A las ocho -dijo ella, y Jeffrey recordó que a esa hora él estaba con los Rosen-Keller.