—Bueno, capitán, tú no tienes la culpa. Yo estaba detrás. ¿Cómo habrías podido adivinar que me había entrometido delante?
Habiéndolo incorporado y hecho sentar, le pregunté cómo había llegado a colocarse entre los jabalíes y yo. Parecía que Dersu los había descubierto en el mismo momento que yo y se había arrojado en su persecución, impulsado por su instinto innato de cazador. Ahora bien, yo describía una curva mientras que los animales avanzaban en línea recta. Así es que el gold,que los seguía directamente, pudo adelantarme muy pronto. Su chaqueta era de un color que se prestaba a confundirse con el pelaje de esas fieras. Además, se deslizaba a través de la espesura con el cuerpo encorvado. Tomándole por un jabalí, yo disparé. Mi bala fue a desgarrar sus ropas, rozándole la espalda y privándole de andar.
Nuestro destacamento llegó al cabo de diez minutos. Friccioné la contusión de Dersu con una solución de yodo e hice sacar la carga a uno de los caballos, que fue en seguida distribuida entre los otros animales. Colocamos a Dersu sobre la silla que estaba libre y partimos de este lugar maldito.
Hacia la noche, el goldrecobró un poco su calma. Por el contrario, yo me quedé angustiado. La idea de haber tirado sobre este, hombre que me había salvado la vida, no me dejó reposar. De hecho, si hubiese llegado a apuntar un solo centímetro más a la izquierda o si mi mano hubiera tropezado, habría matado a Dersu. No pude dormir en toda la noche. En una pesadilla reviví la selva, los jabalíes, mi tiro, el grito del gold ylos matorrales donde estaba tendido. Aterrado, salté de mi kangy salí varias veces; traté de calmarme diciéndome que todo había terminado bien, puesto que Dersu estaba con vida y se encontraba cerca de mí, pero nada conseguí. Acabé por encender el fuego y me puse a leer. Sin embargo, noté en seguida que mi pensamiento no seguía el texto impreso, preocupado por una imagen distinta...
La luz comenzó por fin a despuntar. Felizmente para mí, el soldado de servicio se despertó e hizo los preparativos de la comida. Yo me puse a ayudarlo.
Por la mañana, Dersu se sintió mejor. Como su espalda no le hacía sufrir ya, se puso de nuevo a andar, pero no cesó de quejarse de su mal de cabeza y de su debilidad. Yo ordené de nuevo poner un caballo a la disposición del enfermo.
Descendiendo a lo largo del río Vangú, encontramos una antigua ludeva [16].
Para instalarla, se habían servido más bien de árboles desgajados que de árboles frescos, y las ramas derribadas estaban consolidadas por pilares que no permitían que las bestias las dispersaran con las patas. En algunos pasajes se cruzan con troncos profundos, hábilmente ocultos por las hierbas y las hojas secas. Por la noche, los ciervos van al agua, pero tropiezan con la barrera. Queriéndola sortear, caen en estos hoyos. Algunas de estas cercas tienen una longitud de varias decenas de kilómetros y poseen hasta doscientos agujeros que sirven así de trampas eficaces. No obstante, la ludevaque encontramos sobre el río Vangú estaba abandonada. Se notaba que los chinos no habían estado allí mucho tiempo. Sin embargo, encontramos un ciervo en una de las trampas. El pobre animal había permanecido ya cerca de tres días. Hicimos alto para discutir la forma de salvarlo. Uno de los cosacos quería descender al hoyo, pero Dersu lo disuadió; el ciervo podía en efecto matarse él mismo y romper al mismo tiempo las piernas del cazador y salvador. Decidimos entonces retirar al animal con nuestros lazos. Con las patas tomadas con dos nudos y la cabeza enlazada por un tercero, que fue hábilmente lanzado, el ciervo pudo ser subido en seguida a la superficie. Tenía el aspecto de estar estrangulado; pero cuando los nudos fueron deshechos, los ojos del animal se movieron hacia todos lados. Habiendo tomado aliento, se enderezó y retrocedió titubeando; pero, antes de llegar al bosque, volvió a ver el arroyo y fue a abrevar con avidez, sin prestarnos la menor atención. Dersu, entretanto, hablaba pésimamente de aquellos chinos que habían abandonado su cerca sin tener cuidado de rellenar los hoyos.
Al cabo de una hora, llegamos a la fanzade los tramperos. El gold,completamente restablecido, quería ir él mismo a demoler la cerca, pero le aconsejé que no se moviera y esperara hasta el día siguiente. Después de comer, convoqué a todos los chinos al trabajo y di orden a los cosacos de velar rigurosamente para que se hiciera tabla rasa de todas esas trampas. Mis hombres volvieron al crepúsculo y me informaron que acababan de encontrar, en otros tres de esos agujeros, dos ciervos muertos y un corzo vivo.
Nos quedamos allí todo el día siguiente. El tiempo era variable, pero más bien gris y lluvioso. Los soldados se ocuparon de lavar su ropa, repasar su vestimenta y limpiar las armas. Tuve el gozo extremo de ver a Dersu definitivamente restablecido.
14
Regreso al mar
Tras haber franqueado el paso, seguimos una nueva corriente de agua y llegamos así al río Inza-Laza-Gú [17]. Como éste abundaba en malmas [18], los soldados se convirtieron en seguida en pescadores con línea, mientras yo tomaba mi fusil para ir a explorar un poco la montaña. No tuve suerte para levantar la caza. Regresando a lo largo del río, escuché de repente un ruido parecido al que se hace al enjuagar algo, que provenía de una cavidad vecina. Cuando me aproximé para dar un vistazo, advertí en el fondo dos ratoncitos «lavadores». Enteramente ocupados en su pesca, estos animales no notaban mi presencia. Con las patas delanteras hundidas en el agua, se aplicaban a atrapar con sus pequeños dientes los peces que desfilaban en profusión delante de ellos. Pude observar a placer estas dos bestezuelas. A veces abandonaban el agua para arrojarse hacia atrás y perseguir a los compañoles [19]escarbando ágilmente el suelo. Pero uno de estos ratones levantó de repente la cabeza, arrojó una mirada atenta hacia mí y emitió un sonido que se parecía al gañido de un perrito. A continuación, huyeron los dos entre las hierbas y no reaparecieron ya en la orilla.
En el campamento, encontré a todo el mundo reunido. Después de cenar, cada uno se ocupó aún de su trabajo durante una hora y media; luego tomamos el té y fuimos a acostarnos, cada uno donde quiso. Al día siguiente, continuamos la marcha a lo largo del Valle de la Roca de Plata.
A unos dos kilómetros antes del río Inza-Laza-Gú, se llega a unos pantanos que están cerca de una serie de colinas arenosas, salpicadas de charcos de agua, indicando la antigua conformación del río.
Aluviones marítimos tanto como fluviales han contribuido a ensanchar la costa. Un lago estrecho que se extiende entre las colinas de arena, a un kilómetro de la orilla actual del mar, fue probablemente, en otro tiempo, el lugar más profundo de la bahía. En la actualidad, su superficie está casi por completo cubierta de hierbas.
Los patos nadaban en profusión. Yo me quedé con Dersu, dejando avanzar al destacamento. Pero no tenía ningún sentido matar estos pájaros mientras estaban en el agua, ya que no podíamos recogerlos de ninguna manera por falta de una embarcación. Así que nos pusimos a acechar a los que estaban tratando de abordar la costa. Yo me serví de mi fusil de caza, mientras que Dersu no disponía más que de su carabina; pero no falló casi ninguno de sus tiros. Observando su puntería, no pude evitar elogiarlo.