—En otro tiempo, yo era un buen fusil —me respondió—. Jamás mi bala fallaba. Ahora, esto va peor.

En este momento, un pato voló por encima de nosotros, a una gran altura. Dersu levantó su arma e hizo fuego. Tocado por la bala, el pájaro se dio vuelta en el aire y vino, como una piedra, a estrellarse pesadamente en el suelo. Muy asombrado, miraba yo tan pronto a Dersu tan pronto al pato. El gold,divertido, me propuso arrojar al aire piedras del grosor de un huevo de gallina. Yo lancé diez, de las cuales él hizo estallar ocho con sus balas. Quedó satisfecho, pero no fue en absoluto por vanidad; era simplemente feliz al comprobar que la caza le permitía todavía ganarse la vida.

Errando cerca del lago y matando patos, no notamos que el tiempo pasaba rápidamente. El valle quedó pronto inundado por los últimos rayos dorados del sol poniente. Las arenas se extendían delante de nosotros en una vasta lengua de terreno que alcanzaba cerca de tres kilómetros. Nuestro destacamento se advertía a lo lejos, semejante a una caravana en el desierto. Recogimos rápidamente los pájaros abatidos y seguimos a la tropa. Ésta se detuvo al borde del mar y un hilillo de humo blanco que ascendió casi en seguida en el aire nos indicó que el fuego se había encendido en el campamento. Al cabo de una media hora, nos reuníamos con los nuestros.

Los cosacos eligieron para su campamento las proximidades de una pequeña fanzaconstruida en madera, a flote junto a la orilla escarpada. Estaba habitada por dos chinos, cuyo trabajo consistía en recoger, cuando las aguas bajaban, mariscos comestibles. En ninguna parte encontré una acogida más hospitalaria que la de estas gentes.

Todos estábamos fatigados después de nuestro último recorrido. Yo tenía, además, una rozadura bastante desagradable en el talón. Como era tan necesario tomar reposo, decidí quedarme allí al día siguiente. Pero a la noche, mi pie magullado me impidió dormir y estuve encantado con la llegada del alba. Sentado cerca del fuego, observé el retorno de la naturaleza a su vida diurna. Los cuervos marinos se despertaron los primeros y volaron con una lentitud indolente por encima del mar, todos en la misma dirección, probablemente a la búsqueda de su alimento. Bandadas de patos dieron vueltas por encima del lago cubierto de hierba. El mar, la tierra y el aire estaban en una profunda calma.

Dersu, levantado antes que los demás, calentó el té. Era el momento en que el sol empezaba a aparecer. Al principio, como un ser viviente, el astro pareció emerger de las aguas, contemplándonos, para destacarse a continuación en el horizonte y ascender lentamente en el cielo.

—¡Qué hermoso! —exclamé.

—Es el hombre principal —respondió el gold,señalando al sol—. Si él pereciese, todo perecería alrededor. —Después de un corto intervalo, prosiguió—: El fuego y el agua son también hombres poderosos. Si ellos desapareciesen, sería el final de todo.

Estas sencillas palabras no revelaban más que un animismo elemental, pero el pensamiento del goldno carecía de profundidad. Al sonido de nuestra conversación, los soldados se despertaron poco a poco. Yo me quedé toda la jornada sin moverme. Los soldados reposaron igualmente, teniendo como único cuidado el no dejar que los caballos se fueran demasiado lejos del campamento.

Durante aquellos días, el tiempo era variable, con vientos bastante violentos del oeste y noches más bien frescas: era el comienzo del otoño. Mi pie se repuso pronto y pudimos así reanudar nuestro camino.

El estuario del río Tuti-khé no constituye una bahía y ni siquiera un pequeño golfo. La orilla no forma más que una curva insignificante, cuya superficie está por otra parte obstruida por gran cantidad de algas marinas. Estos montones de hierbas acuáticas sirven siempre de abrigo a becadas de diferentes especies. Entre esta multitud, reconocí primero los griazoviki de la Siberia Oriental, que corrían alegremente sobre un banco de arena y entraban a veces en el agua, sin prestar atención, al parecer, a las olas. Pero estaban, por otra parte, las pequeñas becadas parleras llamadas travniki [20]pajarillos tranquilos, de patas rojas, paseándose sobre las algas en pequeños grupos y buscando su alimento. Estos pájaros chillaban espantados ante la proximidad del hombre y se largaban volando, para dar media vuelta y volver a bajar sobre la orilla todos juntos, como obedeciendo a una orden. En los lugares en donde alternaban las algas y las lenguas de arena, se percibían los zuiki del Ussuri, graciosos pajarillos que inspeccionaban todas las grietas, todas las piedras e incluso todas las conchas. Entraban constantemente en el agua y no se elevaban en el aire más que en los momentos en que alguna ola potente venía a sumergirse un sector de la orilla más vasto que de ordinario. Los cuervos marinos del Pacífico se mantenían fuera de allí. Estos se zambullían muy profundamente en el mar, para reaparecer a continuación en la superficie, lejos del lugar de la zambullida. Se veía también una cantidad de gaviotas, cuya especie más singular, extendida en Siberia Oriental, se llama en ruso khokhotunia [21].

Posándose sobre el agua, aquellos pájaros armaban a veces tal alboroto, que recordaban efectivamente las risas humanas. Todas las gaviotas cambiaban a menudo de lugar y abandonaban el agua para pasar unas por encima de otras; después, se posaban al costado opuesto, tratando cada una de dar a su vecina un picotazo o de quitarle una presa ya recogida. Justo por encima del estuario, dos orlani [22]de colas blancas, describían curvas, acechando con sus agudas miradas alguna buena presa.

Cuando esta pareja vino de repente a posarse en la orilla, las cornejas, gaviotas y becadas le cedieron el lugar sin protestar.

Tras un reposo de algunos días, nuestra expedición se dividió en dos grupos. Acompañado por Dersu y por cuatro cosacos, remonté el Tuti-khé, mientras el resto del destacamento se encargó de explorar el litoral.

Tuvimos la suerte de llegar a las orillas del Tuti-khé en la época en que los peces llamados ketas (salmo lagocephalis)entraban desde el mar a los ríos y remontaban la corriente para poner sus huevos. Imagínese a millares de esos peces, de un peso de tres a cinco kilos cada uno, que llenan el río y suben aguas arriba hacia los rápidos, con una fuerza irresistible que parece obligarlos a ir contra la corriente y sobreponerse a todos los obstáculos. Durante este período, los peces no consumen nada, mantenidos únicamente por la reserva de fuerzas vitales adquirida en el mar.

Desde lo alto de los terraplenes de la orilla, podíamos ver todo lo que pasaba en el agua. La masa de peces era tal que impedía a veces percibir el fondo del río. Es curioso observar la manera en que esos ketasfranquean los rápidos. Van en zigzag, volviéndose de un lado y de otro, dando volteretas y avanzando de todos modos. Si encuentran una caída de agua, dan saltos y tratan de adherirse a las piedras. Magullados y heridos, alcanzan por fin las fuentes del río, deshovan y perecen en seguida, mientras nuevos cardúmenes llegan a continuación como si fueran al asalto.

Al principio las comimos con avidez, pero pronto estuvimos saturados e incluso asqueados.

Tras nuestro largo alto al borde del mar, hombres y caballos avanzaban muy a gusto. Pero ya las montañas lejanas se revestían de la capa azul de la niebla vespertina. Era el comienzo de la noche, portadora de la paz. Noté, sin embargo, que con el aumento de la sombra, el valle se llenaba de ciertos sonidos indistintos. Se percibían voces humanas y ruidos metálicos, tan pronto lejos como cerca.


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