– Como quieras. Ahora tengo trabajo que hacer -dijo volviendo su atención a la hoja con el teléfono de Westchester.

– No lo dudo -repuso Jack sin morder el anzuelo ni dejándose despachar-. ¿Qué tal te han ido los casos esta mañana?

Laurie levantó los ojos pero sin mirarlo.

– Uno fue pura rutina y poco interesante. El otro resultó un chasco.

– ¿En qué sentido?

– He prometido al matrimonio cuyo hijo murió en el Manhattan General que averiguaría la causa de su muerte y se lo haría saber de inmediato; sin embargo, la autopsia salió limpia y no descubrí patologías de ningún tipo. Ahora tengo que llamarlos para decirles que tenemos que esperar a tener los resultados de los análisis microscópicos. Sé que se van a llevar una decepción porque yo también estoy defraudada.

– Janice me explicó algo de ese caso -repuso Jack-. ¿No encontraste ningún coágulo?

– ¡Nada!

– ¿Y el corazón?

Laurie lo miró directamente.

– El corazón, los pulmones y los principales vasos sanguíneos eran completamente normales.

– Apuesto a que descubres algo en los conductos del corazón, o puede que un microcoágulo en el cerebro. ¿Tomaste las oportunas muestras para Toxicología? Yo me inclino por lo segundo.

– Lo hice -contestó Laurie-. Y también tuve en cuenta que había recibido anestesia menos de veinticuatro horas antes.

– Bueno, lamento que tu caso haya sido una decepción. Los míos han sido todo lo contrario. La verdad es que debo decir que fueron divertidos.

– ¿Divertidos?

– En serio. Los dos acabaron siendo lo contrario de lo que todos pensaban.

– ¿Cómo es eso?

– El primero era el de esa famosa psicóloga.

– Sara Cromwell.

– En principio, se suponía que se trataba de un asesinato consumado tras una agresión sexual.

– Vi el cuchillo, ¿recuerdas?

– Eso fue lo que despistó a todo el mundo. No presentaba otras heridas y tampoco había sido violada.

– Entonces, ¿cómo es posible que toda la sangre que figuraba en el informe hubiera salido de esa única herida que además no era mortal?

– No salió de ella.

Jack miró a Laurie con una leve sonrisa de expectación, y ella se la devolvió. No estaba de humor para juegos.

– Bueno, ¿pues de dónde salió?

– ¿Alguna idea?

– ¿Por qué no te limitas a explicármelo?

– Pensaba que podrías adivinarlo con solo pensarlo un momento. Me refiero a que te fijaste en lo flaca que estaba, ¿verdad?

– Mira, Jack, si quieres contármelo, me lo cuentas y punto. De lo contrario, tengo que hacer una llamada.

– La sangre provenía de su estómago. Resulta que tenía una acumulación letal de alimentos en el estómago que le causó la ruptura del mismo y de la parte baja del esófago. Está claro que la infeliz sufría de bulimia y se pasó de la raya. ¿Puedes creerlo? Todos convencidos de que se trataba de un homicidio y resulta que fue muerte accidental.

– ¿Y qué pasa con el cuchillo que tenía clavado en la pierna?

– Ese era el verdadero problema, pero lo cierto es que fue una lesión autoinfligida, aunque no adrede. En sus momentos finales, mientras la pobre estaba vomitando y guardando el trozo de queso, resbaló en su propia sangre y cayó encima del cuchillo que sostenía. ¿No te parece demasiado? Te lo aseguro, este va a ser un caso estupendo para presentarlo en nuestras conferencias de los jueves.

Durante un momento, Laurie se quedó mirando la satisfecha expresión de Jack. El relato le había tocado una fibra sensible. Tras la muerte de su hermano, había pasado por una época de problemas con su autoestima que le había provocado anorexia y bulimia. Se trataba de un secreto que no había compartido con nadie.

– Y los dos casos siguientes fueron igualmente interesantes. Se trataba de un doble suicidio. ¿Has oído hablar del asunto?

– Vagamente -contestó Laurie, que seguía pensando en la bulimia.

– Pues en este caso tengo que reconocer el buen hacer de Fontworth -dijo Jack-. Siempre lo he considerado poco meticuloso, por decirlo suavemente; pero la otra noche hizo un trabajo impecable. En la escena del doble suicidio halló una gran linterna Mag-Lite en el asiento delantero del todoterreno, al lado de las víctimas, y fue lo bastante listo para traérsela con los cuerpos. También anotó que la puerta del conductor estaba entreabierta.

– ¿Qué importancia tiene la linterna? -preguntó Laurie.

– Mucha -repuso Jack-. Para empezar, deja que te diga que yo sospechaba algo desde el momento en que solo había una nota de suicidio. En los casos de doble suicidio, lo normal es que haya dos notas escritas, una por cada una de las partes. Es lo que tiene más sentido, teniendo en cuenta que es algo que hacen juntas. Sea como fuera, esa fue mi primera señal de alarma. Puesto que la nota que había era presumiblemente de la mujer, decidí empezar la autopsia con ella. Lo que esperaba encontrar era algo relacionado con toxicología, como alguna droga para dejarla inconsciente o algo parecido. No creía que fuera a dar con algo tan brutal, pero así fue: la mujer presentaba una profunda laceración en la frente, justo en la raíz del cabello, que se veía curiosamente curvada.

Jack hizo una pausa y volvió a mostrar su sonrisa.

– No irás a decirme que la forma de la laceración coincidía con la de la linterna.

– ¡Tú lo has dicho! ¡Una coincidencia completa! Según parece, todo fue un complicado montaje del marido que había preparado la escena del suicidio y seguramente escrito también la nota. Después de dejar inconsciente a su mujer de un golpe, la metió en el asiento del pasajero del todoterreno y puso en marcha el motor. Después, debió de volver a la casa para esperar. Cuando creyó que había transcurrido el tiempo suficiente, fue a comprobar que su mujer estuviera muerta; pero no tuvo en cuenta lo deprisa que uno puede sucumbir a los efectos del monóxido de carbono cuando su nivel es lo bastante alto. Al ponerse al volante cayó rápidamente inconsciente y acabó reuniéndose con su mujer.

– ¡Menuda historia! -exclamó Laurie.

– ¿No te parece irónico? Me refiero a que se suponía que debía ser un doble suicidio y al final acaba siendo un asesinato en el caso de la esposa y muerte accidental el marido. ¡Desde luego, la patología forense tiene sus sorpresas!

Laurie asintió. Recordaba claramente haber tenido la misma impresión al empezar el caso de sobredosis.

– Hasta el caso de la policía está resultando lo contrario de lo que se esperaba.

– Ah, ¿sí?

– Todos creían que se trataba de un homicidio justificado por parte de la policía ya que reconocía haberle disparado bastantes veces; sin embargo, Calvin me dijo que, por lo que han averiguado, se trató de suicidio. Han podido determinar que la víctima se disparó en el corazón antes de ser alcanzada por cualquiera de las balas de la policía.

– Eso apaciguará el barrio.

– Así debería ser -repuso Jack-. En cualquier caso, ha sido una mañana cuando menos de lo más interesante. Solamente quería contarte que esta mañana hemos tenido una serie de casos en los que las causas de la muerte han resultado lo opuesto de lo que todos creíamos. Dicho esto, ¿piensas salir a comer algo?

– No lo sé. No tengo mucha hambre y me queda mucho por hacer.

– Vale. Quizá nos encontremos abajo. Si no, nos veremos después.

Laurie se despidió de Jack con la mano antes de que este desapareciera por el pasillo y volvió su atención al número de teléfono del padre de Sean McGillin. Había confiado en que las causas del fallecimiento fueran naturales, un trombo letal o incluso una anomalía congénita; pero, dado que hasta ese instante no había descubierto nada parecido, empezó a acariciar la idea de que la causa pudiera haber sido accidental, como una imprevista complicación de última hora con la anestesia. Sin embargo, si el motivo resultaba ser lo contrario, como en los casos que Jack acababa de contarle, entonces estaría ante un caso de asesinato.


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