Laurie le dio vueltas a la idea. Parecía fuera de lugar, pero entonces pensó en Sara Cromwell y en cómo, apenas unos minutos antes, había creído inverosímil que su muerte hubiera podido ser debida a un accidente. La autopsia de Sean ya la había sorprendido con su falta de resultados. ¿Podía el caso sorprenderla una vez más? Lo dudaba, pero al mismo tiempo no se sentía capaz de descartarlo.
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A pesar de las aprensiones de Laurie en sentido contrario, la conversación telefónica con el doctor McGillin resultó sorprendentemente correcta, y el hombre aceptó con inesperada ecuanimidad que la autopsia no hubiera logrado determinar la causa de la muerte de Sean. Fue como si interpretara la información como un cumplido hacia su adorado hijo, un hecho que corroborara la noción de que el muchacho estaba realmente sano, por dentro y por fuera.
Habiendo esperado que la reprendieran ásperamente por no haber cumplido su promesa, Laurie se sintió aún más agradecida hacia el hombre que mantenía así la compostura. McGillin incluso le dio las gracias por sus desvelos en nombre de su hijo y por dedicarle tiempo en aquellos momentos de necesidad. Si Laurie ya había estado dispuesta a saltarse las normas al proporcionarle las causas de la muerte del muchacho, en aquellos momentos tomó la decisión de brindarle la información del modo que fuera.
Tras poner fin a su conversación con McGillin padre, Laurie pasó un rato dando vueltas al caso mientras miraba sin ver el tablón de corcho donde tenía pinchadas notas, recordatorios y tarjetas de visita. Intentó pensar en una forma de acelerar el proceso, pero tenía las manos atadas. No le quedaba más remedio que esperar los resultados de Maureen y Peter y confiar en que ellos responderían a su llamada.
El tiempo pasó sin que Laurie se diera cuenta. Riva llegó y la saludó mientras dejaba una pila de expedientes en su escritorio y tomaba asiento. Laurie le devolvió el saludo como un acto reflejo, sin volverse siquiera. Sus pensamientos habían vuelto a Jack, a su despreocupada e irritante jovialidad, y a lo que eso significaba para su relación. Aunque odiaba admitirlo, se le hacía cada vez más evidente que estaba contento de que ella hubiera decidido marcharse.
De un modo circular, los pensamientos sobre Jack la devolvieron al caso de Sean McGillin hijo al recordar sus comentarios acerca del modo en que la ciencia forense revelaba a veces unas causas de muerte muy distintas de las que parecían evidentes. Laurie consideró nuevamente la posibilidad de que el fallecimiento de Sean hubiera sido un asesinato. No pudo evitar acordarse de varios y horribles casos de asesinatos múltiples en instituciones hospitalarias, especialmente uno muy reciente que había quedado sin descubrir durante un plazo de tiempo inadmisiblemente largo. Semejante posibilidad no podía ser descartada a pesar de que reconocía que todas las víctimas eran gente mayor, crónicamente enferma, y que existía el indicio de un móvil, no por enfermizo menos impensable. Ninguna de las víctimas había sido un vigoroso joven de veintiocho años con toda una vida por delante.
A Laurie no le cabía duda de que un asesinato era sumamente improbable y no pensaba darle más vueltas, sobre todo porque el análisis toxicológico revelaría cualquier sobredosis de insulina, dioxina o cualquier otro compuesto letal parecido al relacionado con los asesinatos anteriores. Al fin y al cabo, para eso servían los análisis toxicológicos. En su mente, la muerte de Sean hijo había sido o bien natural -y eso era lo más probable- o accidental. Aun así, ¿qué haría si las pruebas de toxicología y del microscopio resultaban ser negativas? Se trataba de una preocupación razonable teniendo en cuenta que la autopsia había salido sorprendentemente limpia. Su experiencia le decía que era infrecuente no detectar algún tipo de patología, incluso tratándose de un joven de veintiocho años y aunque las anomalías no se relacionaran con el deceso.
Para preparar semejante eventualidad, Laurie necesitaba toda la información posible. Aunque lo normal en semejante caso habría sido esperar a que llegaran los informes de los laboratorios, decidió tomar la iniciativa y ganar tiempo. Descolgó el teléfono impulsivamente y llamó a la Oficina de Investigación Forense. Bart Arnold contestó al segundo timbrazo.
– Esta mañana me he ocupado del caso de un tal Sean McGillin -le dijo Laurie-. Se trataba de un paciente ingresado en el Manhattan General. Me gustaría conseguir una copia de su ficha hospitalaria.
– Estoy al tanto del asunto. ¿No te dimos todo lo que necesitabas?
– El informe del investigador forense está bien. Pero, para serte sincera, busco algo y no sé lo que es. La autopsia salió negativa y estoy un tanto desesperada. Hay ciertas limitaciones de tiempo que…
– Pasaré la solicitud de inmediato.
Laurie dejó el auricular mientras se estrujaba el cerebro con la esperanza de que se le ocurriera algo que pudiera serle de utilidad si todo lo demás fallaba.
– ¿Qué pasa? -preguntó Riva, que se había dado la vuelta en su silla giratoria tras escuchar la conversación de Laurie con Bart-. Te di los casos más sencillos porque sabía lo cansada que estabas. Lo siento.
Laurie aseguró a su compañera de despacho que no tenía por qué disculparse y reconoció que quizá estuviera buscando problemas donde no los había con tal de no obsesionarse con su vida amorosa.
– ¿Quieres que hablemos del asunto?
– ¿Te refieres a mi vida amorosa?
– Me refiero a Jack y a lo que has hecho esta mañana.
– No en especial -contestó Laurie haciendo un gesto con la mano como si espantara una mosca inexistente-. No hay mucho que decir de lo que tú y yo no hayamos hablado hasta cansarnos. La verdad es que no quiero verme atrapada en una relación que no conduce a ninguna parte, que es con lo que me he estado conformando estos últimos años. Quiero formar una familia, así de simple. Supongo que lo que me fastidia en el fondo es que Jack sea tan capullo y siga comportándose con su maldita jovialidad.
– Me he fijado -asintió Riva-. No creo que esté fingiendo.
– ¿Quién lo sabe? -repuso Laurie, riéndose de sí misma-. ¡Mira que soy patética! En fin, deja que te cuente lo del caso McGillin.
Rápidamente, Laurie le relató toda la historia, incluyendo los detalles de la conversación que había mantenido con los padres y con Jack.
– No será un caso de homicidio -dijo Riva tajantemente.
– Lo sé -convino Laurie-. Lo que me preocupa en este momento es no haber sido capaz de estar a la altura de la promesa que hice a ese matrimonio. Estaba tan convencida de que podría decirles hoy mismo qué había matado a su hijo… En cambio, mírame ahora, cruzada de brazos y a la espera de lo que digan Maureen y Peter. Mi impulsividad me ha hecho quedar como una tonta.
– Si te sirve de consuelo, en mi opinión Jack estaba en lo cierto al decir que las pruebas microscópicas eran la clave. Creo que descubrirás alguna patología en el corazón, especialmente con un historial familiar de altos niveles de LDH y dolencias cardíacas.
Laurie estaba a punto de mostrar su conformidad cuando sonó el teléfono. Dándose la vuelta, contestó esperando que se tratara de algún tipo de información relacionada con cualquiera de sus casos, puesto que de eso trataban la mayoría de las llamadas que recibía. Sin embargo, sus cejas se arquearon por la sorpresa. Cubrió el micrófono con la mano y susurró a Riva:
– ¡No te lo vas a creer! ¡Es mi padre!
El rostro de su amiga reflejó la misma sorpresa, y le hizo urgentes gestos para que averiguara el motivo de la llamada: Laurie solo mantenía contacto telefónico con su madre, y rara vez en horas de trabajo.
– Lamento molestarte -dijo el doctor Sheldon Montgomery. Hablaba con una voz cavernosa con un leve rastro de acento inglés aunque nunca había vivido en Inglaterra.