– Vale. Me acuerdo del caso. Un auténtico embrollo. En la autopsia no encontré nada de nada, y las pruebas microscópicas tampoco me dieron donde agarrarme. Tengo el expediente en mi mesa a la espera de que Toxicología me diga algo. De lo contrario me veré obligado a firmar que se trató de una fibrilación ventricular espontánea o una muerte cardíaca fulminante que fue tan repentina y total que no dio tiempo a que se desarrollara patología alguna. Naturalmente, eso significa que, fuera cual fuese la causa que lo provocó, desapareció por arte de magia. De una manera u otra, el corazón se detuvo. Quiero decir que no pudo ser que se le interrumpiera la respiración, porque no había señales de cianosis. -Hizo un gesto de impotencia con las manos.
– ¿De modo que las pruebas del microscopio no detectaron nada en los conductos coronarios?
– Casi nada.
– ¿Y el músculo cardíaco parecía normal? No sé, ¿no había señales de nada que hubiera producido arritmia? ¿No había indicios de inflamación?
– Nada de nada. Era perfectamente normal.
– ¿Te importaría si esta tarde me acerco para echarle un vistazo al expediente?
– En absoluto, pero ¿a qué viene tanto interés? ¿Cómo te enteraste?
– Me lo dijo Janice -contestó Laurie-. Me interesa porque ayer tuve un caso sorprendentemente parecido. -Se sintió culpable por no mencionar los otros dos casos, pero no lo hizo por una razón: sus sospechas de que podían estar relacionados eran simple especulación; además, en esos momentos no podía evitar sentirse la dueña exclusiva de lo que empezaba a creer que se trataba de algún tipo de serie.
Salió de la sala de identificación y bajó en busca de Marvin. Lo encontró en el despacho. Tal como había esperado, estaba vestido con su ropa de trabajo.
– ¿Listo para el baile? -le preguntó Laurie, impaciente por comenzar.
– Cuando digas, hermana -contestó Marvin como si se estuviera repitiendo la escena del día anterior.
Laurie le dio el número de identificación de Darlene Morgan antes de entrar en el vestuario para cambiarse. Estaba nerviosa. Era la primera vez en su carrera como forense que deseaba no encontrar nada en una autopsia porque eso significaría que el caso de Darlene Morgan sería igual que los de McGillin, Moskowitz y Nogueira. Cuanto más tiempo le dedicara a la idea de la serie, mejor sería la distracción y menos ocasión tendría para sus problemas personales.
Salió del vestuario, fue hasta la sala de almacenamiento y recogió su batería de la fila de cargadores. Un cuarto de hora más tarde se había puesto el traje lunar y entraba en el foso después de haberse lavado las manos y puesto los guantes. Solo había un caso en marcha, y no tuvo ninguna dificultad en distinguir a Jack y a Vinnie, puesto que este era bastante más bajo y menos corpulento. Jack miraba a través de la lente de una cámara montada en un trípode. Laurie intentó no mirar el pequeño y desnudo cuerpecillo extendido sobre la mesa, y parpadeó con el destello del flash.
– ¿Eres tú, Laurie? -preguntó Jack enderezándose y volviéndose hacia ella en respuesta al ruido de la puerta al cerrarse.
– Sí -contestó Laurie. Al no encontrar a Marvin en la sala, se dio la vuelta para mirar a través del cristal alambrado de la puerta que daba al corredor. Marvin se acercaba tirando de una camilla. Por detrás la empujaba Miguel Sánchez, otro de los técnicos. Laurie supuso que habrían tenido algún problema. Marvin era supereficiente y siempre la esperaba con todo listo.
– Ven, acércate -le dijo un alterado Jack-. Quiero enseñarte algo. ¡Este caso es realmente algo serio!
– Estoy segura -contestó Laurie-, pero creo que prefiero que me lo expliques cuando hayas terminado. Ya sabes que las autopsias de niños no son mi fuerte.
– Estoy casi convencido de que este caso es como los de ayer -dijo Jack-. Estoy seguro en un noventa por ciento de que las causas de la muerte van a sorprender a todo el mundo. Te lo digo, ¡es de libro!
A pesar de su renuencia a ocuparse de niños en la sala de autopsias, la curiosidad profesional la hizo acercarse. No sin cierta dificultad se obligó a mirar a la desdichada criatura. Tal como Riva le había dicho, la pobre niña aparecía magullada, lacerada y quemada por todo el cuerpo, incluyendo el rostro. Lo terrible de la imagen hizo que Laurie se tambaleara, como si se hubiera mareado, y tuvo que plantar bien los pies en el suelo para mantener el equilibrio. Oyó que la puerta se abría a su espalda y el chirrido de las ruedas de la vieja camilla al ser introducida en la sala.
– ¿Qué te parece si te digo que todas las radiografías que le hemos hecho a este cuerpo no han revelado fracturas de ningún tipo, ni recientes ni antiguas? -le preguntó Jack-. ¿Influiría eso en tu enfoque?
– No especialmente -dijo Laurie.
Intentó mirar a Jack a los ojos, pero con las luces reflejándose en su máscara de plástico le resultó difícil. No se habían visto ni hablado desde hacía casi veinticuatro horas, y cuando se habían encontrado por la mañana, ella había esperado que hiciera algo más que representar su alegre y profesional papel de siempre.
– ¿Y si te dijera que además de que las radiografías son normales su frenillo está intacto?
– Eso desde luego no pondría en duda lo que estoy viendo -repuso Laurie. A pesar de su repugnancia, se inclinó para ver de cerca las lesiones, especialmente donde Jack había practicado una pequeña incisión en una de las abrasiones. No había ni sangre ni edema. Entonces, supo de repente a qué se refería Jack al señalar los indicios que sugerían que los pretendidos malos tratos no eran tales-. ¡Parásitos! -exclamó de repente, enderezándose.
– ¡Que alguien dé un premio a esta chica! -exclamó Jack como un animador de feria-. Como era de prever, la doctora Montgomery ha corroborado expertamente mis impresiones. Naturalmente, Vinnie, aquí presente, no está convencido; de modo que me ha apostado cinco pavos a que no encontraremos evidencia específica de muerte por asfixia cuando hagamos la autopsia interna, y todos sabemos lo que eso implicaría.
Laurie asintió. Existía más de una probabilidad de que la criatura que tenía delante hubiera muerto del Síndrome de Muerte Infantil Repentina, que en las autopsias aparecía como fallecimiento por asfixia. A pesar de que, a primera vista, había pensado que las lesiones externas habían sido infligidas antes de la muerte, en esos momentos creía probable que hubieran sido ocasionadas por una diversidad de alimañas como arañas, cucarachas y probablemente también ratones. Si así se demostraba, entonces la muerte pasaba de considerarse homicidio a ser accidental. Naturalmente, aquello no disminuía la tragedia que suponía la pérdida de una criatura; pero, desde luego, tenía implicaciones totalmente distintas.
– Bueno, será mejor que me dé prisa con esto -dijo Jack mientras desmontaba la cámara del trípode-. Esta niña ha sido víctima de la pobreza, no de malos tratos. He de hacer que sus padres salgan de la cárcel. Mantenerlos en ella es como añadir el insulto a la bofetada.
Intentando olvidarse del desengaño que le había provocado la aparente indiferencia de Jack, Laurie se dirigió a la mesa de autopsias donde Marvin estaba alineando la camilla. Por otra parte, tampoco podía dejar de preguntarse si el caso de Jack no era otro aviso subliminal para recordarle que las cosas no eran siempre lo que parecían a simple vista.
– ¿Has tenido algún problema? -le preguntó a Marvin cuando los dos técnicos hubieron colocado el cuerpo en la mesa, y este dejó colocada la cabeza de la difunta en un bloque de madera.
– Un pequeño tropiezo -reconoció Marvin-. Mike Passano debe de haber apuntado mal el número del compartimiento. De todas maneras, con ayuda de Miguel no tardé en localizar el cuerpo. ¿Alguna petición especial para el caso?
– No debería presentar complicaciones -contestó Laurie mientras comprobaba el nombre y el número de entrada-. En realidad espero que sea un calco del primero que hicimos ayer.