– Mary, en las calles de Londres la fortuna siempre me acompaña. Disfruto de una vida encantadora en la ciudad.

– Señor Ireland, ¿piensa que mi hermano está en su sano juicio?

– Si su experiencia ha sido ésa… A otros les resulta más ardua.

***

Hacía varios meses, William había ido a caminar por la orilla del Támesis, justo debajo del Strand; eran las tres de la madrugada y había marea alta. A menudo iba a esa hora para disfrutar del sonido y el discurrir del agua con la marea creciente. Le generaba esperanzas. Junto a la orilla había visto a un hombre que se quitó las botas y el pantalón. Sus intenciones eran inequívocas.

– ¡Aguarde un momento! -De forma instintiva William se acercó corriendo al desconocido-. ¡Espere!

Era joven, tenía más o menos la edad de William. Temblaba de frío. Masculló algo que William casi no entendió; le pareció un pasaje del Nuevo Testamento, pero no estuvo del todo seguro. Ireland cogió al joven del brazo, pero éste se apartó con brusquedad y anunció:

– Eche un buen vistazo a mi cara porque no volverá a verla.

Dio la impresión de que el desconocido saltaba hacia atrás. Cayó al agua y flotó unos segundos; mientras flotaba sonrió a William. Desapareció enseguida. Por debajo de la superficie apacible, la poderosa corriente de la marea del Támesis lo absorbió. Fue tan súbito y fácil que William experimentó el extraño deseo de hacer lo mismo.

***

William volvió a recordar aquella sensación mientras estaba en compañía de Charles y Mary Lamb en Laystall Street.

– Me he quedado más tiempo del que corresponde -reconoció William, y se puso en pie-. Sin duda, mi padre me está esperando.

– ¿Volverá? -preguntó Mary, y se volvió hacia su hermano-. El señor Ireland ha prometido que me mostrará más papeles de Shakespeare, escritos de su puño y letra.

William se retiró en silencio, para no despertar al señor Lamb, y se detuvo con Charles en la puerta.

– ¿Con quién se enfrentó? ¿Con un pilluelo?

– No llegué a verlo.

Como si estuviera muy cansado, Charles se apoyó en la puerta.

– ¿Había bebido?

– Me temo que sí.

– Señor Lamb, debería ser más cuidadoso. -William reparó en que estaba representando el papel de Mary-. De noche las calles no son seguras.

– Señor Ireland, siempre que pienso en la noche me acuerdo de los gatos en los patios.

CAPÍTULO IV

Tres semanas después de los acontecimientos de esa noche, Mary Lamb decidió internarse por Holborn Passage. Desde aquel encuentro, con frecuencia se había imaginado a William Ireland entre los libros, y en su mente se había convertido en una figura de cierto interés. Los amigos de Charles eran demasiado ruidosos y hablaban hasta por los codos. William se mostraba más sensible. Poseía un mayor refinamiento de espíritu o, al menos, eso era lo que la joven suponía. Se le aceleró la respiración cuando se acercó a la librería y leyó el letrero que colgaba sobre la puerta: «Samuel Ireland, librero». Pasó junto a la ventana salediza y había decidido seguir deprisa su camino cuando del interior llegó una estentórea carcajada semejante a un bramido. Se detuvo, se volvió y observó cómo un hombre mayor palmeaba la espalda de William en presencia de un tercero. William reparó en su presencia, como si la estuviera esperando, y se dirigió con diligencia a la puerta.

– Señorita Lamb, ¿por qué no entra? Nos ha encontrado por casualidad.

Casi contra su voluntad, Mary se vio obligada a entrar en la librería; no le gustaba reunirse con gente a la que no conocía. Reconoció a Samuel Ireland por el parecido con su hijo y, en medio de un arrebato de desconcierto, acabó por estrechar la mano del anciano caballero, que aún no había abandonado su expresión risueña.

Samuel se dirigió a ella:

– Señorita Lamb, encantado de conocerla. Por lo que veo, el señor Malone ya se ha presentado. A buen seguro, está enterada de su erudición. Señorita Lamb, le garantizo que hemos encontrado una joya.

– Padre, es algo más precioso que cualquier joya.

– Fíjese en esto. -Samuel Ireland sostuvo un disco de lacre rojo, con los bordes ligeramente descoloridos-. Es su sello.

– Es su estratagema -acotó el anciano.

– Es lo que nos ha explicado, señor Malone. -Samuel Ireland todavía sonreía a Mary, pero a la joven no le dijo nada su actitud triunfal-. Si fuera tan amable, estaría muy bien que repitiese las explicaciones.

Acercó el sello a Mary para que lo estudiase y Malone acortó distancias a fin de explicarle los detalles. La muchacha reparó en la acidez de su aliento de viejo.

– Esto es el estafermo. -Mary vio un palo colgado de una barra, con un saquillo en un extremo-. Se trata de un instrumento de justas y torneos que da vueltas. El jinete cabalgaba hasta el estafermo y lo golpeaba con la lanza o el instrumento lo golpeaba. ¿Comprende el significado y la importancia del sello? Lo siento, pero no he oído su nombre. «Shake» y «spear», literalmente «sacudir» y «alancear», como el estafermo. Fíjese en esto. Aquí están las iniciales.

En la base del sello Mary distinguió una uve doble y una ese corrientes. En ese momento comprendió el regocijo y el buen humor de los presentes.

– Es probable que lo utilizase para la correspondencia -comentó William- y para documentos de teatro. El señor Malone ha tenido la amabilidad de identificarlo. Es el autor de un índice de las obras de teatro de Shakespeare.

Malone vestía chaleco de seda de color verde brillante, del que extrajo una pequeña libreta de papel encuadernado. Se volvió hacia el padre de William y afirmó:

– Necesitamos algo más que el objeto propiamente dicho. Señor Ireland, necesitamos la fons et origo.

– ¿Cómo dice, señor?

– Me refiero a la procedencia, al origen.

Samuel Ireland miró a su hijo y Mary reparó en que William negaba de inmediato con la cabeza.

– Señor Malone, no tenemos derecho a…

– ¿Se trata de un cliente?

– No estoy autorizado a responder.

– En ese caso, lo siento mucho. Es imprescindible conocer la fuente de los tesoros.

Samuel Ireland no hizo caso del comentario de Malone y cogió a Mary del brazo.

– Señorita Lamb, ¿ha visto la escritura?

– ¿Qué escritura?

– Padre, me he limitado a mencionar su existencia.

– Con eso no es suficiente. La señorita Lamb debería verla. William me ha dicho que admira usted todo lo que tiene que ver con Shakespeare.

– Desde luego. Lo admiro profundamente.

– Pues aquí tiene. -Mary se sobresaltó al percatarse de que el padre de William se parecía lejanamente a un buhonero. No era así como había imaginado a la familia del muchacho-. Señorita Lamb, ésta es la pieza auténtica. -Extendió un rollo de papel vitela y, con gran delicadeza, lo acarició con el índice-. Es de primera calidad.

– Lo he analizado a conciencia -informó Malone. Mary se dijo que la boca del anciano volvía a acercarse con peligro-. Es la misma letra. No me cabe la menor duda.

A falta de algo mejor, Mary replicó:

– Estoy muy satisfecha.

William reparó en la turbación de la joven.

– Señorita Lamb, ¿me permite acompañarla durante una parte del camino?

– Sí, por supuesto.

Tras una apresurada despedida, William la condujo hacia el frescor reconfortante de Holborn Passage.

– Lamento haberla puesto nerviosa -se disculpó William-. Mi padre y el señor Malone se dejaron llevar por el entusiasmo.

– Señor Ireland, no es necesario que se disculpe. El entusiasmo no tiene nada de malo. Lo que ocurre es que noto la falta de aire.

Pasaron en silencio junto al tenderete del fabricante de flores artificiales, que siempre se instalaba en la esquina de Holborn Passage con King Street.


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