De modo que estaba algo nerviosa cuando se dirigieron al dormitorio de invitados, con los ojos como platos cuando él entró detrás de ella en la suite y se aflojó la corbata y cerró la puerta antes de proceder a desabrocharse los botones de la camisa. La costumbre, eso era todo; no había hada sexual en ello. Pero no podía dejarlo continuar.
—El baño —dijo ella con firmeza mientras lo señalaba.
—Bien —Nick agarró su bolsa de aseo y se metió en el baño sin mediar palabra.
Una semana. Podría ser profesional, se decía ella; lo conseguiría.
Hallie miró la cama de reojo. ¿Cómo diablos iba a hacerlo?
Cuando él terminó en el baño y Hallie entró y se puso su camiseta y los boxers de Mickey Mouse, lo tenía todo pensado. Afortunadamente, Nick todavía no se había metido en la cama. Estaba de pie en la ventana: una silueta oscura recortada en el cielo de la noche. Si le había parecido que estaba guapo con traje, no era nada comparado con lo bien que estaba con aquellos boxers negros tan apretados.
—Yo me acostaré en el suelo —dijo él.
—No puedes acostarte en el suelo. Está demasiado duro. De todos modos, tengo un plan —Hallie se acercó a la cama y empezó a colocar cojines en medio de la misma.
—¿Éste es tu plan? —preguntó Nick con cierto escepticismo.
—Ésta —dijo mientras se afanaba en colocar los cojines —es la Gran Muralla China. Tú eres la horda mongola y yo las mejores tropas del emperador.
Le pareció como si estuviera a punto de echarse a reír, pero al ver la mirada de Hallie debió de decidirse por lo contrario.
—Bueno, eso no parece muy justo —dijo él finalmente—. ¿Por qué no puedo ser yo las mejores tropas imperiales y tú los bárbaros?
—Bien. Sólo quédate en tu lado de la muralla, ¿de acuerdo?
—Defenderé esta muralla con la vida —bromeó Nick.
—Como sea.
Eso le enseñaría a mezclar metáforas con un maestro en videojuegos. Ella se metió debajo de la sábana y se tumbó. Momentos después, Nick se acercó a ella y la cama se hundió bajo su peso. Su plan funcionaba. Y entonces la cabeza y el torso de Nick aparecieron por encima de los cojines, que desbarató involuntariamente con el codo.
—Las tropas del emperador pueden subirse a la muralla, ¿no? Creo que debo patrullarla.
—Confía en mí, no tienes por qué patrullar la muralla. No está ocurriendo nada en tu lado esta noche; no está ocurriendo nada en la frontera norte. Duerme un poco.
Él desapareció tras la muralla de cojines para volver casi inmediatamente.
—¿Ningún grupo de asalto?
—No. No hay nada en tu lado de la muralla que quieran los bárbaros.
Eso era mentira. Sabía de hecho que había enormes tesoros que desenterrar a tan sólo unos cojines de distancia.
—Aquí está el problema —dijo Nick—. Jamás he dormido en la misma cama con una mujer sin acostarme con ella, a ver si me entiendes. Siento como si debiera estar haciendo algo.
—Duérmete. Piensa en la muralla.
Ella, sin embargo, se iba a pasar el resto de la noche fantaseando sobre qué era lo que él pensaba que debería hacer.
—¿Y tú, has dormido alguna vez con un hombre sin acostarte con él? —le preguntó él.
—Sí.
¿Contaría compartir tienda cuando se había ido de acampada con un hermano de nueve años?
—No es difícil —añadió Hallie.
—De eso nada —dijo él—. Es extremadamente duro. Un grupo de asalto ya lo sabría.
A Hallie se le encogió el estómago y se estremeció mientras trataba de no imaginarse precisamente qué parte de Nick estaba dura.
—Enviar un grupo de asalto al otro lado de la muralla sería un suicidio —respondió ella.
—¿Y si te invitara para hacer unas negociaciones de paz?
—¡Ja! No pienso caer en la vieja trampa.
—No puedo creer que pensaras alguna vez que este plan fuera a funcionar —dijo él mientras el último cojín se caía de la cama.
—Bien, entonces yo dormiré en el suelo.
—No puedes dormir en el suelo. Es muy duro.
—Pues duérmete antes de que te estrangule —le gritó ella.
Hallie permaneció un rato en silencio.
—Estás incitando deliberadamente a la horda mongola, ¿verdad?
—¿Y está funcionando?
—No —ahuecó el almohadón hasta dejarlo como a ella le gustaba y le dio la espalda adrede—. La horda mongola conoce tus trucos.
Hallie oyó su risa ronca y sexy seguida de un crujido de sábanas.
—Buenas noches, señora Cooper.
Y mucho, mucho tiempo después, cuando el ritmo regular de su respiración le dijo que Nick se había dormido, ella respondió.
—Buenas noches, Nicholas.
Capítulo 4
Nick despertó antes de que amaneciera junto a una Hallie que dormía acurrucada a su lado. Le tenía la cabeza pegada al hombro, el brazo en el pecho y la piernas enredadas con las suyas; y no se veía ningún cojín por ningún sitio. Y lo que era más importante, se dijo no con poca satisfacción, era que ella estaba en su lado de la cama; lo cual significaba que, técnicamente, había sido ella quien había llevado a cabo la invasión. Tenía el cuerpo relajado, la respiración lenta y regular. La horda mongola era vulnerable. La cuestión era qué iba a hacer él al respecto.
Un caballero se levantaría de la cama sin despertarla y se metería en la ducha Un mujeriego la llenaría de besos, la penetraría y le daría placer hasta saciarla y después la llevaría en brazos a la ducha
Difícil elección.
Seguía debatiéndose entre una u otra cosa cuando sintió que ella se movía un poco. Sus piernas largas y suaves se enredaron un poco más con las suyas y su mano le trazó un pausado camino desde el pecho al estómago, provocándole un estremecimiento de placer que lo recorrió de la cabeza a los pies. Incluso dormida sabía qué hacer para que él le prestara toda su atención. Entonces ella dejó la mano quieta.
Nick sintió que se ponía toda tensa, la oyó aspirar con fuerza. Estaba despierta.
—Buenos días —le dijo él en tono sensual, aunque a esas horas en las que la plateada oscuridad aún los envolvía, era discutible.
Ella se apoyó sobre un codo, miró a su alrededor con aturdimiento y le dio sin querer con la rodilla en la entrepierna.
—¡Ay! —Nick cerró los ojos y se quedó sin aire.
La fantasía se había disipado en un segundo.
—Lo siento —Hallie retiró la rodilla—. ¿Qué ha pasado con los cojines?
—Mira al suelo —dijo mientras continuaba medio encogido.
No sabía si estaba en el cielo o en el infierno, no se decidía. Como pudo, se apoyó sobre un codo y miró hacia el otro lado de la cama.
—Sí, ahí están.
—¡Ah!
Ella se quedó mirándolo; la mano que tocaba su entrepierna se quedó completamente inmóvil.
—Estás apoyado sobre los codos —dijo Hallie.
—¿Y qué?
—Que si tienes los brazos aquí arriba, mi mano está
Nick vio que abría los ojos como platos y se ponía colorada.
—¿Entonces no te he estado dando palmadas en el brazo? —preguntó Hallie.
—No —Nick se recostó en el cabecero de la cama, divertido, excitado y curioso por saber qué haría ella después—. No es mi brazo.
No sólo tenía las mejillas coloradas, sino toda la cara, el cuello y el pecho. Tenía los ojos bajos, fijos en la sábana. Pero fue su mano lo que le llamó la atención a Nick; sobre todo porque no la había retirado de donde la tenía.
—No pensé que las de este tamaño fueran reales —dijo ella finalmente—. Creía que eran mitos urbanos.
—Ésta es de verdad —Nick ahogó un gemido al sentir su mano deslizándose hacia la punta.
—¿Te la has medido?
Era un hombre. Por supuesto que se la había medido.
—No es tan grande —respondió él—. No te dejes apabullar.
—¡Ja! Para ti es fácil decirlo —cuando le tocó la punta deslizó de nuevo la mano hacia la base—. ¡Mide por lo menos veintidós centímetros! —exclamó ella en tono de acusación.
—No llega —la corrigió él, que no pudo menos que arquear su cuerpo en su mano con un gemido de puro placer.