—¡Nick! ¡Se ha ido!

—¿Quién se ha ido? —él tenía los ojos entrecerrados y la voz quebrada, pero parecía que había caído en la cuenta—. ¡Ah, sí, él! —dejó de acariciarla y se estremeció mientras trataba de dominarse—. Sí, dame un segundo.

Ningún problema. A ella tampoco le iría mal disponer de un momento para recuperar la compostura; por no hablar de unos cuantos metros más de espacio vital.

Él la soltó, le dejó un poco de espacio, pero sus caricias la habían excitado y sus pechos ardían por sentir de nuevo sus manos y sus labios. Medio cegada de frustración, se tambaleó hacia el centro de la habitación. Entonces se detuvo.

El suelo era de un mármol rosa muy pálido con alguna veta gris, los muebles de cerezo con incrustaciones de madreperla y los accesorios eran rojos, no rojo oscuro ni apagado, sino de un rojo alegre: las alfombrillas, las cortinas, la cama Sin duda la cama era roja y tenía cojines suficientes junto al cabecero como para repartir por toda la casa.

—Creía que habías dicho que había también un sofá —dijo ella finalmente.

—Lo había —dijo Nick con expresión de extrañeza—. En esa pared.

Pero en ese momento ya no había sofá. Lo que sí que había era una cama; una enorme cama roja.

—Para los chinos el rojo es el color de la suerte —dijo Nick—. Se supone que trae buena suerte.

—Bien —murmuró ella.

Porque desde luego la iban a necesitar cuando se tratara de compartir la cama.

—¿Te importa si me ducho primero?

—Adelante —Nick le hizo un gesto hacia la puerta que tenía a la derecha.

El baño también era de mármol, con grifos dorados, toallas rojas y la ducha de mamparas de cristal más grande que había visto en su vida. En el cubículo había dos cabezas de ducha. Dos, la una al lado de la otra; y ese detalle le llamó la atención como lo había hecho la cama del dormitorio.

—O podríamos ducharnos juntos y ahorrar tiempo —dijo él desde la puerta.

¿De verdad pensaba que si se desnudaban y mojaban juntos ganarían tiempo? Ella le echó una mirada significativa. Estaba apoyado contra el marco de la puerta, sonriéndole de medio lado y observándola con mirada intensa.

No, eso tampoco lo pensaba.

Nick conocía a las mujeres. Conocía el tacto de sus cuerpos, de sus labios, tanto entre sus brazos como en su cama. Y sobre todo le encantaban las mujeres, a quienes también solía gustar. Pero jamás había conocido a una mujer que lo afectara igual que Hallie Bennett. Si cuando la tenía cerca casi no se acordaba de su nombre, ¿cómo iba a pensar siquiera en el trato que habían hecho?

Si era divertida muchas otras lo eran.

Si era bella había muchas mujeres bellas en el mundo.

¿Pero desde cuando había deseado mirar siempre a la misma mujer, para no perderse detalle de ella? Desde cuando lo había distraído una mujer de su trabajo y de los objetivos que había trazado para la empresa? ¿Y desde cuándo había tenido una mujer esa clase de poder sobre él? Desde nunca. Por eso no le gustaba; no le gustaba ni un pelo.

Hallie Bennett estaba allí para resolver sus problemas con las mujeres, con la hija de John Tey para ser más exactos, no para causarle más problemas.

Cuando ella salió del baño, elegante y acicalada con un vestido verde musgo, él estaba francamente irritado. De poco le servía saber que su manera de pensar era poco razonable, o que ella estaba haciendo lo que habían acordado desde un principio. Desde luego le sirvió de muy poco que supiera lo que le pasaba con sólo mirarlo.

—Elige un tema, cualquier tema —le dijo ella airadamente—. Religión, política, lo que tú quieras. Estoy segura de que podemos no estar de acuerdo en algo.

—Deportes —dijo bruscamente.

No conocía a ninguna mujer que pudiera hablar con lógica cuando se trataba de los deportes.

—Por supuesto, sólo hay un deporte de verdad y es el fútbol americano —afirmó ella con convencimiento.

—El fútbol —la corrigió él.

—Como sea. Yo apoyo al equipo de Brasil.

—¿Porque ganan?

—No —ella entrecerró los ojos pensativamente—. Estoy bien segura de que tiene algo que ver con el uniforme verde y dorado.

—¿Apoyas a Brasil por el color de su camiseta? —empezaban a entenderse—. Eso es una ridiculez.

—¿Preferirías que apoyara al equipo porque su juego es fascinante y porque de allí salen algunos de los mejores goleadores del mundo?

—Esto no.

Eso acabaría con todo el propósito de su conversación.

—Estoy intentando encontrar algo que no me guste de ti —añadió Nick.

—¡Ah! —sonrió con dulzura—. Y en cuanto a la ducha Me temo que he gastado todo el agua caliente.

—Mmm.

Ése no era tampoco el problema, pensaba él con pesar mientras sacaba sus cosas para afeitarse y se dirigía al baño. Una ducha fría era precisamente lo que necesitaba.

La ducha le cayó bien. Lo ayudó lo suficiente como para que al bajar se sintiera fresco, calmado y controlado. Lo conseguiría. Los dos, lo conseguirían. Ya era demasiado tarde para echarse atrás. Tenían que hacerlo.

John Tey llegó a casa del trabajo con Kai a su lado en el momento en que salían a la terraza, así que Nick le presentó a Hallie, que se portó adecuadamente y le aseguró a su anfitrión que Jasmine les había dado un buen recibimiento en su ausencia, que el viaje había sido bueno y que sí, que estaba encantada de estar allí en su casa; y todo ello lo expresó con tanto encanto que John Tey no se pudo resistir.

A los cinco minutos, Hallie había descubierto que su anfitrión cortaba su propio seto y que todas las mañanas pasaba una hora haciendo tai-chi; que era propietario de una colección de arte y que Jasmine pintaba sobre seda desde hacía años. Cinco minutos y Jasmine se estaba riendo, John se estaba riendo, e incluso el serio del chófer parecía haber bajado la guardia; y todo ello era obra de Hallie, que les encantó con su calidez, su ingenio y su entusiasmo por la vida. Ella se entusiasmaba con lo que fuera que tuviera que ofrecerle la vida, bien fuera un videojuego o un beso. Se entregaba a tope.

Y desde luego sabía besar.

—¿Coleccionas antigüedades? —le pregunto John cuando ella se agachó para examinar un caballito de jade que descansaba sobre un pedestal de mármol.

—Mi padre. John, esto es exquisito. Del arte primitivo de la dinastía Quing, ¿no? Nunca he visto ninguno en tan buen estado.

Nick se quedó asombrado de sus conocimientos. John sonrió por el elogio.

—Kai os llevará a algunas de nuestras galerías privadas por la mañana, si así lo deseas. Allí encontrarás piezas muy bellas. Tal vez incluso un recuerdo de tu estancia con nosotros.

—Tal vez —Hallie sonrió—. No quiero desbaratar los planes que tengáis, pero me encantaría ver también los adornos de Año Nuevo de la ciudad. Y la danza del león y tal vez comprar algunas naranjas

Jasmine asentía con la cabeza con vigor. John miró a su hija con cierto pesar.

—Mi hija también se ha ofrecido para enseñarte estas cosas. ¿Estaría bien mañana? —se volvió hacia Jasmine—. Puedes decirle a Kai cuándo queréis salir.

—Pero, padre, sin duda podemos ir solas.

—No.

Era la primera vez que Nick lo veía negándole algo a su hija y Jasmine se quedó en silencio.

—Kai os acompañará.

Jasmine agachó la cabeza asintiendo.

—Sí, padre.

—Entonces ya está —John era de nuevo el anfitrión encantador—. Vamos, Nick. Debes probar los rollitos de primavera. Los ha hecho Jasmine.

Para Hallie la velada transcurrió de un modo muy agradable y por ello se le hizo muy corta; el problema era que en cuanto tuvieran que retirarse a descansar, Nick y ella tendrían que enfrentarse a esa enorme cama roja. El sofá ya no estaba, de eso estaba segura y el suelo era de mármol. Ella no pensaba dormir en el suelo, ni esperaba que Nick lo hiciera. No. Tendrían que compartir la cama y todavía no sabía cómo pero iba a tener que dejar las manos quietas.


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