Hallie suspiró.

—Y no quiere decir que los tuyos no sean también bonitos —añadió Nick con cortesía.

—Los míos son de verdad—dijo ella en tono seco mientras le echaba una mirada de soslayo—. Totalmente reales. Por si acaso pregunta alguien.

—Estoy muy impresionado —sus ojos eran de un azul intenso y su sonrisa como la de un pirata—. Porque parece que están muy bien colocados. Creo que debería fijarme un poco mejor; o bien sentirlos de verdad. Yo tampoco soy una persona de expedientes.

—¿Está acaso viéndonos la hija de tu distribuidor?

Sin embargo sus palabras le habían provocado un leve cosquilleo y se le pusieron duros los pezones sólo de pensar en que él la tocara ahí.

—¿Acaso estamos en un sitio publico? —repitió ella.

—Tristemente, no —entrecerró los ojos y centró de nuevo su atención en la pantalla—. ¡Dios, me encantan las mujeres picantes!

¡Ay, Dios!

—¿Y qué hay en este juego para las chicas? —dijo ella apresuradamente—. Aparte de este mando de control tan chulo.

—Shang.

—¿Cómo?

—Shang. El principito paladín.

Nick volvió al menú principal y una figura masculina apareció en la pantalla. Tenía un corte de pelo irregular, una cara exótica, un cuerpo atlético y musculoso y tampoco se quedaba corto en el departamento de munición.

—¿Lleva una pistola en el bolsillo, o es que se alegra de verme?

En esa ocasión fue Nick quien suspiró.

—No me lo preguntarás en serio.

—Este es un juego, Nick. No tengo por qué tomármelo en serio.

—Tienes razón, no tienes por qué. He cometido un error. Soy yo quien debe tomárselo en serio. Mi gente se ha pasado tres años desarrollando este programa, Hallie y ahora soy yo quien debe lanzarlo al mercado. No puedo permitirme cometer ningún error. Sobre todo con John Tey ni con su hija. Ahí es donde entras tú.

—Llámame ingenua para los grandes negocios, pero creo que mentirle a un posible futuro socio en los negocios sobre tu estado civil es un error —Hallie se sintió obligada a señalar.

—Pareces la voz de mi conciencia —murmuró él—. Si tienes un plan alternativo, cuéntamelo.

—Qué pena.

Parecía cansado y melancólico. Como si tener que engañar a John Tey no le hiciera gracia. De repente sintió lástima por él y sintió deseos de acercarse a donde estaba sentado en el sillón para consolarlo, de acariciarle el cabello brillante y despeinado, de acercar sus labios a los suyos y sentir cómo la pasión la recorría y el calor empezaba a aumentar mientras se deleitaba con aquella boca hábil y ¡Caramba! ¡Ya bastaba! Eso no era lástima Eso era deseo.

—¿Cómo? —él la miraba con extrañeza.

—Indigestión —dijo ella—. Creo que es algo de lo que he comido. Seguramente las almejas.

—Probablemente la situación en general —dijo él—. Entonces ¿qué vas a hacer, Hallie? ¿Aceptas o no?

Hallie vaciló, queriendo aceptar, decir que sí. Y no sólo por la aventura, por el dinero o por la emoción; sino para poder pasar más tiempo con Nick. El mismo Nick que estaba dispuesto a pagarle diez mil libras para que al final de la charada ella se marchara.

Una mujer sensata lo rechazaría en ese momento y se ahorraría el dolor de corazón, algo que sin duda acaecería a cualquiera que fuera lo suficientemente descuidada como para enamorarse de él. Una mujer inteligente suspiraría por ese bolso de Hérmes, incluso pasaría un par de minutos imaginándose cómo le quedaría colgando del brazo, pero al final no lo aceptaría. Eso era lo que debería hacer. Pero lo que dijo fue:

—Nick, ¿tú crees en el destino? ¿En la providencia?

—Sólo como último recurso. ¿Por qué?

—Creo que deberíamos dejar que decida el juego. Xia y Shank contra los marcianos. Si ganamos iremos a Hong Kong como marido y mujer. Si perdemos te lanzarás a las tiernas mercedes del señor Tey y te confesarás con él.

—No lo dirás en serio, ¿verdad?

Lo decía en serio.

—Trato hecho —dijo él cuando empezó el combate.

Dos tremendas horas después la suerte estaba echada: irían juntos a Hong Kong.

El teléfono de la mesilla de noche estaba sonando. Hallie se dio la vuelta y estiró el brazo para tantear la superficie de la mesa y contestar, porque no pensaba abrir los ojos a esas horas. Su velada con Nick no se había alargado demasiado, pero todavía no había amanecido, todavía estaba oscuro. Finalmente encontró el teléfono y descolgó.

—¿Sí?

—¿Puedes faltar al trabajo un par de horas esta tarde?

—¿Nick?

—Sí, soy Nick —respondió en tono impaciente.

—¿No podrías haber esperado a que se hiciera de día para decírmelo? —murmuró.

—Es de día. ¿Sigues en la cama?

Hallie suspiró y abrió los ojos para echar un vistazo a los números digitales de su despertador. ¡Las cinco de la mañana! Ay no, Nick era de ésos a quienes les encantaba madrugar. Le costaría digerir esa idea. Se apoyó el auricular en el pecho y aspiró hondo varias veces antes de volver a llevárselo a la oreja.

—Éste es el único día de la semana que libro y te lo advierto, más vale que esta llamada sea por una razón de peso. ¿Qué es lo que quieres?

—Decirte que tenemos una cita esta tarde a las dos en Tiffany's para comprar tus anillos.

—¿Anillos? —Hallie abrió los ojos como platos—. ¿En Tiffany's? ¿En Tiffany's, la joyería?

De pronto estaba completamente despierta.

—El anillo de compromiso y la alianza matrimonial. Será lo normal. El encargado de la tienda de Old Bond Road es amigo mío; me va a prestar unos anillos —dijo Nick—. Después de eso iremos de compras. Necesitas también ropa adecuada.

¿Iban a ir de compras? ¿Y eso lo decía un hombre?

—Eres gay ¿verdad?

—No —dijo en tono risueño.

—¿Has estado empinando el codo?

—Tampoco estoy bebido —dijo, esa vez con exasperación—. Nuestro modo de presentarnos en Hong Kong será importante y supongo que no tienes nada en el ropero que resulte adecuado para esta empresa.

—¿Adecuado en qué sentido? —dijo mientras pensaba en un sinfín de trajes de chaqueta y de sombreros redondos sin alas—. Me vas a vestir como si fuera Jackie Kennedy ¿verdad? ¡Tú sueñas con transformarme!

—Hasta este momento no —dijo en el mismo tono risueño—. Y tampoco estoy pensando en un estilo en plan Primera Dama; pero tampoco quiero que vistas a lo Marilyn Monroe.

Debería haberse sentido insultada. Se habría sentido insultada de no haber sido la diosa del sexo con quien él la había comparado.

—¿Quién va a pagar esta ropa?

—Yo. Tómatelo como un plus.

—Me encanta éste trabajo —dijo Hallie—. Desde luego que quiero hacerlo, Nick. A las dos en punto en la joyería. ¡Ah, y! ¿Nick?

—¿Sí?

Su tono de voz era magnánimo, indulgente. Como si ella hubiera reaccionado exactamente como lo hubiera hecho cualquier juguete.

—Tráete a tu madre.

Hallie llegó a la joyería a las dos en punto y vio que Nick y Clea ya la estaba esperando fuera; Clea, pensativa y Nick, sencillamente pagado de sí mismo.

—Hemos llegado un poco más temprano, de modo que ya hemos estado dentro —la informó Nick—. Stuart me ha prestado algunos anillos. Estoy seguro de que te gustará.

—¿Qué quieres decir con que estás seguro de que me gustarán? ¿Quieres decir que ni siquiera puedo entrar en la tienda y ojear yo misma las piezas? —Hallie se quedó mirándolo asombrada, segura de que estaría bromeando—. ¿Es que no necesitas ver si me sirven o no los anillos? ¿Y si el anillo que has elegido no me sirve?

—Toma, pruébate éste, querida —Clea le pasó uno de sus anillos, una banda ancha de diamantes cuadrados engastados en platino—. Hemos tomado éste como medida. Yo suelo tener buen ojo para estas cosas.

Hallie se puso el anillo en el dedo anular de la mano izquierda y se quedó mirándolo con consternación. Le quedaba perfectamente.

—¿Te queda bien? —le preguntó Nick, todo solícito—. Parece que sí.


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