—Sádico —respondió ella mientras le devolvía el anillo a Clea y con un último vistazo a uno de los lugares más conocidos de Londres, se dio la vuelta.

—¿Has podido tomarte la semana libre en el trabajo? —le preguntó Nick.

—Sí. La sobrina del dueño me va a sustituir —dijo Hallie, recordando la conversación de esa mañana con su jefa.

No había necesidad de contarte a Nick que si a la sobrina le gustaba trabajar en la tienda, ella se quedaba sin empleo. Aunque si todo iba como había planeado, no necesitaría ningún empleo de todos modos.

—¿Y qué hay de tu hermano? Con el que estás viviendo. ¿Sabe que te vas a Hong Kong?

—Aún no. Resulta que él va a estar fuera toda la semana que viene. Le dejaré una nota.

—Eso le gustará —aventuró Nick.

—Sí —Hallie esbozó una sonrisa deslumbrante—. ¿Y ahora adónde vamos?

Diez minutos después estaban a la puerta de una de las boutiques más exclusivas de Knightsbridge.

—¿Estás seguro de todo esto? —le preguntó Hallie en tono dubitativo.

Una cosa era comprarse unos cuantos trajes en alguna tienda de moda de rango medio y otra muy distinta gastarse un pastón en ropa de diseño para una semana.

—Estoy de acuerdo con que debo ir bien vestida, ¿pero de verdad necesitamos entrar en un sitio tan exclusivo como éste?

—No te preocupéis, querida —le dijo Clea—. Aquí me hacen un buen descuento.

—Ni lo sueñes —le susurró Hallie a Nick mientras se fijaba en el traje de chaqueta del escaparate—. Creo que debo advertirte que sigo teniendo pesadillas de la primera vez en la que mis hermanos me llevaron de compras. Sólo querían comprarme faldas de peto hasta los tobillos y suéteres de cuello alto; sombreros de ala ancha y

—Me parece muy sensato, querida. Esos sombreros, teniendo en cuenta lo peligroso que es el sol en Australia y la tez tan pálida que tienes —dijo Clea.

Hallie emitió un gemido de protesta. Y ella que había pensado que Clea sería una aliada en el tema de la ropa

—Lo que quiero decir es que me he pasado años peleándome para poder elegir mi propia ropa y no estoy por abandonar ahora —señaló a Nick con severidad—. Puedes decirme qué clase de estilo buscas, pero no te dejaré que elijas mi ropa por mí. ¿Estamos, o no?

—Bueno yo

—Y dicho eso, por supuesto que te voy a pedir tu opinión sobre la ropa que elija. No soy una mujer poco razonable. Si te gusta algo, puedes decírmelo.

—¿Y si no me gusta?

Hallie consideró su pregunta. A veces tenía una manera de pensar un poco antagonista.

—Seguramente será mejor que no digas nada —dijo por fin, antes de ponerse derecha y entrar en la tienda.

La boutique era elegante y discreta. La dependienta, que parecía recién salida de un salón de belleza, le quitó un poco el ánimo, aunque hubiera saludado a Clea con simpatía.

—Creo que tiene la talla treinta y ocho —dijo la dependienta después de dar una vuelta alrededor de Hallie.

—La cuarenta —la corrigió Hallie.

—En esta tienda, querida, tienes la treinta y ocho.

A Hallie le gustó más la mujer.

—¿Tienes algunas preferencias en el color?

—Me gustan todos los colores.

La mujer apenas pudo ahogar un estremecimiento.

—Sí, querida. ¿Pero acaso todos los colores casan contigo? Empecemos con el gris.

Hallie abrió la boca para protestar, pero la mujer no quiso saber nada de nada. Descolgó una chaqueta y una falda a juego de la percha y se los acercó con firmeza.

—Por supuesto, es la persona que lleva la ropa puesta quien le da color y vida a la prenda, pero creo que eso lo tienes cubierto de sobra.

—Mmm

Hallie tomó el traje y se lo enseñó a Nick.

—¿Qué te parece?

—No estoy seguro —dijo él—. Si te digo que me gusta, tal vez decidas comprarlo o tal vez no, dependiendo de si te gusta a ti o no. Sin embargo, si digo que no me gusta, te sentirás obligada a comprarlo, te guste o no a ti. ¿Tengo razón o no?

—Sí —dijo Hallie, que estaba a punto de sonreír—. ¿Entonces, qué te parece?

—Pruébatelo.

Cuando lo hizo, él entrecerró los ojos y adoptó una estudiada expresión de impasibilidad.

—¿No? —dijo ella—. Seguramente no será el estilo que buscabas.

—Sí —dijo él firmemente—. Lo es.

Aun así, ella vaciló.

—Es muy

—Elegante —dijo él—. Discreto. Precisamente lo que estoy buscando.

Elegante, ¿verdad? No era un término que acostumbrara a idear o utilizar cuando pensaba o hablaba de sus cosas. Había conseguido que le dieran la libertad de elegir su propia ropa casi con veinte años y típico de las adolescentes, se había tirado por las faldas cortas y los tops más brillantes y ceñidos. De acuerdo, desde entonces había madurado un poco, tenía algunos vestidos amplios en su ropero, pero lo cierto era que muy pocas veces veían la luz del día. Jamás, jamás, había llevado puesto nada tan elegante como aquello. El traje se ceñía a cada curva de su cuerpo y la tela le pareció suave y magnífica bajo sus dedos, como el cachemir, sólo que sin serlo. Incluso el color no estaba tan mal cuando uno se acostumbraba. Y sin embargo

—No me pega, ¿verdad? —dijo ella.

—Míralo como si fuera un disfraz —le dijo Nick—. Piensa en la esposa de un empresario.

—No conozco a ninguna esposa de ningún empresario —Hallie se dio la vuelta hacia Clea, que miraba afanosamente la ropa que colgaba de un perchero—. A no ser que tú seas una

—¡No! —exclamó enseguida Nick—. ¡No lo es!

—Es muy gris, ¿verdad, querida? —dijo Clea, que brillaba como la máquina tragaperras de un casino de Las Vegas con sus pantalones dorados y su blusa de chiffon rojo sangre moteada de psicodélicas espirales doradas.

—Más gris que una urna funeraria china —dijo Hallie con tristeza—. ¿Tienes algo un poco más alegre? —le preguntó a la dependienta.

—¿Qué te parece esto? —Clea levantó un vestido de verano de flores en tonos fucsia, lima y marfil—. Éste sí que es bonito.

—¿Por qué mi madre? —murmuró Nick—. ¿Por qué no podríamos habernos traído a tu madre?

—Murió cuando yo tenía seis años —dijo Hallie, que se volvió hacia Clea—. Eso me gusta —se lo colocó por encima y se dio la vuelta.

Nick la miraba con intensidad.

—Lo siento —dijo él en voz baja—. Dijiste que te habían criado tu padre y tus hermanos, pero no me di cuenta. Pruébatelo.

Y cuando lo hizo

—Se lo lleva —le dijo a la dependienta; entonces se volvió hacia Hallie—. Eso no es negociable.

—Afortunadamente para ti, estoy de acuerdo —dijo Hallie.

—Su padre tenía también un gusto excelente para la ropa —dijo Clea—. Bendito hombre.

Pero Hallie no estaba escuchando. Estaba mirándose al espejo, donde su reflejo le fruncía el ceño mientras giraba a un lado y al otro para mirarse bien. Finalmente, con las manos en las jarras, se volvió hacia Nick.

—¿Me hace gorda este vestido?

Dos horas después, Hallie y Clea habían comprado ropa suficiente para seis meses y en cuanto a Nick, no era ni el sádico que Hallie lo había acusado de ser, ni el roñica que decía su madre. No, para que un hombre soportara tanto y se quejara tan poco, era simplemente un santo.

—¿Ahora adónde vamos entonces? ¿Hemos terminado? —le dijo Hallie a Nick después de acompañar a Clea a su Mercedes—. ¿Tú necesitas algo?

—Un bar—murmuró con sinceridad.

—Buena idea —dijo Hallie—. Yo también me apunto. Hasta ahora no me había dado cuenta de que ir de compras por las boutiques diera tanta sed. Claro que nunca me he comprado más de dos cosas a la vez. ¿Quién iba a saberlo?

—No irás a repasar todas las decisiones que has tomado en la boutique acerca de la ropa, ¿verdad?

—¿Quién yo? —sonreía de oreja a oreja—. Sólo si insistes.

Nick se estremeció. Vio un pub de ésos donde la gente iba a ver los partidos por televisión y prácticamente corrió hasta la puerta. Necesitaba tomar algo y sentarse un rato. Necesitaba un lugar de madera oscura, con una moqueta oscura, poco iluminado, un buen whisky y nada de espejos. Lo necesitaba urgentemente.


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