- ¡Creo que mi tía fue asesinada! -suelto, desesperada.

He visto a mi familia mirándome pasmada más de una vez, pero nunca como ahora. Están todos vueltos en sus asientos, con la mandíbula floja y aire de no entender nada: totalmente inmóviles, como en una especie de bodegón. Casi me dan ganas de reír.

- ¿Asesinada? -balbucea la pastora.

- Sí -respondo con firmeza-. Tengo motivos para creer que ha sido un crimen. Así que debemos conservar el cuerpo para que no se pierda ninguna prueba.

Lentamente, la pastora se acerca a mí con los ojos entornados, como tratando de calibrar con exactitud hasta qué punto vale la pena perder el tiempo conmigo. Lo que ella no sabe es que Tonya y yo solíamos competir a mirarnos fijamente, a ver quién aguantaba más, y siempre ganaba yo. Así que le devuelvo la mirada, imitando fielmente su grave expresión de esto-no-es-un-asunto-para-tomárselo-a-broma.

- Asesinada… ¿cómo?

- Eso prefiero hablarlo con las autoridades -replico, como si estuviera en un episodio de CSI: «El tanatorio.»

- ¿Quieres que llame a la policía? -Ahora sí está conmocionada de verdad.

Ay, Dios. Claro que no quiero que llame a policía. Pero no puedo echarme atrás. He de resultar convincente.

- Sí -digo tras una pausa-. Creo que sería lo mejor.

- ¡No me diga que va a tomarla en serio! -estalla Tonya-. ¡Sólo quiere llamar la atención!

Veo que la pastora empieza a hartarse de Tonya, lo cual me viene muy bien.

- Querida -le dice secamente-, esa decisión no te compete. Una acusación tan grave debe ser investigada. Y tu hermana tiene toda la razón. Hay que preservar el cuerpo para los análisis forenses.

Me parece que la mujer le está tomando el gusto a la situación. Seguramente ve las series de misterio de la tele todos los domingos. En efecto, se me acerca aún más y susurra:

- ¿Quién crees que asesinó a tu tía abuela?

- Prefiero no explicarlo en este momento -le digo en plan misterioso-. Es un asunto complicado. -Echo una mirada significativa hacia Tonya-. Ya me entiende.

- ¡Pero bueno! -Mi hermana enrojece de indignación-. No me estarás acusando a mí, ¿eh?

- No pienso decir nada. -Adopto una expresión inescrutable-. Sólo a la policía.

- Tonterías. -El tío Bill se guarda la BlackBerry-. ¿Acabamos, sí o no? Porque, sea como sea, mi coche está ahí fuera y ya le hemos dedicado bastante tiempo a la anciana.

- ¡Más que suficiente! -coincide la tía Trudy-. Vamos, Diamanté. ¡Esto es una farsa! -Con aspavientos de enojo e impaciencia, recoge todas sus revistas de famosos.

- Lara, no sé a qué demonios estás jugando. -El tío Bill mira a papá con ceño al pasar por su lado-. Tu hija necesita ayuda. Menuda lunática.

- Lara, cariño. -Mamá se acerca con expresión de angustia-. Pero si ni siquiera la conocías…

- Tal vez no o tal vez sí. -Cruzo los brazos-. Hay muchas cosas que no te cuento. -Casi empiezo a creerme lo del asesinato.

La pastora parece aturdida, como si las cosas se le estuvieran yendo de las manos.

- Será mejor que llame a la policía. Lara, espera aquí… Creo que todos los demás deberían salir.

- Lara. -Papá me toma del brazo-. Cariño.

- Papá… sal con los demás. -Ahora adopto un aire noble e incomprendido-. Debo cumplir con mi deber. Todo saldrá bien.

Con miradas de alarma, de indignación o compasión, todos desfilan por el pasillo y salen, seguidos por la pastora.

Me quedo sola, la sala se sume en el silencio. Y es como si se hubiera roto bruscamente el hechizo. «¿Qué demonios acabo de hacer? ¿Me estoy volviendo loca?»

La verdad es que eso explicaría muchas cosas. Quizá debería ingresar en uno de esos apacibles sanatorios donde te hacen dibujar en chándal y no tienes que pensar en tu empresa fallida, ni en tu ex novio ni en las multas de aparcamiento.

Suspirando, me desplomo en una silla. La chica ha vuelto a aparecer enfrente del panel y observa fijamente la fotografía de la anciana encorvada.

- Entonces, ¿te asesinaron? -le pregunto.

- No creo. -Apenas ha reparado en mí y menos aún se ha molestado en darme las gracias. Madre mía, mis visiones ni siquiera tienen modales.

- De nada, ¿eh? -refunfuño-. Ya sabes. A mandar.

Ella no parece oírme. Escruta el recinto de arriba abajo como si hubiese algo que no entendiera.

- ¿Dónde están todas las flores? Si esto es mi funeral, ¿dónde están las flores?

- Ah. -Siento una punzada de culpa-. Las flores… eh, las han puesto en otro sitio. Por error. Había montones, de veras. Algo impresionante.

No es real, me digo con vehemencia. Es sólo un producto de mi conciencia culpable.

- ¿Y la gente? -Parece perpleja-. ¿Dónde está todo el mundo?

- Algunos no han podido venir. -Cruzo los dedos por detrás y confío en sonar convincente-. Muchos querían, pero…

Me interrumpo al verla desaparecer como por ensalmo.

- ¿Dónde está mi collar? -Pego un brinco del susto: ahora su voz suena otra vez ansiosamente en mi oído.

- ¡No sé dónde está tu maldito collar! -exclamo-. ¡Me estás sacando de quicio! ¿Eres consciente de que nunca me perdonarán esta locura? ¡Y ni siquiera me has dado las gracias!

Se hace un silencio y ella ladea la cabeza, como una niña pillada en falta.

- Gracias -dice.

- Vale.

Ahora juguetea con un brazalete de serpiente que lleva en la muñeca, y yo aprovecho para examinarla más de cerca. El pelo, oscuro y lustroso, le enmarca la cara cuando se echa hacia delante. Tiene un cuello largo y blanco, y ahora advierto que sus ojos grandes y luminosos son verdes. Lleva unos zapatos de color crema minúsculos -un treinta y cinco, quizá-, con botoncitos y tacones cubanos. Diría que es de mi edad más o menos. Quizá algo más joven.

- Tío Bill -dice finalmente, sin dejar de retorcerse el brazalete-. William. Uno de los hijos de Virginia.

- Sí. Virginia era mi abuela. Mi padre es Michael. Lo cual te convierte en mi tía abuela… -Me interrumpo y me llevo las manos a la cabeza-. Esto es una locura. ¿Cómo es posible que sepa el aspecto que tienes? ¿Cómo es posible que tenga una alucinación contigo?

- ¡No tienes ninguna alucinación! -Alza la barbilla-. ¡Soy real!

- No puedes serlo -replico con impaciencia-, ¡estás muerta! ¿Qué eres entonces? ¿Un fantasma?

Se hace un extraño silencio. La chica mira para otro lado.

- Yo no creo en fantasmas -dice despectivamente.

- Ni yo.

Se abre la puerta y me llevo un sobresalto.

- Lara. -La pastora entra en la sala, sofocada y nerviosa-. He hablado con la policía. Quieren que vayas a la comisaría.

Una chica años veinte _4.jpg

Capítulo 3

Resulta que la policía se toma un asesinato bastante en serio. Cosa que, supongo, debería haber previsto. Me han metido en un cuartito donde hay una mesa, tres sillas de plástico y varios carteles sobre cómo prevenir el robo de coches. Me han dado una taza de té y un impreso, y una agente me ha dicho que enseguida vendrá un inspector.

Me dan ganas de reír histéricamente. O de escaparme por la ventana.

- ¿Qué voy a decirle al inspector? -exploto en cuanto se cierra la puerta-. ¡No sé nada de ti! ¿Cómo explico que te asesinaron? ¿Con un candelabro en el salón?

Sadie no parece oírme. Está sentada en el alféizar de la ventana, balanceando las piernas. Aunque, al fijarme mejor, veo que no está realmente en el alféizar, sino flotando un par de centímetros por encima. Ella sigue mi mirada, ve el hueco y se remueve, irritada, ajustando su posición para dar el pego, y vuelve a balancear las piernas con despreocupación.

Es un producto de mi mente, me repito con firmeza. Seamos racionales. Si mi cerebro la ha hecho aparecer, también podrá librarse de ella.


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