«Vete», pienso. Me concentro al máximo, contengo el aliento, aprieto los puños. «Vete, vete, vete…»
Sadie me echa un vistazo y suelta una risita.
- Menudo aspecto tienes -dice-. ¿Es que te duele el estómago?
En ese momento se abre la puerta… Y entonces sí siento una punzada en el estómago. Es un policía de paisano, lo cual resulta casi más terrorífico que si llevara uniforme. Ay, Dios. En menudo lío me he metido.
- Lara. -Me tiende la mano. Es alto y fornido, de pelo oscuro y actitud enérgica-. Inspector James.
- Hola. -Me sale voz de pito, por los nervios-. Encantada.
- Bien. -Se sienta con formalidad y saca un bolígrafo-. Por lo que me dicen, ha interrumpido el funeral de su tía abuela.
- Exacto. -Asiento con toda la seguridad de la que soy capaz-. Creo que hubo algo sospechoso en su muerte.
El inspector toma nota y levanta la vista.
- ¿Por qué?
Lo miro impertérrita con el corazón a cien. Tendría que haber preparado una historia. Soy una idiota.
- Bueno… ¿usted no lo encuentra sospechoso? -improviso-. ¿Que se muriera así? Quiero decir, la gente no se muere por las buenas.
Él me mira con una expresión indescifrable.
- Creo que tenía ciento cinco años.
- ¿Y qué? -replico, envalentonándome-. ¿Es que la gente de ciento cinco años no puede ser asesinada? No creía que la policía tuviera tantos prejuicios.
El inspector James parpadea, no sé si divertido o irritado.
- ¿Quién cree que asesinó a su tía abuela?
- Fue… -Me froto la nariz para ganar tiempo-. Es… un poco… complicado… -Le echo un vistazo desesperado a Sadie.
- ¡Eres un desastre! -chilla-. ¡Sin una buena historia no te creerán! ¡Y no aplazarán el funeral ni un minuto más! ¡Di que fue el personal de la residencia! ¡Que oíste cómo lo planeaban!
- ¡No! -exclamo sin poder contenerme.
El inspector me mira extrañado y carraspea.
- Lara, ¿tiene algún motivo fundado para creer que ha habido algo fuera de lo normal en la muerte de su tía abuela?
- ¡Di que ha sido el personal de la residencia! -La voz de Sadie resuena como un chirrido de frenos-. ¡Dilo! ¡Dilo! ¡¡¡Dilo!!!
- Ha sido el personal de la residencia -suelto por pura desesperación-. Creo.
- ¿En qué se basa para afirmar algo así?
El inspector sigue hablando con calma, pero sus ojos ahora parecen alerta. Sadie planea delante de él, me mira ceñuda y mueve las manos como si girase una manivela para arrancarme cada palabra. Me está poniendo de los nervios.
- Yo… eh… los oí cuchichear en el pub. Algo sobre venenos y sobre un seguro. En ese momento no le di importancia. -Trago saliva-. Pero a continuación apareció muerta mi tía abuela. -De pronto reparo en que he tomado la idea de un serial que vi el mes pasado cuando estaba enferma.
El inspector me lanza una mirada penetrante.
- ¿Estaría dispuesta a prestar declaración ante un juez?
Ay, Dios. «Prestar declaración» es una de esas expresiones que imponen. Como «punción lumbar» o «inspección de Hacienda». Cruzo los dedos bajo la mesa y trago saliva.
- S… sí.
- ¿Vio a esas personas?
- No.
- ¿Cómo se llama la residencia? ¿Dónde está?
Lo miro fijamente. No tengo ni idea. Desvío la vista hacia Sadie, que tiene los ojos cerrados como si rememorase algo muy lejano.
- Fairside -dice lentamente-. En Potters Bar.
- Fairside. En Potters Bar -repito.
Se hace un silencio. El inspector termina de escribir y da unos golpecitos en la página con el bolígrafo.
- Voy a consultar con un colega. -Se pone en pie-. Vuelvo en un minuto.
En cuanto sale, Sadie me lanza una mirada desdeñosa.
- ¿No sabes hacer nada mejor? ¡No van a creerte! Se suponía que ibas a ayudarme.
- ¿Acusando de asesinato al primero que pasa?
- No seas boba. No has dado ningún nombre. Pero tu historia ha resultado patética. ¿Veneno? ¿Cuchicheos en el pub?
- ¡Intenta tú inventarte algo sobre la marcha! -le digo a la defensiva-. Y ésa no es la cuestión, además…
- La cuestión es que hemos de aplazar mi funeral. -De pronto la tengo a dos centímetros, mirándome con ojos suplicantes-. No pueden hacerlo. No debes permitirlo. Todavía no.
- Pero… -Parpadeo, intimidada, y ella se desvanece ante mis ojos. Dios, esto es desquiciante. Me siento como Alicia en el País de las Maravillas. En cualquier momento aparecerá con un flamenco bajo el brazo, gritando: «¡Que le corten la cabeza!»
Me reclino con cautela en la silla, casi temiendo que se volatilice también, y parpadeo varias veces tratando de procesarlo todo. Pero es demasiado surrealista. Estoy en una comisaría, inventándome un asesinato y dejándome mangonear por una chica fantasma que en realidad no existe. Ni siquiera he almorzado, recuerdo de pronto. A lo mejor todo se debe a un nivel de glucosa demasiado bajo. Quizá soy diabética y éste es el primer síntoma. Noto un embrollo tremendo en la mente. Todo esto no tiene sentido. Es inútil tratar de comprenderlo. Tendré que improvisar sobre la marcha.
- ¡Van a investigar! -Sadie ha reaparecido de sopetón y habla tan deprisa que apenas logro seguirla-. Creen que seguramente te equivocas, pero van a investigar por si acaso…
- ¿De veras? -digo, incrédula.
- El inspector ha ido a hablar con otro polizonte -me explica entrecortadamente-. Los he seguido. Le ha mostrado sus notas y ha dicho: «¡Menuda pánfila nos ha tocado!»
- ¿Cómo que «pánfila»? -salto.
Sadie no hace caso.
- Pero luego se han puesto a hablar de otra residencia de ancianos donde sí hubo un asesinato. Algo espantoso. Y uno de ellos ha dicho que quizá deberían hacer un par de llamadas por si acaso, y el otro le ha dado la razón. O sea, que estamos a salvo.
¿A salvo?
- ¡Tú estarás a salvo, pero yo no!
La puerta se abre y Sadie añade a toda prisa:
- Pregúntale qué va a pasar con el funeral. Pregúntale. ¡Pregúntale!
- Ése no es mi pro… -empiezo, pero me callo de súbito al ver al inspector James.
- Lara, voy a pedirle a un agente que le tome declaración. Luego veremos cómo continuamos.
- Pues… gracias. -Noto la mirada feroz de Sadie-. ¿Y qué pasará…? -Titubeo-. ¿Qué se hace… con el cuerpo?
- Por ahora se quedará en el depósito. Si decidimos abrir una investigación, seguirá allí hasta que enviemos un informe al juez de instrucción. Él se encargará de ordenar las pesquisas oportunas en caso de que las pruebas sean creíbles.
Hace una leve inclinación y vuelve a salir. En cuanto se cierra la puerta, me derrumbo en mi asiento, temblando de pies a cabeza. Me he inventado un asesinato ante un policía de verdad. Es lo peor que he hecho en mi vida. Incluso peor que la vez que me comí medio paquete de galletas, a los ocho años, y, en lugar de confesárselo a mamá, escondí el resto en el jardín, detrás de las rocas, y la observé sin decir ni pío mientras ella buscaba por toda la cocina.
- ¿Sabes que he cometido perjurio? -le digo a Sadie-. ¿Sabes que podrían detenerme?
- ¡«Podrían detenerme»! -se burla ella, otra vez subida al alféizar-. ¿Es que nunca te han detenido?
- Pues claro que no -digo con ojos desorbitados-. ¿A ti sí?
- ¡Muchas veces! -responde a la ligera-. La primera por bailar una noche en la fuente del pueblo. Fue divertidísimo. -Empieza a reírse-. Teníamos unas esposas falsas, parte de un disfraz, y mientras un policía me sacaba del estanque, mi amiga Bunty lo esposó para tomarle el pelo. ¡Se puso hecho un basilisco!
Y ríe convulsivamente. Por favor, qué irritante.
- Seguro que fue graciosísimo. -Le lanzo una mirada hosca-. Personalmente, prefiero no ir a la cárcel y pescar alguna enfermedad espantosa, muchas gracias.
- No tendrías por qué si hubieras inventado algo mejor. -Deja de reírse de golpe-. Nunca había visto a una chica tan boba. No has resultado creíble ni coherente. A este paso ni siquiera abrirán una investigación. No nos dará tiempo.