A Ari se le ocurrió que podría ponerse un poco de sombra de ojos color lavanda cuando fueran a la fiesta de Maddy.
Y trágate eso, Maddy Strassen.
Compraron tantos paquetes en La Lune que el tío Giraud y Abban tuvieron que ponerlos en el coche de la escolta de Seguridad, y ella y Florian y Catlin tuvieron que sentarse prácticamente amontonados en el asiento trasero. El tío Giraud dijo que iban a tardar años para pasar por Descon en Reseune.
Eso era lo hermoso de Novgorod: como tenían el acantilado Amistad al este y los terraformadores habían apilado rocas y construido torres para formar la Pared Cortina en el oeste, y como tenían toda aquella gente y todos los desperdicios y todas aquellas algas, y el cinturón verde y las algas que empezaban ya en los bajos del mar, era uno de los pocos lugares en el mundo, además de Reseune, donde la gente podía salir sin un traje D, y el único otro aeropuerto donde uno podía llevarse el equipaje sin problemas, excepto una inspección y una aspiración con máquinas.
Había que pasar por una entrevista en el vestíbulo del aeropuerto mientras Abban supervisaba la forma en que cargaban el equipaje. Pero ahora ella conocía a muchos de los periodistas, especialmente a una de las mujeres y dos de los viejos y un jovencito que tenía una forma especial de guiñarle el ojo para hacerla reír; y no le importaba pasar un rato con ellos.
Es el precio que hay que pagar, había dicho el tío Giraud, para que te dejen sola cuando visites el jardín botánico, donde al menos sólo habrá fotógrafos.
—¿Qué has hecho hoy, Ari? —preguntó una mujer.
—He ido al jardín y de compras —respondió ella, sentada entre las cámaras y frente al equipo. Se había sentido cansada hasta que estuvo frente a las cámaras. Pero ahora sabía que estaba en el aire, y eso quería decir que debía brillar, y ella sabía cómo hacerlo; era fácil y hacía que los periodistas y Giraud se sintieran felices, no porque Giraud fuera alguien a quien ella quisiera, pero se llevaban bien; Ari se había dado cuenta de que era fácil Trabajar al tío Giraud en muchos sentidos, y a veces pensaba que tenía un punto flaco que ella podía alcanzar. Le compraba cosas, muchas cosas. Tenía una forma especial de hablar con ella, de ser gracioso, y eso era algo que no hacía mucho con otras personas.
Y siempre era igual de desagradable cuando tenían una fiesta o algo así en la Casa.
Y lo de Giraud y mamá, no se le olvidaba. Nunca. Nunca.
—¿Qué has comprado? Ella sonrió.
—El tío Giraud dice que «demasiado». —Bajó la cabeza y sonrió a las cámaras con una expresión que sabía atractiva. Se había visto en vídeo y había practicado en el espejo—. Pero sólo vengo a la ciudad una vez al año. Y es la primera vez que voy de compras.
—¿No hay tiendas en Reseune?
—Ah, claro, pero son pequeñas y una siempre sabe lo que va a encontrar. Siempre se consigue lo necesario, pero siempre son las mismas cosas, se puede comprar una camisa, pero si se quiere que sea distinta de las que tienen los demás, hay que encargarla, y entonces ya se sabe lo que te van a traer.
—¿Cómo están los guppies?
Otra risa. Un encogimiento de hombros.
—Tengo unos verdes con colas muy largas.
El tío Denys le había dado todo un laboratorio. Y los guppies y los acuarios se habían puesto de moda en Novgorod; por primera vez en el mundo, decía el tío Denys, la gente tiene mascotas aunque eso ya era así en la Tierra. Reseune había recibido una inundación de solicitudes desde que ella había dicho por el vídeo que eran algo que cualquiera podía tener.
Y tenía dónde vender los que le sobraban. El tío Denys dijo que debía hacer anotaciones sobre eso, porque aprendería muchas cosas.
Lo cual significaba que casi todos los vuelos de la división de fletes de LINEAS AÉREAS RESEUNE transportaban algunos de sus guppies envueltos en bolsas de plástico y descontaminados, puros para sus clientes, y ahora se estaba transformando en una operación aún mayor que la del laboratorio en el que Ari trabajaba en nacimientos: el tío Denys decía que ya era hora de que ella consiguiera una exclusiva porque los guppies se criaban rápido y después morían y la ganancia estaba en conseguir algunos muy bonitos, y para eso uno tenía que conseguir sus grupos genéticos. Era realmente divertido y en muchos sentidos resultaba mucho más fácil hacer clones de peces que de personas.
—Nos dijeron —dijo otro— que tienes otro proyecto. ¿Puedes decirnos algo del caballo?
—Es una potranca, una hembra bebé. Pero todavía no ha nacido. Tengo que estudiar sobre ella y ayudar a los técnicos a preparar el tanque; y tengo que hacer muchos informes, es muchísimo trabajo. Pero va a ser bonita como su hermana genética. Ella es la que está preñada. Va a dar a luz no mucho después de que nazca mi potranca.
—¿No te cansaste de los caballos después de lo que te pasó?
—No. Si los vierais... Voy a montar a la mía. Se puede hacer, lo hacen en la Tierra, sólo hay que entrenarlos.
—No te irás a romper otro brazo, ¿no? Ella sonrió y meneó la cabeza.
—No. Ya he estudiado cómo se hace.
—¿Cómo?
—Primero hay que acostumbrarlos a una silla de montar y una brida, y después a que lleven un peso sobre el lomo. Entonces no se asustan cuando una persona se sube. Pero son inteligentes, por eso son tan distintos de otras cosas, no son como los escamados o algo así, piensan en lo que van a hacer. Eso es lo más hermoso de todo. Tú los miras y ellos te miran a ti y entonces sabes que están pensando cosas que tú no sabes. Y son tibios y juegan y hacen cosas como la gente, solamente porque pueden pensar.
—¿Podríamos conseguir imágenes de eso?
—¿Qué te parece, tío Giraud?
—Creo que sí —dijo él.
II
El tío Giraud estaba contentísimo con la sesión en Novgorod, Ari se dio cuenta de eso en el vuelo de vuelta. Ella, Florian y Catlin se sentaron delante, en el lugar de siempre, y tomaron bebidas sin alcohol y miraron por las ventanillas mientras Giraud, los secretarios y el personal se sentaban atrás y trabajaban, pero había risas, muchas risas.
Y por eso Giraud le había comprado cosas, pensó ella. Y eso estaba bien. A veces casi se ablandaba frente a Giraud. Eso también estaba bien. Hacía que Giraud estuviera tranquilo. Y aprendió a hacerlo también, comportarse muy bien con gente que sabía que era el Enemigo, y hasta sentir algo por ellos a veces; eso no significaba que ya no pensara Atraparlos, porque siempre harían algo que le recordaría quiénes eran. Cuando se era pequeño, uno tenía que esperar, eso era todo. Ella se lo había contado a Catlin y Florian, y colocó a Catlin frente a un espejo y la hizo practicar sonrisas y risas hasta que Catlin consiguió hacerlo sin que se notara mucho que estaba mintiendo.
Catlin tenía cosquillas en las costillas. Eso sí que era un descubrimiento. Catlin tenía vergüenza de eso y decía que, de todos modos, nadie se iba a acercar tanto a ella. No le gustó que Ari y Florian se rieran de eso. Pero después decidió que en parte era divertido y se rió con su risa verdadera, que era una sonrisa a medias, sin sonido. La otra era falsa, porque Catlin sabía cómo dominar los músculos y moverlos a su voluntad.
Catlin se había reído con su risa verdadera cuando se vio vestida con la blusa transparente en la tienda de Novgorod y se le encendieron los ojos como cuando Florian le enseñaba algo que había aprendido en electrónica. Catlin había aprendido algo nuevo.
Después, Catlin se volvió hacia la dueña de la tienda, con sus modales fingidos y actuó como Maddy Strassen, lo cual resultó divertidísimo, diría mamá, imitó hasta la forma ondulante en que se movía Maddy cuando se volvió frente al espejo para mirarse los pantalones de satén. Era una imitación de Maddy. Ari casi se moría de risa, sobre todo cuando vio la cara de Giraud. Pero Giraud era rápido, especialmente cuando ella le guiñaba el ojo, y nadie se dio cuenta.