—Se la daría.

—Si hubiera otra información que usted no conoce todavía...

—Me está pidiendo que sea un informante.

—Un hombre de conciencia. Usted conoce mis principios. Yo conozco los suyos. Parece que tenemos mucho en común. ¿Reseune es dueña de su conciencia?

—Ni siquiera el almirante puede plantearme un requerimiento. Soy un protegido del Estado. Mis lugares de residencia deben ser aprobados por el gobierno de la Unión. Ese es el precio de ser un Especial. El almirante se lo puede confirmar: Reseune me considerará indispensable. Y esto representa automáticamente cinco votos de los Nueve. Y significa que me quedaré en Reseune. Le diré lo que voy a hacer, canciller. Voy a pasarle al almirante Gorodin una solicitud de traslado en cuanto se vote ese rango de Especial para Rubin, antes de que se vote la apropiación para el proyecto de la estación Hope. Oficialmente en ese momento.

—¡Dios mío! ¿Y cree que usted vale un trato como ése?

—Canciller, no puede ganar en la votación de la estación Hope. Ari tiene a De Franco en el bolsillo. O en el talonario, a través de Industrias Hayes. El acuerdo es que De Franco tratará de abstenerse, lo cual al menos va a mostrar algo de fuerza en ella. Olvide que lo sabe por mí. Pero si usted no detiene esa votación y la transfiere al Concejal General, es inevitable. Usted me compra a mí y a mi hijo y me libera de Reseune, canciller, y yo empezaré a hablar. Y en la oficina de Reseune en Fargone, fuera del control directo de la doctora, valdré mucho más que eso. Ella tal vez no consiga la estación Hope, pero usted no puede detenerla, canciller. Si usted quiere una voz dentro de Ciencias, yo puedo ser esa voz.

Pasó un momento hasta que Corain logró dominar su respiración. Miró a Lu, a Gorodin y mientras tanto trataba de recordar cómo había conseguido Lu meterlo en esa reunión, y sospechaba de esos dos monjes negros entre los Nueve, que se movían detrás de una pantalla de secretos.

—Debería entrar en la política —le dijo a Warrick y de pronto recordó a quién le estaba hablando: que el doctor era un maestro de psicología de Reseune y que su mente era una de las doce que la Unión consideraba demasiado preciosa para ponerla en peligro.

—La psicología es mi campo —replicó Warrick, con una mirada directa, perturbadora, que contestaba a la de Corain y que ya no era ni común, ni inofensiva, ni mediocre—. Solamente quiero hacer mi trabajo sin presiones. Entiendo a la perfección la política, canciller. Le aseguro que en Reseune la política nunca nos abandona. Ni nosotros a ella. Ayúdeme y yo le ayudaré. Es así de simple.

—No es simple —objetó Corain, pero para Warrick lo era. Cualquiera que lo hubiera arrastrado a esa reunión, fuera Lu, fuera Gorodin, fuera Warrick mismo.

De pronto, ya no estaba seguro de que no fuera Emory. Uno podía volverse loco si trataba de manejar el potencial de los Especiales, sobre todo los Especiales que trabajaban con la percepción misma.

Pero había que confiar en alguien alguna vez. O nunca se lograba nada.

III

—El primer proyecto de ley en el orden del día es el número 2.405, para el Departamento de Ciencias. Ariane Emory lo presenta y se refiere a las apropiaciones regulares para el Departamento de Ciencias, bajo las reglamentaciones del Estatuto de la Unión número 2.595, sección 2...

Emory observó a Corain. ¿Y bien?, decía esa mirada con los párpados medio caídos. ¿Vas a desafiarme en algo tan rutinario?

Corain sonrió y dejó que la perra se preocupara.

El martillo volvió a bajar temprano.

—Hagamos una pausa —dijo Bogdanovitch. El murmullo en la cámara del Concejo se detuvo.

Ariane Emory suspiró, finalmente. La primera etapa había pasado. Si no había un veto del Concejo de los Mundos, Rubin ya tenía su rango; pero sabía que no habría dificultades. Corain podía orquestar una trampa como ésa, pero se la guardaría para un caso importante. Un caso que Corain considerara importante. El proyecto de la estación Hope podía servir como señuelo hasta entonces. De Franco tal vez quisiera abstenerse, pero no lo haría cuando llegara el momento de la acción.

Los ayudantes se acercaron a la puerta en compañía de los cancilleres. La prensa, gracias a Dios, estaba en la planta baja, lejos de la cámara hasta que se levantara la sesión. Un almuerzo de dos horas y luego el tratamiento del resto de los permisos para Ciencias, una tediosa y larga lista de permisos que, al igual que muchos asuntos en un gobierno, había empezado siendo pequeña y casera y se había transformado en un monstruo administrativo, todo en el transcurso de una vida humana. Eran cosas que debía aclarar el ejecutivo de los Nueve, pero que en realidad habían pasado a manos de los secretarios y se habían convertido en actos de aprobación rutinaria.

Y sin embargo, Ariane no respiraría tranquila hasta que se diera la aprobación, hasta que el permiso para usar el grupo genético de un Especial vivo pasara por los Nueve dentro de la lista de proyectos de Reseune que necesitaban permisos de rutina.

Todos los años, el Concejo General había intentado cancelar todos los permisos de Ciencias. Todos los años, los abolicionistas u otros grupos de lunáticos pasaban una propuesta para declarar ilegales a los azi y a la experimentación con seres humanos. Todos los años, el Concejo de los Mundos votaba con sensatez en contra de estos proyectos. Pero había un elemento lunático que los centristas podían usar para ejercer presión contra el proyecto Hope, contra la ley de Ciencias. Si los extremos de los centristas se aliaban, se acercarían peligrosamente a una pluralidad contra el partido expansionista.

Ariane estaba preocupada. Se había preocupado desde que sus informantes le habían dicho que los centristas estaban hablando de romper el quorum.No se fiaba de la repentina aceptación de la ley por parte de Corain.

Y si no hubiera sido demostrar una precipitación desconsiderada, habría pedido al presidente que pusiera la ley de Ciencias en debate antes del mediodía. En aquellas circunstancias, los obstáculos estaban cayendo con demasiada facilidad, las cosas iban demasiado bien, todo parecía marchar sobre ruedas. Lo que había pintado como una sesión larga terminaría en una marca histórica de tres días, y los Nueve volverían a sus vidas civiles durante otros seis meses como mínimo.

Se había propuesto que, para agilizar el gobierno, los Nueve se encontrarían y aprobarían las medidas que tenían importancia para sus esferas de interés, luego dejarían que el personal de los Departamentos y los representantes electos del Concejo de los Mundos y los senadores y consejeros se encargaran de la rutina y de los detalles habituales de la administración.

En realidad, los Nueve, los mejores profesionales en sus áreas, eran muy eficientes. Se encontraban durante cortos períodos, hacían su trabajo y luego volvían a su vida normal, pero algunos de ellos ejercían un poder enorme sobre los Departamentos que controlaban, y desarrollaban una influencia que los redactores de la Constitución no habían previsto del todo, al igual que no habían previsto el papel de Reseune en la Guerra o el hecho de que la población se convertiría en lo que era, o la renuncia de Pell tanto a Sol como a la Unión y las consecuencias de esa decisión. El Departamento de Estado había sido concebido para que lo controlaran profesionales del servicio diplomático, pero las distancias hicieron que dependiera cada vez más de los informes exactos entregados por el Departamento de Defensa sobre lo que pasaba en puntos donde el Estado no llegaba.

El Departamento de Ciencias había tenido que aceptar funciones diplomáticas y entrenar especialistas en relaciones, dado el descubrimiento de vida extraterrestre fuera de la estrella de Pell.

El Departamento de Ciudadanos se había convertido en un electorado desproporcionadamente numeroso y había elegido un hombre capazy peligroso, un hombre que tenia la habilidad de saber cuándo estaba atrapado.


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