—Sera no recibe a nadie en este extremo del apartamento —comentó Catlin mientras lo llevaba por otra habitación—. Esto es sólo por las apariencias. Cuidado, ser, estas alfombras resbalan sobre el mármol. Siempre se lo digo a sera. ¿Sabe algo de Grant?

—No. —El estómago de Justin se encogió ante ese ataque súbito por el flanco—. No, no esperaba noticias suyas.

—Me alegro de que esté a salvo —dijo Catlin confidencialmente, como si hubiera comentado «qué tiempo tan agradable», la misma voz sedosa. Justin no estaba seguro de que Catlin se alegrara o se entristeciera por nada, nunca. Era fría y hermosa como la música, como la habitación por la que lo conducía; y su opuesto los recibió al final de la habitación, en un cuarto más bajo y enorme, tapizado con paneles de madera brillante, toda gris azulada y con una textura como una pátina de plástico, el suelo cubierto por una alfombra larga y blanca de pelaje largo, los muebles, sillas gris verdosas y un gran sillón beige. Florian llegó desde la otra habitación, también en uniforme, oscuro y leve frente a las formas atléticas de Catlin. Apoyó una mano confortante sobre el hombro de Justin.

—Dile a sera que ya ha llegado su huésped —le dijo a Catlin—. ¿Le sirvo una copa, ser?

—Sí —aceptó—. Vodka y pechi,si hay. —El pechiera de importación, bastante extravagante; y él todavía estaba impresionado por la riqueza que guardaba Ari dentro de Reseune. Observó las estatuas de los downer en el rincón detrás del bar, imágenes rituales de ojos muy abiertos; las esculturas en acero y las pocas pinturas sobre las paredes de madera, Dios, las había visto en cintas como clásicos de las naves que viajaban a velocidades infralumínicas. En ese lugar, donde sólo podían disfrutarlas los invitados de Ari.

Era un monumento a la autoindulgencia.

Y pensó en los azi de nueve años que había mencionado su padre.

Florian le sirvió la bebida.

—Siéntese, por favor —le invitó Florian, pero él paseó por la habitación, en realidad una galería de arte, contemplando las pinturas, una detrás de otra, saboreando la bebida que sólo había probado una vez en su vida y tratando de calmarse.

Oyó un rumor detrás y se dio la vuelta cuando Ari se le acercaba, Ari, ataviada con una bata de dibujos geométricos atada en la cintura que brillaba con las luces, decididamente un vestido poco apropiado para hablar de negocios. Él la miró fijamente; el corazón le latía en el pecho mientras se daba cuenta de que Ari era muy real, de que él estaba metido en una situación de la que ignoraba los límites, una situación sin salida.

—¿Disfrutando de mi colección? —Ella indicó la pintura que el joven había estado admirando—. Esa es de mi tío. Un buen artista.

—Muy bueno. —Justin había perdido el control. Lo último que había esperado era que Ari le saliera con recuerdos.

—Era bueno en muchas cosas. ¿Lo conociste? Claro que no. Murió en el 45.

—Antes de que yo naciera.

—Maldita sea, resulta difícil recordar las fechas.

—Ella pasó un brazo sobre el de Justin y lo guió hacia la otra pintura—. Esa es realmente valiosa. Fausberg. Un artista naif,pero es la primera visión de Alfa Centauro. Donde los humanos no van ahora. Me encanta este cuadro.

—Es impresionante. —Él lo miró con una extraña sensación de tiempo y antigüedad, mientras se daba cuenta de que aquel cuadro era real, de que había salido de las manos de alguien que estuvo allí, en una estrella que la humanidad había perdido.

—Hubo un tiempo en que nadie conocía el valor de estas obras —explicó ella—. Yo sí lo sabía. Había una serie de artistas primitivos en las primeras naves. El espacio a velocidades infralumínicas les daba mucho tiempo para crear. Fausberg trabajó en lápices ópticos y acrílicos, y maldita sea, tuvieron que inventar toda una técnica de conservación en la estación, yo misma insistí en que lo hicieran. Mi tío compró todo el lote. Yo quería que se conservaran y por eso se salvaron las pinturas de Argo.La mayoría de ellas está en un museo en Novgorod. Ahora la estación Sol quiere uno de los 61 Cygnide Fausberg. Los quieren en serio. Y tal vez aceptemos, a cambio de algo realmente valioso. Estoy pensando en un Corot.

—¿Quién es Corot?

—Dios, hijo. Árboles. Árboles verdes. ¿Has visto las cintas de la Tierra?

—Muchas. —Justin olvidó su ansiedad por un momento y recordó una profusión de paisajes más extraños que el Cyteen nativo.

—Bueno, Corot pintaba paisajes. Entre otras cosas. Debería prestarte algunas de mis cintas. O mejor, ponerlas esta noche, Catlin, ¿tienes la serie Orígenes del Arte?

—Desde luego, sera. Voy a buscarla.

—Entre otras... Este, amigo mío, es de uno de los nuestros. Shevchenki. Lo tenemos en el archivo. Murió el pobre, por falta de apoyo cuando estaban instalando Pytho, en la costa. Pero realizó un trabajo admirable.

Acantilados rojos yel azul de los arbustos. Demasiado familiar para que Justin se sintiera interesado. El mismo habría podido hacerlo, pensó para sí. Pero era demasiado amable para decirlo. Justin dibujaba. A veces pintaba, o lo que había hecho antes, cuando estaba imbuido de la inspiración de los pintores exploradores. Atado al suelo, se imaginaba estrellas y mundos extraños. Y nunca en la vida había esperado salir de Reseune.

Ahora, tal vez, porque parecía que Jordan iba a lograrlo.

Florian se acercó a ellos y le ofreció una copa a Ari, un líquido brillante y dorado en un vaso de cristal tallado.

—Naranja y vodka —le informó ella—. ¿Has probado la naranja alguna vez?

—Sintética —respondió. Todos tomaban naranja sintética.

—No, natural. Anda pruébala.

Él tomó un sorbo del vaso que le ofrecía. Saboreó un gusto extraño, complicado, dulce y ácido al mismo tiempo, bajo el aroma del alcohol. Un gusto de la vieja Tierra si ella no mentía, y nadie que poseyera esas pinturas en sus paredes mentiría al respecto.

—Está bueno —dijo él.

—Más que bueno. Es maravilloso. AG va a intentar algo con los árboles. Hemos pensado establecer un lugar para ellos, y no someterlos a manipulaciones genéticas: creemos que se adaptarán a las Zonas sin tener que alterar la Tierra. Producen una fruta brillante y anaranjada, como el nombre que reciben. Llena de cosas buenas. Vamos. Tómalo. Florian, hazme otro, ¿quieres? —Ella le apretó el brazo con más fuerza y lo llevó hasta los escalones y luego abajo, al sillón—. ¿Qué le has dicho a Jordan?

—Sólo que Grant se había ido y que todo estaba bien. —Se sentó, tomó un trago del vaso y luego lo apoyó sobre la mesa de cobre detrás del sillón. Ahora se sentía tranquilo, tan controlado como era posible en un lugar como ése y en la compañía en la que estaba—. No le he dicho nada más. Supongo que el resto es asunto mío.

—¿Tú crees? —Ari se sentó muy cerca de él y el estómago de Justin se encogió. Sintió que le acechaba la náusea. Ari le apoyó una mano sobre la pierna y se recostó sobre él, y Justin sólo podía pensar en los azi de los que había hablado Jordan, los que ella había destruido sin razón ,y los pobres azi ni siquiera habían sabido que estaban muriendo, sólo habían recibido una orden para ir al médico—. Siéntate cerca, querido. Así está bien. Es agradable, ¿no te parece? Hazme caso, no deberías estar tan tenso, tan nervioso. —Le pasó un brazo por las costillas y le frotó la espalda—. Así está mejor, relájate. Te sientes bien, ¿verdad? Date la vuelta y déjame ayudarte con esos hombros.

Era como cuando lo había atrapado en el laboratorio. Justin trató de pensar en qué responder si ella le decía algo terrible o escandalizador, pero fracasó por completo. Levantó el vaso y tomó un par de tragos largos y no oyó lo que ella le preguntaba. Y la mano de ella no detuvo el lento movimiento.

—Estás demasiado tenso. Mira, es un trato muy sencillo. Y no tienes por qué estar aquí. No tienes más que salir por la puerta.


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