—Claro.

—¿Por qué no vamos al dormitorio, caray?

Las manos de él casi temblaban. El frío del hielo del vaso le caló los dedos hasta el hueso. Terminó la copa sin mirarla.

Podría matarla,pensó, sin enojo. Sólo para solucionar lo insoluble. Antes de que Florian y Catlin pudieran detenerme, podría romperle el cuello. ¿Qué podrían hacer ellos?

Podrían pasarme un psicotest y descubrir lo que ella hacía. Eso terminaría con su reputación.

Tal vez ésa es la única salida. Tal vez sea la forma de solucionar este callejón sin salida.

—Florian, Justin no tiene zumo de naranja. Tráele otro. Ven, querido, relájate. Es evidente que no puedes hacerlo, tú lo sabes tan bien como yo. Quieres intentarlo, ¿no? ¿Es ése el problema?

—Quiero la copa —murmuró él. La situación le parecía irreal, como una pesadilla. Dentro de un momento, ella empezaría a hablar tal como lo hacía en las entrevistas, y esto formaba parte del asunto, un asunto sórdido, sucio, que él no sabía cómo afrontar. Quería estar muy borracho, demasiado borracho, así tal vez vomitaría, sería incapaz de cualquier cosa y ella tendría que dejarlo ir y darse por vencida.

—¿Dijiste que nunca lo habías experimentado? —preguntó Ari—. Sólo las cintas. ¿Es verdad?

El no le contestó. Sólo se volvió en el sillón para ver cuánto tardaría Florian en traerle la copa para que hubiera algún motivo de distracción que le sacara del conflicto.

—¿Te consideras normal? —preguntó Ari. El continuó sin responder. Miró la espalda de Florian mientras el azi preparaba el combinado. Sintió las manos de Ari en la espalda, sintió cómo cedía el almohadón cuando ella se recostó en él.

Florian le dio la copa y él se inclinó con el codo sobre el sillón. Se tomó la naranja y sintió el movimiento lento, leve, de las manos de Ari en la espalda.

—Déjame decirte una cosa —dijo Ari con suavidad, detrás de él—. ¿Recuerdas lo que te dije sobre las relaciones en la Familia? ¿Que son una desventaja, un problema? Voy a hacerte un gran favor. Pregúntame qué.

—¿Qué? —preguntó porque no tenía más remedio.

Ari lo abrazó y él cogió la copa, tratando de ignorar la náusea que le revolvía las tripas cuando ella se acercaba.

—Tú crees que la ternura debería tener alguna relación con esto —dijo Ari—. Craso error. La ternura no tiene nada, nada que ver. El sexo se hace por uno mismo, por tus propias razones, cariño, sólo porque uno se siente bien al hacerlo. Eso es todo. Claro que a veces te acercas mucho a alguien y quieres hacerlo de ida y vuelta, de acuerdo, tal vez confías en esa persona, pero no deberías hacerlo. No deberías. Lo primero que tienes que aprender es que lo puedes conseguir en cualquier parte. Lo segundo es que te ata a personas que no pertenecen a la Familia y confunde tu razonamiento y tu inteligencia a menos que recuerdes la primera regla. Éste será mi favor, encanto. No podrás confundir lo que suceda entre nosotros. ¿Te hace sentir bien esto?

Le resultaba difícil respirar. Resultaba difícil pensar. El corazón le golpeaba muy fuerte en el pecho mientras las manos de Ari le hacían cosas silenciosas, perturbadoras, que sensibilizaban su piel; todo al borde del placer, o de una intensa incomodidad. Ya no estaba seguro de sus sentimientos. Bebió un largo sorbo de naranja y vodka y trató de pensar en otra cosa, en cualquier cosa, mientras se movía en una especie de niebla en la cual tenía cada vez menos control sobre sí mismo.

—¿Cómo te encuentras, querido?

No estoy bien, pensó él y comprendió que estaba borracho. Pero al borde de los sentidos experimentó una dislocación, una dificultad para comprender las relaciones espaciales, como si Ari estuviera a miles de kilómetros de distancia y su voz le llegara desde atrás, y no desde atrás directamente, sino de lado de forma extraña y asimétrica.

Era catafórico. Droga para el estudio en cinta. El pánico le dominó el cerebro; caótico, estímulos que llegaban demasiado rápido mientras el cuerpo parecía flotar en una atmósfera de melaza. No era una dosis alta. Se daba cuenta de eso. Todavía sintió que Ari le quitaba la camisa, le pasaba las manos por la piel desnuda mientras el sentido de equilibrio lo traicionaba y sentía que la razón le daba vueltas y toda la habitación giraba. Perdió el vaso y sintió el frío del líquido y el hielo que se le desparramaba por la cadera y bajo las piernas.

—Ah, cariño. Florian, arregla eso.

Se hundía. Todavía percibía la realidad. Trató de moverse, pero la confusión lo rodeó, un remolino rugiente de sonido y sensaciones. Trató de sudar. Eso era lo peor. Se daba cuenta de que Florian había rescatado el vaso y de que su propia cabeza descansaba ahora sobre la falda de Ari, en el hueco de sus piernas cruzadas, de que estaba mirando la cara de Ari al revés en el aire y de que ella le estaba desnudando.

No sólo hacia eso. Oyó un murmullo de voces, pero no tenían nada que ver con él.

—Justin —susurró una voz y Ari le acarició la cabeza—. Puedes parpadear cuando quieras —murmuró como hacen las cintas—. ¿Estás cómodo?

Él no lo sabía. Estaba aterrorizado y avergonzado, una larga pesadilla en la que sentía que lo tocaban, sentía que lo levantaban y lo apoyaban en el suelo.

Catlin y Florian. Catlin y Florian lo tocaban, lo movían y le hacían cosas que percibía en una especie de vaguedad sin espacio, cosas que estaban mal, que eran malas, terribles.

Basta,pensó. Basta. No quiero hacer esto.

No quiero esto.

Pero sentía placer. Había una explosión en sus sentidos en algún lugar infinito, en algún lugar oscuro.

Ayúdame.

No quiero esto.

Estaba sólo consciente a medias, cuando Ari le dijo:

—Estás despierto, ¿verdad? ¿Entiendes ahora? No hay nada más que esto. Esto es lo máximo que se puede sentir. No hay nada más sea quien sea tu pareja. Son sólo reacciones biológicas. Ésta es la primera y segunda regla. Mira la pantalla.

Pasaban una cinta. Era erótica. Se fundía con lo que le estaba pasando. Le hacía sentir bien. Él no quería que sucediera eso, pero no era responsable de lo que pasaba, no era responsable de nada, no era culpa suya.

—Creo que está despejándose...

—Dale un poco más. Estará en la gloria.

—Nada puede hacer por ti tanto como la cinta, ¿no te parece muchacho? No importa quien sea. Son reacciones biológicas. Lo que la cinta hace...

—No se mueva, ser.

—El dolor y el placer, cariño, están muy cerca. Puedes cruzar la línea mil veces en un minuto y el dolor se convierte en placer. Puedo enseñártelo. Recordarás lo que puedo hacer por ti, encanto, y nunca nada será igual. Lo pensarás, lo pensarás durante el resto de tu vida, y nunca nada será igual...

Él abrió los ojos y descubrió una sombra sobre él, estaba desnudo en la cama desconocida y una mano le palmeaba el hombro y le apartaba el cabello de la frente.

—Bueno, bien despierto —dijo Ari.

Era su peso el que lo empujaba al borde del colchón. Ari, que estaba sentada y vestida mientras él...

—Me voy a la oficina, cariño. Puedes dormir aquí, si quieres. Florian te servirá el desayuno.

—Me voy a casa —murmuró él y arrastró la sábana para cubrirse.

—Como quieras. —Ariane se levantó y fue a mirar por la pared ventana con una muestra de desinterés que lastimó los nervios de Justin y le revolvió el estómago—. Ven cuando quieras. Habla con Jordan si quieres.

—¿Qué espera usted que haga?

—Lo que quieras.

—¿Quiere que me quede aquí? —El pánico le aflautaba la voz. Sabía que Ari lo captaría y que eso era peligroso, era peligroso porque actuaría sobre ese pánico, trabajaría con él. Lo que acababa de decir era una amenaza. Al menos eso creía. El tono de la doctora era inexpresivo, no le daba pistas. Su voz le retorció los nervios y le hizo olvidar durante unos buenos segundos que él tenía un arma defensiva en Grant, río abajo—. No va a salir bien.


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