– ¡Agacha la cabeza!

– No van a dejarnos salir del país -dijo Gideon.

«¡Bong!» Otra bala dio en la parte trasera. Gideon se agachó, protegiéndose la cabeza con las manos.

– Disparar una pistola desde un coche es mucho más difícil de lo que parece -repuso Mindy-. No es como en las películas. Dame tu pasaporte.

Gideon rebuscó en sus bolsillos. Oía el rugido del motor, el chirrido de las ruedas, los bocinazos de los coches que dejaban atrás y, en ese momento, también el aullido de las sirenas. Mindy cogió el pasaporte, metió la mano en el bolso y sacó un sello de goma y un tampón. Abrió el documento, lo selló y lo rubricó con su firma.

– Ahora ya tienes estatus diplomático -le dijo, dándoselo.

– ¿Es el procedimiento habitual de la CIA?

Mindy sonrió débilmente mientras el coche aminoraba.

Gideon miró por encima del asiento. Estaban entrando en el túnel. Los todoterrenos habían quedado atrás, atascados entre los coches.

El tráfico intenso los obligó a aminorar y finalmente a detenerse. Gideon se asomó de nuevo y vio que un montón de tipos con traje se apeaban de los vehículos y corrían hacia ellos con las armas en la mano, desplegándose rápidamente.

– Estamos jodidos -dijo.

– En absoluto. Cuando yo salga, empieza a disparar por encima de las cabezas de la gente. Pero asegúrate de no darle a nadie.

– Espera…

Pero Mindy había saltado del coche como una exhalación y corría agachada entre las filas de vehículos parados. Gideon apuntó por encima de la cabeza de los individuos que se acercaban y apretó el gatillo. Notó el retroceso de la pistola una, dos, tres veces. Los disparos resonaron con fuerza en las paredes del túnel. Mientras sus perseguidores se agachaban, a su alrededor oyó los gritos de la gente que salía precipitadamente de sus coches.

El caos fue instantáneo. Enseguida comprendió la táctica de Mindy. Disparó dos veces más, con lo que el pánico aumentó. Se abrieron más portezuelas, sonaron más gritos, la gente corría por encima de los vehículos, huyendo en todas direcciones.

Los tipos trajeados se levantaron e intentaron abrirse paso a la fuerza entre el gentío, pero era como luchar contra la marea. Gideon disparó en todas direcciones. «¡Bang!» «¡Bang!» «¡Bang!» El pánico se extendió, y sus perseguidores tuvieron que agacharse nuevamente. Oyó que Mindy disparaba desde algún lugar por detrás. El revólver de cañón corto sonaba más fuerte que su 32. Al oír las detonaciones, una parte de la gente cambió la dirección de su huida, chocando entre sí y acurrucándose bajo los coches. Gideon oyó ruido de cristales rotos y bocinazos. Intentó localizar los trajes, pero habían desaparecido entre la gente, tendidos en el suelo o quizá incluso pisoteados.

La puerta del coche se abrió de repente. Gideon se volvió y vio a Mindy. La agente enfundó la pistola y se enjugó la frente.

– Hora de largarse.

Salieron y corrieron entre el gentío, alejándose de la entrada de túnel. Era como una epidemia. La multitud iba en aumento a medida que la gente abandonaba sus coches, presa de un frenesí contagioso. Daba la impresión de que todo el mundo creía que se trataba de un ataque terrorista.

Arrastrados por la multitud, salieron por la boca del túnel. La gente saltó una barrera de hormigón y se dejó caer por una breve ladera que daba a Hung Hing Road, donde se desparramó en una masa vociferante hacia el Hong Kong Yatch Club. La multitud derribó rápidamente la garita de la entrada con los vigilantes todavía en su interior, saltó la barrera y se perdió en el recinto del club.

– No te separes de mí -ordenó Mindy, alejándose del tumulto.

Se metieron por una carretera auxiliar, cruzaron unas vías de tren y saltaron una valla de alambre. Al fin se alejaron de la multitud y corrieron por un paseo desde donde se dominaba Victoria Harbour. El camino describía una curva y enlazaba con un muelle de hormigón que se adentraba en las aguas del puerto. Mindy, que llevaba un rato hablando a gritos por el móvil, lo cerró con un golpe seco.

– Por allí -dijo, indicando el muelle asfaltado.

– Pero ¡si es un callejón sin salida! -gritó Gideon.

Entonces vio que había una gran «H», rodeada por un círculo, pintada en el suelo. Alzó la vista y en ese momento oyó el ruido de un helicóptero que se acercaba volando bajo y a toda velocidad. La aeronave sobrevoló el muelle, descendió y se posó. Los dos corrieron hacia las puertas que se abrieron. El helicóptero despegó tan pronto estuvieron a bordo y se alejó, sobrevolando el puerto.

Mindy Jackson se abrochó el cinturón de seguridad y se volvió hacia Gideon, mientras sacaba papel y lápiz.

– Acabo de salvarte la vida, así que vas a dejarte de gilipolleces y me darás esos malditos números.

Gideon se los dio.

36

Subieron al primer avión que salía del país, un vuelo de Emirates con destino a Dubai, utilizando sus visados diplomáticos para saltarse el control de pasaportes. Llegaron a su destino a las nueve de la noche, hora local. Su vuelo a Nueva York no salía hasta la mañana siguiente.

– El hotel Bur Dubai está muy bien -comentó Mindy mientras cruzaban la aduana y se dirigían hacia la cola de los taxis-. Me debes una bien grande y fuerte.

– ¿Te refieres a una copa? -preguntó Gideon haciéndose el inocente.

– Pues claro. Menuda mente retorcida tienes.

Subieron a un taxi.

– Al Bur Dubai -dijo ella al chófer y se volvió hacia Gideon-. El Cooz Bar es un local especializado en música jazz y habanos y tiene un ambiente muy especial, con sofás de terciopelo rojo, taburetes de piel de leopardo y mucha madera clara.

– Tiene gracia, no te hacía fumadora de puros.

El taxi se incorporó al denso tráfico nocturno y al cabo de un rato los dejó delante del hotel, dos estructuras ultramodernas que se curvaban para cruzarse en lo alto. Fueron directamente al bar sin registrarse, justo a tiempo para la segunda actuación.

Se sentaron, y la orquesta empezó a tocar. Como era previsible, la primera pieza fue de Ellington, «Caravan». Gideon escuchó con atención, no lo hacían nada mal. El camarero se acercó.

– Yo tomaré un martini de Absolut -dijo Mindy-, con dos aceitunas y… -echó un vistazo a la carta de puros- un Bolívar Coronas Gigantes.

Gideon, tras los excesos de la noche anterior, decidió tomarlo con calma y pidió una cerveza. El camarero regresó con las bebidas y el cigarro.

– ¿Vas a fumarte eso? -preguntó Gideon, contemplando el tubo de aluminio del tamaño de un torpedo.

– Yo no, pero tú sí. Me gusta ver a un hombre fumando un puro.

Cediendo a sus instintos más básicos, Gideon sacó el habano y se lo pasó por debajo de la nariz. Era excelente. Lo cortó con el cortapuros y lo encendió.

Mindy lo miraba de soslayo.

– Como pensaba. Te sienta bien fumar puros.

– Pues esperemos que no pille un cáncer y tengan que amputarme los labios.

– Con unos labios tan bonitos sería una lástima -dijo ella, tomando un sorbo de su martini sin dejar de mirarlo-. ¿Sabes?, no he conocido a nadie que tenga tu aspecto, un pelo tan negro y ojos azules.

– Irlandés moreno, salvo que no soy irlandés.

– Apuesto a que te quemas fácilmente con el sol.

– Por desgracia, sí.

Allí, tan lejos de casa, Mindy Jackson parecía una persona distinta.

– ¿Tienes alguna idea de qué pueden significar esos números? -le preguntó Gideon.

– Todavía no. Acabo de mandarlos.

– Si averiguan algo me gustaría saberlo.

Mindy permaneció en silencio. La orquesta empezó otra pieza clásica de Ellington: «Mood Indigo».

Ya que le había entregado los números, Gideon pensó que podía hacerle alguna otra pregunta.

– Cuéntame algo más de ese personaje, el tal Nodding Crane. Suena como un personaje salido de una película de James Bond.

– Y en cierto modo es verdad. Se trata de un asesino nato. Sabemos muy poco acerca de él, que proviene del oeste de China, que es de origen mongol y que parece ser una especie de Gengis Kan. Creemos que creció en una unidad de entrenamiento especial que lo educó en la cultura estadounidense. Según parece trabaja para la Oficina 810.


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