estaba haciendo uno de sus innumerables cursos, aquel era de pintura sobre madera, y

para mi padre representaba perder alrededor de dos horas (sagradas) de su trabajo.

Cuando se dieron cuenta que no había otro remedio, accedieron a dejarme viajar solo.

Lo que yo quería era alejarme lo más posible de San Isidro, evitar la posibilidad de

cruzarme con Mariano y que éste me ignorara.

Para mí el instituto fue un enorme descubrimiento, el primero de todos los que vendrían

después. El hecho de encontrarme con tantos chicos de mi edad de distintos sectores

sociales, que vivían en distintos barrios, esa cosa en definitiva tan insignificante para

cualquier otro chico, me maravillaba. No teníamos mucho tiempo para charlar, las

clases eran bastante exigentes, aunque a mí, ya fue dicho, me gustaba estudiar y no tuve

mayores problemas, no me sobraba el tiempo para relacionarme con los demás. Igual,

disfrutaba mucho sabiendo que estaba rodeado de desconocidos.

Pensándolo ahora, veo que era más mi temor al desengaño, luego de lo que había

pasado con Mariano, que otra cosa. Si no trabé amistad con ninguno de los demás no

fue por falta de tiempo, sino por miedo.

* * *

El veintiuno de julio, al comienzo del invierno, Ezequiel tuvo la primera crisis, de todas

las que tuvo durante su enfermedad.

Enfermó de neumonía, estuvo bastante delicado, diez días de internación de los que

salió con la prescripción médica de tomar AZT y sin trabajo.Ezequiel trabajaba en un estudio de diseño gráfico desde hacía dos años. En el momento

de la internación, en su trabajo se enteraron de su enfermedad y lo echaron.

Argumentaron razones presupuestarias, Ezequiel no les creyó; después de la experiencia

con Mariano yo tampoco.

Unos días después de la salida de la clínica de Ezequiel, vino la abuela a casa a charlar

con mi padre. La abuela quería que papá se llevara a Ezequiel a trabajar a su oficina. Mi

padre sostenía que no era necesario que Ezequiel trabajara, que podría venir a vivir a

casa como antes y sin rencores; y por otra parte sostenía que era lógico que se quedara

sin trabajo, que él como empleador tampoco tomaría riesgos si un empleado suyo

tuviera SIDA, hay que pensar en los demás, decía.

XXV

Cuando empezó a tomar AZT, Ezequiel se vio obligado a llevar una dieta sana y a

realizar ejercicios, para contrarrestar los efectos de la droga.

Todos los días salía con Sacha a realizar largas caminatas, y esas caminatas lo llevaban

lunes, miércoles y viernes, a la puerta del instituto donde yo estudiaba.

La primera vez que lo vi parado en la puerta esperándome, me temblaron las rodillas, a

mí no se me había permitido ir a verle a la clínica, es más, hacía más de tres meses que

no nos veíamos, si bien yo estaba enterado de todo lo que pasaba, había desarrollado un

sexto sentido para escuchar a mis padres cuando hablaban de él, y además la abuela,

siempre la abuela, me contaba. Me sentía en falta por no haberlo visitado.

—No me dejaron ir a verte —le dije sin saludarlo siquiera.

Ezequiel sonrió, tenía una sonrisa apagada, todo él estaba apagado, no era ya la persona

luminosa de antes. Estaba asustado, algo de lo que no me di cuenta hasta que fue tarde.

—Ya sé, no importa. La abuela siempre me manda saludos tuyos. ¿No te molesta que te

venga a buscar?

Le contesté que no, por supuesto. Esa primera vez y las siguientes nos limitamos a

caminar en silencio hasta la parada del colectivo, con Sacha correteando entre ambos.

A la segunda semana, Sacha ya saltaba para recibirme apenas ponía un pie fuera del

instituto. Lo cual me hizo ganar la simpatía de muchos de mis compañeros.

Sacha nos daba tema de conversación. Yo no me animaba a preguntarle de su

enfermedad, ni de su dieta, entonces le preguntaba sobre la dieta de Sacha. Ezequiel me

contaba qué le daba de comer y cómo la cuidaba, de los libros que había leído para

cuidarla bien. Se lo tomaba todo con absoluta seriedad, sabía muchísimas cosas de los

perros del ártico, su historia, sus costumbres, y sus diferencias con los perros de origen

europeo.

Hablando de ella fue que un día me dijo:

—Uno de los motivos porque quiero tanto a este perro es por sus ojos. Desde que estoy

enfermo la gente me mira de distintas maneras. En los ojos de algunos veo temor, en los

de otros intolerancia. En los de la abuela veo lástima. En los de papá enojo y vergüenza.

En los de mamá miedo y reproche. En tus ojos curiosidad y misterio, a menos que creas

que mi enfermedad no tiene nada que ver con que estemos juntos en este momento. Losúnicos ojos que me miran igual, en los únicos ojos que me veo como soy, no importa si

estoy sano o enfermo, es en los ojos de mi perro. En los ojos de Sacha.

XXVI

Ezequiel me pidió que yo cuidara a Sacha antes de su última internación, la definitiva.

Lo llevé a casa, traté de cuidarlo tan bien como él, de llevarlo a caminar todos los días.

Pero en mi casa en esos días todos estábamos muy nerviosos, Sacha también. Rompió

varias de las plantas de hierbas de mamá y terminó en el campo de la abuela. Yo rogué,

lloré e imploré, fue inútil. Ezequiel todavía no había muerto y a mí se me negaba

cumplir con una de sus últimas voluntades.

Nos pusimos de acuerdo en que nadie se lo diría, Ezequiel nos preguntaba por Sacha

cada vez que nos veía, nosotros le contestábamos que estaba bien. A pesar de

tranquilizarlo a él, nadie pudo tranquilizar el daño que produjo en mi conciencia el tener

que mentirle a mi hermano moribundo.

XXVII

Los paseos al salir del instituto se hacían cada día más largos, aunque yo me demorara

cada vez más, en casa a nadie parecía importarle.

Después de mi viaje de fin de curso, algunas de nuestras caminatas terminaban en su

casa. Yo no visitaba su departamento desde que fui a pedirle explicaciones, y esa vez no

tuve demasiado tiempo para prestar atención a nada.

La primera vez que llegué allí acompañado por él, descubrí su biblioteca. Tenía libros

de diseño gráfico, fotografía y de literatura. Le gustaba especialmente la ciencia ficción

y el fantasy. Me prestó El señor de los anillos y puso a mi disposición cualquiera de sus

libros.

Me contó, al preguntarle por la cantidad de libros de fotografía que tenía, que le gustaba

mucho sacar fotos.

Siguiendo con mi inspección al lado de su cama encontré un chelo.

—¿Desde cuándo tocas el chelo? —le pregunté sin salir de mi asombro.

—Lo compré hace cuatro años. Estudié un año y dejé. El año pasado volví a estudiar.

¿El año pasado? Me parecía extraño, el año anterior se había enterado que tenía SIDA, y

se había puesto a estudiar chelo...

Me miró y sonrió.

—Mira, lo único cierto que sabemos todos de la vida es que nos vamos a morir. Y lo

único incierto es el momento. Digamos que al enterarme que lo incierto avanza sobre lo

cierto, me propuse no morirme hasta no poder tocar la Suite No. 1 en Sol mayor de

Bach.

Y se rió.

* * *

Guardé El señor de los anillos en mi mochila, le pedí que hiciera ruido, para que en mi

casa creyeran que hablaba desde un teléfono público, y llamé para decir que me había

demorado en la casa de un compañero, para ponerme al día con lo que habían visto

mientras estaba de viaje de fin de curso. Ezequiel se rió mucho ruando corté y apostó a


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