Al pie de la colina, justo de donde acabo de venir, han construido muchos bloques de casas, y más lejos, siguiendo la margen del río, donde hasta hace sólo un año no había más que hierba y barro, una empresa está levantando bloques de pisos para sus futuros empleados. Los bloques están sin terminar y, cuando el sol casi toca el río, es fácil confundirlos con casas bombardeadas como las que todavía quedan en algunas partes de la ciudad.
No obstante, las ruinas van siendo cada día más escasas. Habría que dirigirse hacia el norte por el barrio de Wakamiya, o bien llegar hasta la zona entre Honcho y Kasumagachi, donde los daños fueron realmente importantes, para encontrar auténticas ruinas. Y sin embargo, hace sólo un año la ciudad estaba llena de escombros y edificios destrozados por las bombas. La zona que empieza cruzando el Puente de las Vacilaciones, por ejemplo, era un desierto cubierto de escombros. Ahora, en cambio, es un lugar donde las obras progresan a gran velocidad. Frente al bar de la señora Kawakami, donde antes se amontonaba la muchedumbre en busca de diversión, están haciendo una carretera y, a ambos lados del establecimiento, están poniendo los cimientos de lo que serán en un futuro bloques de oficinas.
Cuando la otra noche la señora Kawakami me contó que una empresa le ofrecía una buena cantidad de dinero por su local, ya hacía tiempo que había supuesto que, tarde o temprano, la mujer tendría que cerrar e irse a otro sitio.
– No sé qué hacer -me dijo-. Después de tanto tiempo sería para mí tremendo tener que irme. Anoche no pude dormir pensándolo y, una vez más, me dije: ahora que Shintaro-san ya no viene, el único cliente que me queda es Sensei. De verdad, no sé qué hacer.
Y es cierto, ahora soy yo el único cliente que le queda. Desde el invierno pasado, Shintaro no ha vuelto a aparecer por el bar de la señora Kawakami. Seguramente, por no encontrarse conmigo. Y todo por un incidente, en el que la señora Kawakami no tuvo nada que ver, pero cuyas consecuencias la han perjudicado.
El año pasado, una noche de invierno de las muchas en que solíamos tomar una copa juntos, Shintaro me comentó lo ansioso que estaba por conseguir un puesto de profesor en uno de los nuevos institutos. Me confesó incluso que ya había enviado varias solicitudes. Evidentemente, Shintaro ya no era discípulo mío desde hacía años y no había razón alguna para que no pudiese hacer las gestiones necesarias sin consultarme. Además, yo era consciente de que en aquel momento había otras personas que podían serle más útiles que yo. Y sin embargo reconozco que me sorprendió que no hubiese recurrido a mí para nada, ni siquiera para formular las solicitudes. Un día de invierno, poco después de Año Nuevo, Shintaro se presentó en mi casa y, entre risas, me dijo nervioso en la entrada: «Sensei, sé que es una impertinencia venir así a su casa.» El gesto me produjo algún alivio. En cierto modo, era como si nuestra relación volviese a cobrar su carácter familiar. Encendí el brasero del recibidor y nos sentamos al lado para calentarnos las manos. Al ver que Shintaro tenía en el impermeable algunos copos de nieve que ya empezaban a derretirse, le dije:
– ¿Ha empezado otra vez a nevar?
– Un poco, comparado con esta mañana.
– Lamento que la habitación esté tan fría. Me temo que es la más fría de la casa.
– No se preocupe, Sensei. En mi casa hace mucho más frío. -Sonrió contento y se frotó las manos encima de las brasas-. Le agradezco que me reciba usted de este modo. Siempre ha sido usted muy amable conmigo. Si empezase a recordar todo lo que ha hecho por mí…
– En absoluto, Shintaro. El caso es que a veces pienso que últimamente no he sido muy atento con usted, de modo que si puedo expiar mi despreocupación de algún modo, aunque sea a estas alturas, le agradecería me lo dijese.
Shintaro se rió y siguió frotándose las manos:
– Sensei, qué tonterías dice. Si tuviese que recordar todo lo que ha hecho usted por mí… Me quedé un rato observándole y le dije:
– Dígame, Shintaro, ¿en qué puedo servirle? Levantó la mirada sorprendido y volvió a reírse:
– Discúlpeme, Sensei. Empezaba a sentirme tan cómodo que había olvidado por completo el motivo por el que vine a molestarlo.
Era, me dijo, muy optimista respecto a la plaza libre del Instituto de Higashimachi. Personas de fiar le habían dado a entender que su candidatura figuraba entre las favoritas.
– Sin embargo, hay un par de cosas que el comité de selección no ve con muy buenos ojos.
– ¿Ah, sí?
– Sí, Sensei, y quizá deba serle sincero. Son detalles referentes al pasado.
– ¿Al pasado?
– Sí. -Shintaro se puso nervioso y, haciendo un esfuerzo, prosiguió-: Como ya sabe, Sensei, siento hacia usted un gran respeto. He aprendido mucho, y siempre estaré orgulloso de haber sido su discípulo.
Bajé la cabeza y esperé a que siguiera hablando.
– Sensei, el caso es que le estaría muy agradecido si usted mismo escribiera al comité de selección. Sólo para confirmarles algunas declaraciones que he hecho.
– ¿Qué declaraciones, Shintaro?
Shintaro soltó una risita y volvió a poner las manos sobre el brasero.
– Es sólo para tenerlos contentos. Nada más. Recordará que en una ocasión tuvimos ciertas divergencias. Fue con motivo de mi trabajo durante la crisis china.
– ¿La crisis china? Lo siento, Shintaro, pero no recuerdo que discutiéramos.
– Discúlpeme, Sensei, quizá esté exagerando. No fue una auténtica discusión, pero sí me atreví a manifestar mi desacuerdo. Es decir, me opuse al juicio que emitió usted sobre mi trabajo.
– Discúlpeme, Shintaro, pero no sé a qué se está refiriendo.
– No me extraña que ya haya borrado de su memoria semejante banalidad, pero ocurre que en mis circunstancias actuales, el asunto es de gran importancia. Quizá lo recuerde usted si piensa en la fiesta que hubo aquella noche. Creo que estábamos en el Hotel Hamabara. Bebí un poco de más y tuve la descortesía de decirle lo que pensaba.
– Tengo muy vagos recuerdos de aquella noche, por lo tanto, se me escapan muchos detalles. Además, Shintaro, ¿a qué viene ahora sacar a relucir una pequeña discusión?
– Discúlpeme, Sensei, pero ocurre que el asunto tiene ahora cierta relevancia. El comité debe estar completamente seguro de algunas cosas. Después de todo, hay que tener contentas a las autoridades americanas. -Shintaro pronunció estas palabras casi en voz baja, muy nervioso y, a continuación, añadió-: Sensei, le ruego que intente recordar aquel incidente entre nosotros. Aunque siempre le he estado agradecido, y sigo estándolo por la inmensidad de cosas que he aprendido con usted, lo cierto es que no siempre he compartido sus opiniones. Y quizá no exagere si le digo que tuve muchas reservas en cuanto al modo de dirigir nuestra escuela por aquel entonces. Quizá recuerde usted, por ejemplo, que aunque al final me ajustara a sus criterios, cuando hice los carteles sobre la crisis de China tuve mis dudas al respecto, e incluso me atreví a dejarle bien claro mi parecer.
– Los carteles sobre la crisis de China -murmuré-. Sí, ya recuerdo sus carteles. En aquel momento crucial, el país tuvo que mostrarse enérgico y decidir lo que quería. Que yo recuerde, su postura fue correcta y todos nos sentimos muy orgullosos de su trabajo.
– Pero recordará usted, Sensei, que ante el trabajo que deseaba usted que hiciera tuve mis reservas y, aquella noche en el Hotel Hamabara, mostré claramente mis discrepancias. Discúlpeme por molestarlo por un asunto tan trivial.
Creo que durante unos instantes me quedé callado y tuvo que ser más o menos en ese momento cuando me levanté, pues cuando volví a hablar, recuerdo que me encontraba al otro lado de la habitación, junto a las mamparas de la terraza.
– Quiere que le envíe al comité una carta -dije al final-, que lo desvincule totalmente de mí. En definitiva, su petición consiste en eso.
– De ningún modo, Sensei. Me está entendiendo mal. Me siento tan orgulloso como siempre de que me asocien a su nombre. Ahora bien, respecto al asunto de los carteles sobre China, si al comité le quedase claro que…
Una vez más, no terminó la frase. Corrí una mampara dejándola un poco abierta. Un soplo de viento frío penetró en la habitación, pero, no sé por qué, no lo sentí. Miré por la abertura hacia el jardín, que se extendía al otro lado de la terraza. Los copos de nieve caían arrastrados por el viento.
– Shintaro -dije-, ¿por qué no afronta el pasado sin más? En aquella época logró mucha fama con sus carteles. Fama y elogios. Que la gente tenga ahora una opinión distinta de su obra no es razón para que reniegue usted de sí mismo.
– Tiene usted razón, Sensei -dijo Shintaro-. Entiendo lo que dice, pero, volviendo a lo que ahora nos ocupa, le agradecería enormemente que le escribiera al comité una carta sobre los carteles de la crisis de China. Aquí tengo el nombre y la dirección del presidente del comité.
– Por favor, Shintaro, escúcheme.
– Con todos mis respetos, Sensei, le diré que siempre le he agradecido sus consejos y su sabiduría, pero en este momento soy un hombre a mitad de su carrera. Cuando uno ya se ha retirado, está muy bien reflexionar y pensar las cosas, pero sucede que el mundo en que vivo es un mundo complejo y hay un par de cosas que debo tener en cuenta si quiero conseguir este puesto que, salvado ese escollo, ya es mío. Se lo ruego, Sensei, considere mi situación.
No le respondí. Seguí mirando cómo caía la nieve. Shintaro, a mis espaldas, se levantó.
– Sensei, aquí tiene usted el nombre y la dirección. Si me permite, se lo dejo aquí encima. Le agradecería que cuando tenga tiempo considere mis palabras con toda atención.
Durante unos instantes esperó a ver si me volvía y le permitía despedirse dignamente, pero yo seguí contemplando el jardín. A pesar de que la nieve seguía cayendo, apenas había cuajado en una fina capa sobre los arbustos y las ramas. Y, mientras miraba, la brisa movió una rama del arce e hizo caer casi toda la nieve. Sólo la farola de piedra de detrás del jardín tenía una buena capa blanca encima.
Oí cómo Shintaro se despedía y salía de la habitación.
Quizá parezca que ese día estuve innecesariamente brusco con Shintaro, pero teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido semanas antes de su visita, estoy seguro de que comprenderán por qué adopté una postura tan poco solidaria ante sus deseos de eludir toda responsabilidad. La visita de Shintaro tuvo lugar sólo unos días después del miai de Noriko.