Todo lo que queda más allá de nuestra capacidad de percibir es otro asunto. Y la distinción entre lo que se puede y lo que no se puede conocer es crucial. Confundirlos colocaría a los videntes en una posición extremadamente precaria.

– Cuando esto les sucedió a los antiguos videntes -prosiguió don Juan- le echaron la culpa a sus procedimientos. Nunca se les ocurrió que casi todo lo que nos rodea está más allá de nuestra comprensión. Ese fue el espeluznante error que les costó más caro.

– ¿Qué pasó después de que quedó establecida la distinción entre lo desconocido y lo que no se puede conocer? -pregunté.

– Comenzó el nuevo ciclo -contestó-. Esa distinción es la frontera entre lo antiguo y lo nuevo. Todo lo que han hecho los nuevos videntes se origina allí.

Don Juan dijo que el ver había sido el elemento crucial tanto en la destrucción del mundo de los antiguos videntes como en la reconstrucción del nuevo ciclo.

Fue gracias a que veían que los nuevos videntes descubrieron ciertos factores innegables que utilizaron para llegar a conclusiones, ciertamente revolucionarias para ellos, acerca de la naturaleza del hombre y del universo. Estas conclusiones, que hicieron posible el nuevo ciclo, eran las verdades que me estaba explicando acerca del estar consciente de ser.

Don Juan me pidió que lo acompañara al centro del pueblo a dar un paseo alrededor de la plaza principal. Ya en camino, comenzamos a hablar de maquinarias e instrumentos de precisión. Dijo él, que los instrumentos son extensiones de nuestros sentidos, y yo sostuve que hay instrumentos que no corresponden a esa categoría, porque llevan a cabo funciones que nosotros no estamos fisiológicamente capacitados para realizar.

– Nuestros sentidos son capaces de todo -afirmó.

– Muy a la ligera, le puedo mencionar que existen, por ejemplo, instrumentos que captan las ondas de radio que provienen del universo -dije-. Nuestros sentidos no pueden captar ondas de radio.

– Yo opino de otro modo -dijo-. Yo pienso que nuestros sentidos pueden captar todo lo que nos rodea.

– ¿Y qué ocurre en el caso de los sonidos ultrasónicos? -insistí-. No tenemos el equipo orgánico necesario para escucharlos.

– Es la convicción de los videntes que sólo hemos organizado una porción muy pequeña de nosotros mismos -contestó

Guardó silencio por un largo rato. Parecía estar perdido en sus pensamientos, como si tuviera dudas de seguir hablando. Al fin, me sonrió.

– La primera verdad acerca del estar consciente de ser, como ya te lo dije -comenzó-, es que el mundo que nos rodea no es en realidad como pensamos que es. Pensamos que es un mundo de objetos y no lo es.

Hizo una pausa, como si midiera el efecto de sus palabras. Le dije que yo estaba de acuerdo con su premisa, porque todo podía concebirse como campos de energía. Dijo que yo solamente intuía una verdad, que razonarla no era verificarla, y que no daba un comino si yo estaba o no estaba de acuerdo con él. Lo que quería era mi esfuerzo por comprender lo que implicaba esa verdad.

– Tú no puedes ver los campos de energía -prosiguió-. No como hombre común y corriente. Porque, si pudieras verlos, serías un vidente, y en ese caso tú estarías explicando las verdades acerca del estar consciente de ser. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Siguió adelante, diciendo que las conclusiones a las que llegamos mediante el razonamiento tienen muy poca o ninguna influencia para alterar el curso de nuestras vidas. De ahí los incontables ejemplos de personas poseedoras de las más claras convicciones y que sin embargo actúan diametralmente en contra de ellas una y otra vez.

– La primera verdad dice que el mundo es tal como parece y sin embargo no lo es -prosiguió-. No es tan sólido y real como nuestra percepción nos ha llevado a creer, pero tampoco es un espejismo. El mundo no es una ilusión, como se ha dicho que es; es real por una parte, e irreal por la otra. Pon mucha atención en esto, porque debe entenderse, no sólo aceptarse. Nosotros percibimos. Este es un hecho innegable. Pero lo que percibimos no es un hecho del mismo tipo, porque aprendemos qué percibir.

"Lo que nos rodea afecta nuestros sentidos. Esta es la parte que es real. La parte irreal es lo que nuestros sentidos perciben como lo que nos rodea. Piensa en una montaña, por ejemplo. Tiene tamaño, color, forma. Incluso tenemos categorías de montañas, que son, por cierto, precisas. No hay nada malo en todo eso; el error está en que nunca se nos ha ocurrido que nuestros sentidos sólo juegan un papel superficial. Nuestros sentidos perciben como, lo hacen porque una característica específica de nuestra conciencia de ser los obliga a hacerlo así.

De nuevo comencé a darle la razón, pero no porque estaba convencido, ya que no le había yo entendido muy bien. Era simplemente mi reacción ante algo incomprensible. Él me hizo callar.

– He usado el término el mundo -continuó don Juan- para abarcar todo lo que nos rodea. Desde luego, hay un término mejor, pero va a ser totalmente incomprensible paré ti. Los videntes dicen que debido á nuestra conciencia de ser, nosotros pensamos que nos rodea un mundo de objetos. Pero lo que, en realidad, nos rodea son las emanaciones del Águila, fluidas, siempre en movimiento, y sin embargo inalterables, eternas.

Con un gesto de la mano me detuvo justo cuando iba a preguntarle qué eran las emanaciones del Águila. Explicó que uno de los legados más dramáticos de los antiguos videntes era el descubrimiento de que los seres vivientes existen solamente para acrecentar la conciencia de ser. Don Juan lo llamó un descubrimiento colosal.

En un tono medio serio, me preguntó si yo conocía una mejor respuesta a la pregunta que siempre ha perseguido al hombre: la razón de nuestra existencia. De inmediato adopté una posición defensiva y comencé a discutir que la pregunta carecía de significado, porque uno no puede contestarla lógicamente. Le dije que para discutir ese tema tendríamos que hablar de creencias religiosas y convertirlo todo en un asunto de fe.

– Lo que los antiguos videntes dijeron no tiene nada que ver con la fe -dijo-. No eran tan prácticos como los nuevos videntes, pero lo eran lo suficiente como para darse cuenta de lo que veían. Lo que yo trataba de hacerte ver con esa pregunta, que tanto te molestó, es que nuestro raciocinio, por sí solo, no puede proporcionarnos una respuesta a la razón de nuestra existencia. Cada vez que trata de hacerlo, la conclusión es siempre un asunto de fe y credo. Los antiguos videntes tomaron otro camino, y por cierto llegaron a otra conclusión que no tiene nada que ver con la fe y el credo.

Dijo que los antiguos videntes, enfrentándose a peligros incalculables, habían visto la fuerza indescriptible que es el origen de todos los seres conscientes. La llamaron el Águila, porque al vislumbrarla brevemente, la vieron como algo que parecía un águila, negra y blanca, de tamaño infinito.

Ellos vieron que es el Águila quien otorga la conciencia de ser. El Águila crea seres conscientes a fin de que vivan y enriquezcan la conciencia que les da con la vida. También vieron que es el Águila quien devora esa misma conciencia de ser, enriquecida por las experiencias de la vida, después de hacer que los seres conscientes se despojen de ella, en el momento de la muerte.

– Para los antiguos videntes -prosiguió don Juan- no es un asunto de fe o de deducción decir que la razón de la existencia es enriquecer la, conciencia de ser. Ellos vieron que era así.

"Ellos vieron que la conciencia de ser se separa de los seres conscientes y se aleja volando en el momento de la muerte. Y luego flota como una luminosa mota de algodón justo hacia el pico del Águila, para ser consumida. Para los antiguos videntes esa era la evidencia de que los seres conscientes viven sólo para acrecentar la conciencia de ser: el alimento del Águila.


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