La elucidación de don Juan se interrumpió porque tuvo que hacer un viaje corto de negocios. Néstor lo llevó en coche a Oaxaca. Mientras los despedía, recordé que al principio de mi asociación con don Juan, cada vez que mencionaba un viaje de negocios, yo pensaba que era un eufemismo. Al paso del tiempo me di cuenta de que en realidad hacía viajes de negocios. Cada vez que los hacía, se ponía uno de sus muchos trajes inmaculadamente cortados, y parecía cualquier cosa menos el viejo indio que yo conocía. Le había comentado la sofisticación de su metamorfosis.
– Un nagual es alguien lo suficientemente flexible para ser cualquier cosa -había dicho-. Entre otras cosas, ser un nagual significa no tener puntos qué defender. Recuerda esto, regresaremos al mismo tema una y otra vez.
Y habíamos vuelto sobre lo mismo, una y otra vez, de todas las maneras posibles. En verdad, don Juan no parecía tener puntos qué defender, pero durante su ausencia en Oaxaca me entró una duda. De repente, me di cuenta de que un nagual sí tenía un punto qué defender: la descripción del Águila y lo que hace merecía, en mi opinión, una defensa apasionada.
Intenté plantearle esa pregunta a algunos de los videntes, compañeros de don Juan, pero eludieron mis indagaciones. Me dijeron que ese tipo de discusión me estaba vedado hasta que don Juan terminara su explicación del estar consciente de ser.
En cuanto regresó, nos sentamos a hablar y yo le pregunté acerca de ello.
– Esas verdades no son algo que hay que defender apasionadamente -contestó-. Si crees que trato de defenderlas, te equivocas. Esas verdades fueron recopiladas para el deleite y el esclarecimiento de los guerreros, no para despertar sentimientos de propiedad. Cuando te dije que un nagual no tiene puntos qué defender, quería decir, entre otras cosas, que un nagual no tiene obsesiones.
Le dije que por lo visto yo no estaba siguiendo sus enseñanzas, porque la descripción del Águila y lo que hace me había obsesionado terriblemente. Le comenté una y otra vez la horrorosa magnitud de tal idea.
– No es tan sólo una idea -dijo-. Es un hecho. Y en mi opinión, un hecho que lo deja a uno pasmado. Los antiguos videntes no andaban jugando con ideas.
– Pero, ¿qué tipo de fuerza sería el Águila?
– No sabría como contestar eso. El Águila es algo tan real para los videntes como la gravedad y el tiempo lo son para ti, y tan abstracto e incomprensible.
– Un momento, don Juan -le argüí-. Esos son conceptos, por cierto, abstractos, pero sí se refieren a fenómenos reales que pueden corroborarse. Hay disciplinas enteras dedicadas a ello.
– El Águila y sus emanaciones son igualmente corroborables -replicó don Juan-. Y la disciplina de los nuevos videntes se dedica precisamente a hacerlo.
Le pedí que explicara lo que son las emanaciones del Águila.
Dijo que las emanaciones del Águila son una cosa-en-sí-misma, inmutable, que abarca todo lo que existe, lo que se puede y lo que no se puede conocer.
– No hay manera de describir con palabras lo que son las emanaciones del Águila -prosiguió don Juan-. Un vidente tiene que ser testigo de ellas.
– ¿Usted las ha visto, don Juan?
– Claro que sí, y sin embargo no puedo decirte lo que son. Son una. presencia, casi una especie de masa, una presión que crea una sensación deslumbrante. Uno sólo puede vislumbrarlas, así como sólo es posible vislumbrar al Águila misma.
– ¿Diría usted, don Juan, que el Águila es el origen de las emanaciones?
– ¡Qué pregunta! ¿Quién más que el Águila puede ser el origen de sus emanaciones?
– Lo que quería decir era si eso es algo visual.
– El Águila no tiene nada de visual. Todo el cuerpo del vidente siente al Águila. Hay algo en cada uno de nosotros que puede hacernos percibir con todo nuestro cuerpo. Los videntes explican el acto de ver al Águila en términos muy sencillos: puesto que el hombre está compuesto por las emanaciones del Águila, uno sólo necesita regresar a sus componentes. El problema lo crea la conciencia de ser. En el momento crucial, cuando todo debía ser el simplísimo caso de las emanaciones que se reconocen a sí mismas, lo consciente del hombre se ve obligado a interpretar. El resultado es la visión de un Águila y de sus emanaciones. Pero no hay ningún Águila y no hay emanaciones algunas. Lo que nos rodea es algo que ninguna criatura viviente puede comprender.
Le pregunté si le llamaron Águila porque en general las águilas tienen atributos importantes.
– Llamarle Águila es el caso de encontrar una vaga semejanza entre lo que no se puede conocer y algo conocido -contestó-. Debido a ello, ciertamente, se le han querido adjudicar a las águilas atributos que no poseen. Pero eso siempre ocurre cuando la gente impresionable aprende a realizar actos que requieren gran sobriedad. Los videntes vienen en todo tamaño y forma.
– ¿Quiere usted decir que hay diferentes tipos de videntes?
– No. Quiero decir que hay muchísimos imbéciles que se convierten en videntes. Los videntes son seres humanos llenos de debilidades, o más bien, seres humanos llenos de debilidades que son capaces de volverse videntes. Igual que en el caso de gente atroz que se convierte en magníficos científicos.
"La característica de los videntes de mala muerte es que están dispuestos a olvidar la maravilla que nos rodea. Se quedan abrumados por el hecho de que ven, y creen que su talento es lo que cuenta. Un vidente debe ser un parangón para poder superar la flojedad casi invencible de nuestra condición humana. Lo que hacen los videntes con lo que ven es más importante que el ver en sí.
– ¿Qué quiere decir con eso, don Juan?
– Mira lo que nos han hecho los antiguos videntes. Nos han ensillado como burros con su visión del Águila que nos domina y ordena y que nos devora al momento de morir.
Dijo que había una definitiva flojedad en esa versión, y que a él personalmente no le gustaba la idea de que algo nos devora. Para él, sería más preciso si los videntes hubieran dicho que hay una fuerza que atrae nuestra conciencia, muy a la manera en que un imán atrae limaduras de hierro. En el momento de morir, todo nuestro ser se desintegra bajo la atracción de esa inmensa fuerza.
Que un evento de tal alcance fuese interpretado como el Águila devorándonos, le parecía grotesco, porque convierte un acto indescriptible en algo tan mundano como comer.
– Yo soy un hombre terriblemente mundano -dije-. La descripción del Águila que nos devora tiene un impacto aterrador para mí.
– El verdadero impacto no puede ser medido hasta el momento en que tú mismo veas al Águila -dijo-. Pero debes tener en cuenta que nuestros defectos permanecen con nosotros aún después de convertirnos en videntes. Así que cuando veas esa fuerza, es muy posible que estés de acuerdo con los videntes flojos que la llamaron el Águila, así como lo hice yo. Por otra parte, quizá resistas la tentación de atribuirle un carácter humano a lo que es incomprensible, y a lo mejor le inventas un nuevo nombre, un nombre más preciso.
– Los videntes que ven las emanaciones del Águila muchas veces las llaman comandos -dijo don Juan-. A mí no me importaría llamarlas comandos si no me hubiera acostumbrado a llamarlas emanaciones. Fue una reacción mía a la preferencia de mi benefactor; para él eran comandos. Pensé que ese término le encajaba mejor a. él que a mí, debido a su dominante personalidad. Yo quería algo impersonal. Comandos me parece demasiado humano, pero eso es lo que realmente son, los comandos del Águila.
Don Juan dijo que ver las emanaciones del Águila equivale a cortejar el desastre. Los nuevos videntes muy rápidamente descubrieron las tremendas dificultades que esto representaba, y sólo después de grandes tribulaciones, al tratar de delinear lo desconocido y separarlo de lo que no se puede conocer, se dieron cuenta de que todo está compuesto por las emanaciones del Águila. Solamente una pequeña porción de esas emanaciones queda al alcance del conocimiento humano, y esa pequeña porción se ve reducida a una fracción aún más minúscula por los apremios de nuestras vidas diarias. Lo conocido es esa minúscula fracción de las emanaciones del Águila; la pequeña parte que queda a un posible alcance del conocimiento humano es lo desconocido, y el resto, incalculable y sin nombre es lo que no se puede conocer.