Le dije a don Juan lo que la voz me había dicho.

– Ya ves, es exactamente lo que te dije -recalcó-. El emisario no te dijo nada nuevo. Sus aseveraciones fueron correctas, pero únicamente parecía que te estaba revelando algo nuevo. Lo que el emisario hizo fue meramente repetirte lo que tú ya sabías.

– Lo siento mucho, don Juan, pero no puedo decir que yo sabía todo eso.

– Sí, puedes decirlo. Tú sabes ahora infinitamente más de lo que racionalmente sospechas acerca del misterio del universo. Pero esa es la dolencia del género humano: saber más de lo que sospechamos acerca del misterio del universo.

A pesar de todo lo que dijo don Juan, el haber experimentado el increíble fenómeno de la voz del emisario, por mi propia cuenta, me causó una tremenda euforia. Durante otra discusión sobre el ensueño, aproveché la oportunidad y le pregunté a don Juan si él también lo oía como una voz.

Con una amplia sonrisa dijo:

– Sí, sí, el emisario me habla. En mi juventud lo veía como un fraile con capuchón negro que me hacía medio morir de miedo cada vez que me hablaba. Cuando mi miedo disminuyó, se convirtió en una voz incorpórea, la cual me habla hasta hoy en día.

– ¿Qué le dice a usted, don Juan?

– Me habla de las cosas en que enfoco mi atención; cosas que no me tomo la molestia de averiguar por mi mismo. Como por ejemplo, detalles sobre el comportamiento de mis aprendices. Lo que hacen cuando yo no estoy con ellos. Me dice cosas de ti, en particular. El emisario me dice todo lo que haces.

En ese momento, realmente perdí el interés de continuar nuestra conversación. Busqué frenéticamente en mi mente preguntas sobre otros temas, mientras que él se reía a carcajadas.

– ¿Es el emisario de ensueños un ser inorgánico? -le pregunté.

– Digamos que el emisario de ensueños es una fuerza que viene del reino de los seres inorgánicos. Esa es la razón por la cual los ensoñadores siempre la encuentran. Todos la oyen, son muy pocos los que la ven o la sienten.

– ¿Tiene usted alguna explicación para esto?

– No. Además, realmente no tengo ningún interés en el emisario. En un determinado momento de mi vida tuve que decidir entre concentrarme en los seres inorgánicos y seguir los pasos de los brujos antiguos, o renunciar a todo eso. Mi maestro, el nagual Julián, me ayudó a rechazar todo eso. Nunca me he arrepentido de esa decisión.

– ¿Cree usted que yo también debería rechazar todo esto, don Juan?

En lugar de contestarme, me explicó que el reino entero de los seres inorgánicos está siempre dispuesto a enseñar. Dijo que quizá debido a que los seres inorgánicos tienen una conciencia de ser más profunda que la nuestra se sienten obligados a tomarnos bajo su tutela.

– Yo no encontré ninguna razón para convertirme en su alumno -añadió-. El precio de su instrucción es demasiado caro.

– ¿Cuál es su precio?

– Nuestras vidas, nuestra energía. Demandan total devoción hacia ellos. En otras palabras, nos roban la libertad.

– ¿Pero, qué es lo que ellos enseñan?

– Cosas que atañen a su mundo. Del mismo modo que nosotros les enseñaríamos, si fuéramos capaces de enseñarles, cosas que atañen a nuestro mundo. Su método es tomar nuestro ser básico como medida de lo que necesitamos, y de acuerdo a eso enseñarnos. ¡Un método sumamente peligroso!

– No veo por qué pueda ser peligroso.

– Si alguien va a tomar a tu ser básico como medida, con todos tus vicios, tus miedos y avaricia y envidias, y toda tu porquería, y va a enseñarte lo que satisfaga a ese desastroso estado de ser, ¿cuál crees que sea el resultado?

No tuve nada que responder. Pensé que había comprendido perfectamente bien.

– El problema de los brujos de la antigüedad es que aprendieron cosas maravillosas, pero sobre las bases de una inconciencia de ser sin enmendar -prosiguió don Juan-. Los seres inorgánicos realizaban las acciones prácticas necesarias para lograr una u otra cosa y así con ejemplos guiaban a los brujos antiguos paso a paso a copiar esas acciones, sin que cambiaran en absoluto nada de su naturaleza básica.

– ¿Todavía existe esta clase de relaciones con los seres inorgánicos hoy en día?

– No te puedo contestar eso con certeza. Lo único que me cabe decir es que yo no puedo concebir una relación de ese tipo. Lo que hace es disminuir nuestro apego a la libertad, al consumir toda nuestra energía disponible. Para poder realmente seguir el ejemplo de sus aliados, los brujos de la antigüedad tuvieron que pasarse la vida entera en el reino de los seres inorgánicos. La cantidad de energía necesaria para lograr eso es asombrosa.

– ¿Quiere usted decir, don Juan, que los brujos antiguos eran capaces de existir en esos reinos de la misma forma en que nosotros existimos aquí?

– No exactamente como nosotros existimos aquí, pero ciertamente vivían ahí, y retenían su conciencia y su individualidad. Para ellos el emisario de ensueño fue una entidad vital, porque es el puente perfecto; habla, y su tendencia es enseñar, guiar.

– ¿Ha estado usted, en ese reino, don Juan?

– Innumerables veces. Al igual que tú. Pero no tiene ningún caso hablar de esto ahora. Todavía no has recordado toda tu atención de ensueño. Ya hablaremos sobre ese reino uno de estos días.

– A mi parecer, don Juan, a usted ni le gusta ni aprueba al emisario.

– Ni lo apruebo ni me gusta. Pertenece a otra modalidad, la de los brujos antiguos. Además, en nuestro mundo, sus enseñanzas y su guía son disparates. Y por esos disparates, el emisario nos cobra enormidades en términos de energía. Algún día estarás de acuerdo conmigo. Ya lo verás.

En el tono de sus palabras, pude captar la velada implicación de que yo no coincidía con él en lo que al emisario se refería. Estaba a punto de argüir que eso era un error de su parte, cuando escuché la voz del emisario en mis oídos.

– Él tiene razón -dijo la voz-. Yo te caigo bien porque no encuentras nada malo en el hecho de explorar todas las posibilidades. Tú estás en pos de conocimiento; el conocimiento es poder. Tú no quieres meramente la seguridad de tus rutinas y las creencias de tu mundo.

El emisario dijo todo esto en inglés, con un marcado acento de la costa del Pacifico. Después cambió a español. Noté un tenue acento argentino. Nunca había escuchado hablar al emisario de esta manera. Me fascinó. El emisario me habló de logros, de sabiduría, de cuán lejos me encontraba de mi lugar natal; de mi ansia de aventura y de mi obsesión con nuevos horizontes. La voz hasta me habló en portugués, con una definida inflexión de las pampas del sur.

Escuchar a esa voz, llenándome de halagos, al final no solamente me asustó, me asqueó. Le dije a don Juan ahí mismo que tenía que dejar de ensoñar. Me miró sorprendido, pero cuando le repetí todo lo que había escuchado, accedió, aunque dándome la impresión de que únicamente lo hacía para apaciguarme.

Unas semanas más tarde, con más calma, me pareció que mi reacción fue un poco emocional y, por lo tanto, errónea mi decisión de parar mi entrenamiento. Regresé, por mi cuenta, a mis prácticas de ensueño. No le consulté a don Juan, pero estaba seguro que de algún modo él estaba al tanto de mi vuelta.

Una de las veces que lo fui a visitar, muy inesperadamente empezó a hablar sobre los sueños.

– El mero hecho de que no nos hayan enseñado a tomar a los sueños como un genuino campo de exploración, no quiere decir que no lo sean -comenzó-. Los sueños son analizados por su significado, o son considerados como indicaciones proféticas, pero nunca son valorados como un reino de eventos reales.

"De acuerdo a lo que sé, solamente los brujos antiguos hicieron eso -don Juan prosiguió-, pero al final lo echaron todo a perder. Su ambición los cegó y cuando llegaron a una encrucijada crucial, tomaron el camino equivocado. Se enfocaron en una sola maniobra: la fijación del punto de encaje en las miles de posiciones que puede adoptar.


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