Don Juan dijo que lo asombraba el hecho de que, a todas las cosas maravillosas que los brujos antiguos aprendieron explorando esas millares de posiciones, el arte del ensueño y el arte del acecho eran lo único que quedaba hoy en día. Reiteró que el arte del ensueño tiene que ver con el desplazamiento del punto de encaje; y definió al acecho como el arte de la fijación del punto de encaje en cualquier posición a la cual se haya desplazado.

– Fijar el punto de encaje en una de las posiciones significa adquirir cohesión -dijo-. Eso es lo que has estado haciendo en tus prácticas de ensueño: adquirir cohesión.

– Yo creía que estaba perfeccionando mi cuerpo de ensueño le dije, sorprendido por su cambio de énfasis.

– Estás adquiriendo cohesión -insistió-. El ensueño hace que eso ocurra al forzar a los ensoñadores a fijar el punto de encaje. La atención de ensueño, el cuerpo energético, la segunda atención, la relación con los seres inorgánicos y el emisario, son todos productos de la fijación del punto de encaje en diferentes posiciones de ensueño.

– ¿Qué es una posición de ensueño, don Juan?

– Una nueva posición a la que el punto de encaje ha sido desplazado durante el sueño.

– ¿Cómo es que fijamos el punto de encaje en una posición de ensueño?

– Sosteniendo la vista de cualquier objeto en los ensueños, o cambiando de ensueño a voluntad. Con tus prácticas de ensueño estás realmente ejercitando tu capacidad de cohesión; esto quiere decir que estás ejercitando tu capacidad de sostener una nueva forma energética, al mantener el punto de encaje fijo en la posición que adopta con el ensueño.

– ¿Realmente mantengo otra forma energética, don Juan?

– No exactamente, y no porque no puedas, sino simplemente porque estás empezando por desplazar tu punto de encaje dentro del huevo luminoso, en lugar de moverlo fuera de él. Los cambios del punto de encaje causan pequeñas transformaciones, las cuales prácticamente no se notan. El reto de tales cambios es que son tan pequeños y tan numerosos que mantener cohesión en todos ellos es un verdadero triunfo.

– ¿Cómo podemos saber que mantenemos la cohesión?

– Lo sabemos por la claridad de nuestra percepción. Cuanto más clara sea la visión de nuestros ensueños, mayor es nuestra cohesión.

Dijo que ya era hora de que yo aplicara en la práctica lo que había aprendido en mis ensueños. Sin darme tiempo a preguntar nada, me pidió que enfocara mi atención, como si estuviera ensoñando, en el follaje de un árbol del desierto que creía cerca de ahí: un mezquite.

– ¿Quiere usted que lo mire fijamente? -le pregunté.

– No quiero que lo mires fijamente; quiero que hagas algo muy especial con ese follaje -dijo-. Acuérdate de que en tus ensueños, una vez que eres capaz de sostener la vista en cualquier objeto, estás realmente sosteniendo una nueva posición de ensueño. Ahora, mira fijamente a esas hojas, como si estuvieras en un ensueño, con una muy significativa variación: vas a sostener tu atención de ensueño en las hojas de ese mezquite, en la conciencia de ser del mundo cotidiano.

Mi nerviosidad me hizo imposible seguir el hilo de sus instrucciones. Me explicó pacientemente que al mirar fijamente al follaje, se llevaría a cabo un diminuto desplazamiento de mi punto de encaje. Luego, al entrar en mi atención de ensueño, a consecuencia de mirar fijamente a cada hoja, lo que yo haría es fijar ese diminuto desplazamiento, y al hacerlo mi cohesión me haría percibir en términos de la segunda atención. Añadió, riéndose, que el proceso era ridículo de tan simple que era.

Don Juan tenía razón. Todo lo que necesité fue enfocar y mantener mi atención en las hojas, y en un instante, fui atraído por una sensación de vórtice, como en mis ensueños. El follaje del mezquite se convirtió en un universo de datos sensoriales; fue como si el follaje me hubiese engullido. Si tocaba las hojas, podía realmente sentirlas. También podía olerlas. Mi atención de ensueño era multisensorial, en lugar de ser únicamente visual, como en mis ensueños diarios.

Lo que empezó con fijar la vista en el follaje del mezquite se convirtió en un ensueño. Creí que me encontraba en un árbol irreal, como me había encontrado en árboles de incontables ensueños. Y, naturalmente, me comporté en ese árbol irreal como había aprendido a comportarme en mis ensueños; me moví de objeto en objeto, atraído por la fuerza de un vórtice que se formaba en cualquier parte del árbol en la cual enfocara mi multisensorial atención de ensueño. Estos vórtices se formaban no sólo al fijar mi vista, sino también al tocar cualquier cosa, con cualquier parte de mi cuerpo.

En un momento dado tuve un ataque de dudas racionales. Comencé a preguntarme si sería posible que me hallara físicamente subido al mezquite en un estado de confusión, abrazando las hojas y perdido en el follaje sin saber lo que hacía. O quizá me había quedado dormido, hipnotizado por el revoloteo de las hojas en el viento, y estaba ensoñando. Pero, al igual de lo que me ocurría en ensueños, mis preguntas fueron tan fugaces que duraron sólo un instante, y luego la fuerza de lo que estaba sucediendo las anuló por completo.

Un repentino movimiento a mi alrededor sacudió todo, y me hizo virtualmente emerger de la hojarasca como si me hubiera desprendido de la atracción magnética del árbol. Me encontré entonces mirando a un inmenso horizonte, desde un terreno elevado. Me rodeaban oscuras montañas y verde vegetación. Otro empellón de energía me depositó en otro lugar. Árboles enormes se asomaban por todos lados en forma amenazadora. Eran más grandes que los pinos de los estados de Oregon y Washington. Nunca jamás había yo visto un bosque como ese. El panorama era de tal contraste con la aridez del desierto de Sonora que no me quedó ninguna duda de que estaba ensoñando.

Me enfoqué en esa extraordinaria visión con temor de salir prematuramente de ella. Sabía que era en realidad un ensueño, y que una vez que agotara mi atención de ensueño, saldría de él. Pero las imágenes duraron, aun cuando calculé que ya había agotado mi atención de ensueño. Lo que dio lugar a que cruzara por mi mente un pensamiento aterrador: ¿y si este no fuera un ensueño, ni tampoco el mundo cotidiano?

Asustado, de la misma forma que un animal debe de experimentar el susto, regresé a la hojarasca de la cual había emergido. El ímpetu de mi retroceso me empujó de un extremo a otro del follaje, y me jaló fuera del árbol; en un abrir y cerrar de ojos estaba parado junto a don Juan, en la puerta de su casa, en el desierto de Sonora.

Inmediatamente tomé conciencia de que había entrado en un estado en el que podía pensar coherentemente, pero no podía hablar. Don Juan me instó a que no me preocupara; dijo que nuestra facultad del habla es extremadamente frágil, y que los ataques de mudez eran comunes entre los brujos que se aventuraban más allá de los límites de la percepción normal.

Mi primera impresión fue que don Juan sentía lástima por mí. Pero la voz del emisario de ensueño dijo claramente en ese instante que en unas horas, después de dormir, estaría yo perfectamente bien.

Al despertarme, y a petición de don Juan, le describí lo que había visto y hecho. Me advirtió que no me fiara de mi racionalidad para comprender mi experiencia, no porque estuviera de ninguna forma perjudicada, sino porque lo sucedido era un fenómeno fuera de los límites de la razón.

Naturalmente, argüí, porque así lo creía, que no podía haber nada fuera de los límites de la razón; que puede haber cosas que no estén claras, pero que tarde o temprano, la razón siempre encuentra una forma de aclararlas.

Con extrema paciencia don Juan señaló que la razón, el sentido común, el buen juicio, fuentes de gran orgullo para nosotros, porque las consideramos consecuencia directa de nuestro valor personal, son meramente el resultado de la fijación del punto de encaje en su posición habitual; cuanto más rígido y fijo, más grande nuestra confianza en nosotros mismos; más grande nuestra idea de que podemos explicar lo que fuera.


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