Mis visiones de los tigres con dientes de sable ocurrieron regularmente por un largo periodo, hasta una noche en la que un explorador, sin esperar que se lo pidiera, me transportó a los túneles.
Inmediatamente empezó su prédica de vendedor; fue la más larga y elocuente de todas las que había escuchado hasta entonces. Me habló de las extraordinarias ventajas del mundo de los seres inorgánicos. Habló de adquirir conocimiento de inimaginable naturaleza; y de adquirirlo por el simple hecho de quedarse a vivir en esos túneles. Habló de una increíble movilidad; de tener infinito tiempo para buscar y encontrar lo que uno quisiera, y por encima de todo, habló del incalculable placer de ser consentido y mimado por sirvientes cósmicos que complacerían todo capricho.
– Seres conscientes de todos los rincones del cosmos se quedan aquí con nosotros -dijo el emisario, terminando su discurso-. Y les encanta quedarse aquí con nosotros; de hecho, nadie se quiere ir.
El pensamiento que tuve en ese momento fue que la servidumbre era definitivamente antitética a mí. Nunca me había sentido cómodo con sirvientes o siendo servido.
El explorador me hizo luego volar por muchos túneles. Se detuvo en uno que parecía de alguna manera más grande que los otros. Mi atención de ensueño fue cautivada por el tamaño y la configuración de ese túnel; y se hubiera quedado ahí, si algo no me hubiera hecho voltear. Mi atención de ensueño se enfocó entonces en una masa de energía un poco más grande que las entidades sombra. Era azul, como el color azul en el centro de la llama de una vela. Estaba completamente seguro de que esta configuración energética no era una entidad sombra y que no procedía de ese lugar.
Me quedé absorto viéndola. El explorador me hizo una señal para partir, pero algo me tornaba insensible a sus señales. Me quedé inquietamente donde estaba. De todas maneras, la señal del explorador rompió mi concentración y perdí de vista a la forma azul.
De repente, una considerable fuerza me hizo girar y de nuevo enfrentarme a ella. Al observarla fijamente, se convirtió en la figura de una persona; muy pequeña, delgada, delicada y casi transparente. Traté desesperadamente de determinar si era un hombre o una mujer, pero por más que me esforcé no pude.
Mi tentativa de hablar con el emisario falló. El explorador se fue abruptamente, dejándome solo, suspendido en ese túnel frente a una persona desconocida. Traté de hablar con ella, de la misma forma en la que hablaba con el emisario. No obtuve respuesta. Sentí una oleada de frustración al no poder romper la barrera que nos separaba, y miedo de estar solo con alguien que podría ser un enemigo.
Tuve una variedad de reacciones provocadas por la presencia de ese desconocido, hasta júbilo; sospeché que al fin el explorador me había puesto al frente de un ser humano atrapado en ese mundo. Me desesperaba la posibilidad de que no fuéramos capaces de comunicarnos, quizá porque ese desconocido era uno de los brujos de la antigüedad y pertenecía a otro tiempo diferente al mío.
Mientras más intensos eran mi júbilo y mi curiosidad, más pesado me volvía, hasta un momento en el que fui tan sólido que me encontré de regreso en mi cuerpo y de regreso en el mundo. Me encontré en Los Angeles, en un parque cerca de la Universidad de California. Estaba parado en el césped, justo en la línea de gente jugando golf.
El desconocido que me enfrentaba también se había solidificado con la misma velocidad. Nos miramos el uno al otro por un instante fugaz. Era una niña de seis o siete años. Pensé que la conocía. Al verla, mi júbilo y mi curiosidad crecieron tan fuera de proporción que provocaron una inversión. Perdí solidez tan rápidamente que en el siguiente instante era una vez más una masa de energía en el reino de los seres inorgánicos. El explorador regresó por mi y me sacó de ahí apresuradamente.
Desperté con una sacudida de miedo. En el proceso de emerger al mundo cotidiano, se me había colado un fragmento de mensaje. Casi enloquecí tratando de deducir lo que era. Me pasé más de cuarenta y ocho horas continuas e infructuosas empeñado en consolidar una sensación oculta que se me había pegado. Lo único que logré fue percibir una fuerza que parecía estar afuera de mi y que parecía decirme que no confiara en mis ensueños.
Después de pocos días, una misteriosa certeza empezó a apoderarse de mi; creció gradualmente hasta que no dudé en absoluto de su autenticidad: la masa azul de energía era un prisionero en el mundo de los seres inorgánicos.
Necesitaba el consejo de don Juan más desesperadamente que nunca. A pesar de que desperdiciaría años enteros de trabajo, dejé todo lo que estaba haciendo y me fui a México.
– ¿Qué es lo que realmente quieres? -me preguntó don Juan, a fin de contener mis histéricos balbuceos.
No le pude explicar lo que quería porque ni yo mismo lo sabía.
– Tu problema debe ser muy serio para que te haya hecho correr de esta manera -dijo don Juan con expresión pensativa.
– Lo es, aun a pesar del hecho que no pueda explicar cuál es mi problema -dije.
Me pidió que le describiera mis prácticas de ensueño con todos los detalles que fueran pertinentes. Le conté sobre mi visión de la niñita, y cómo me había afectado en un nivel emocional. Me aconsejó instantáneamente olvidar ese evento y considerarlo como una evidente tentativa de los seres inorgánicos de complacer mis fantasías. Remarcó que si el ensueño se acentúa demasiado, se convierte en lo que era para los brujos antiguos: una fuente inagotable de vicios y caprichos.
Por una razón inexplicable, no le quise hablar a don Juan acerca del reino de las entidades sombra, pero cuando descartó mi visión de la niñita, me sentí obligado a describirle mi visita a ese mundo. Se quedó en silencio por un largo rato, como si estuviera abrumado.
Cuando finalmente habló, me dijo:
– Estás más solo de lo que pensé, ya que no puedo discutir en lo más mínimo tus prácticas de ensueño. Te encuentras en la posición de los brujos antiguos. Lo único que puedo hacer es repetirte que debes ejercer todo el cuidado posible.
– ¿Por qué dice usted que me encuentro en la posición de los brujos antiguos?
– Te he dicho muchísimas veces que tu manera de ser es peligrosamente parecida a la de los brujos antiguos. Eran seres muy capaces; su defecto era que se sentían en el reino de los seres inorgánicos como patos en el agua. Estás ahora tú en la misma situación. Sabes cosas de ese mundo que ninguno de nosotros puede siquiera imaginar. Por ejemplo, hasta este momento, yo nunca supe del reino de las sombras; ni tampoco lo supo al nagual Julián o el nagual Elías, a pesar de que él pasó un largo tiempo en el reino de los seres inorgánicos.
– ¿Pero en qué puede afectarme conocer el mundo de las sombras?
– Te puede afectar en todo lo que haces. Los seres inorgánicos llevan a los ensoñadores ahí únicamente cuando están seguros de que se van a quedar en ese mundo. Sabemos esto por las historias de los brujos antiguos.
– Le aseguro don Juan que no tengo ninguna intención de quedarme ahí. Usted habla como si yo estuviera a punto de ser atraído por las promesas de halago o de poder. No estoy interesado en nada de eso; le doy mi palabra.
– A este nivel el asunto ya no es tan fácil. Has llegado más allá del punto en el que podrías simplemente dejar todo de lado. Además tuviste la mala suerte de forcejear con un ser inorgánico acuoso. ¿Te acuerdas cómo te revolcaste con él? ¿Y cómo lo sentiste? En aquella ocasión te dije que los seres inorgánicos acuosos eran los más cargosos. Son pegajosos y posesivos; y una vez que te ponen la mano, nunca te dejan.
– ¿Qué significa esto en mi caso, don Juan?
– Significa que el ser inorgánico específico que está detrás de todas estas maniobras es el mismo que agarraste ese día fatal. Se ha familiarizado contigo a través de los años. Te conoce íntimamente.