Le comenté sinceramente a don Juan que la sola idea de que un ser inorgánico me conociera íntimamente me provocaba un tremendo desconcierto.
– Cuando los ensoñadores se dan cuenta de que los seres inorgánicos no son tan simpáticos como parecían al comienzo -dijo-, es generalmente demasiado tarde para ellos, porque para ese entonces, los seres inorgánicos ya se los metieron en la bolsa.
En lo profundo de mí sentía que don Juan estaba hablando abstractamente acerca de peligros que quizá existían teóricamente, pero no en la práctica. Yo estaba secretamente convencido de que no había ningún peligro.
– No voy a permitir de ninguna manera que los seres inorgánicos me desvíen, si es eso lo que está usted pensando -dije.
– Estoy pensando que te van a tender una trampa -dijo-, de la misma forma en que le tendieron una trampa al nagual Rosendo. Y ni siquiera vas a notar o sospechar que es trampa. Son refinados. Ahora hasta han inventado una niñita.
– Pero yo no tengo la menor duda de que esa niñita existe -insistí.
– No existe ninguna niñita -dijo abruptamente-. Esa masa de energía azulina es un explorador. Un explorador atrapado en el reino de los seres inorgánicos. Te he dicho que los seres inorgánicos son como pescadores; atraen y atrapan a la conciencia.
Don Juan dijo que creía, sin lugar a dudas, que la masa de energía azulina era de una dimensión completamente ajena a la nuestra; un explorador que se perdió y quedó atrapado como una mosca en una telaraña.
No aprecié su analogía. Me preocupó de tal manera que sentí malestar físico. Le mencioné esto a don Juan, y me confesó que mi preocupación por el explorador prisionero lo estaba haciendo sentirse casi desesperado.
– ¿Por qué le molesta tanto, don Juan? -pregunté.
– Algo se está tramando en ese maldito mundo -dijo-. Y no me puedo figurar lo que es.
Mientras estuve en la casa de don Juan y sus compañeros, no soñé con el mundo de los seres inorgánicos. Como siempre, mi práctica de ensueño consistía en la rutina de enfocar mi atención de ensueño en los objetos de mis sueños o en cambiar de sueños. Diariamente, don Juan me hacía mirar fijamente nubes y picos de montañas lejanas para equilibrar mis inquietudes. Cada vez que lo hacía, mi sensación inmediata era la de estar al nivel de las nubes, o la sensación de que realmente estaba en los picos de las lejanas montañas.
– Estoy muy satisfecho, pero muy preocupado -dijo don Juan, comentando mi esfuerzo-. Estás aprendiendo maravillas y ni siquiera lo sabes. Y no quiero decir que soy yo el que te las enseña.
– Se refiere usted a los seres inorgánicos, ¿no es así?
– Sí, me refiero a ellos. Y ahora te recomiendo que no fijes tu mirada en nada; mirar fijamente es una técnica de los brujos antiguos. Eran capaces de alcanzar sus cuerpos energéticos en fracciones de segundo, sólo mirando fijamente objetos de su predilección. Una técnica muy impresionante, pero inservible para los brujos de ahora. No hace nada para aumentar nuestra sobriedad o nuestra capacidad de buscar la libertad. Lo único que hace es mantenernos fijos en lo concreto; un estado de lo más indeseable.
Don Juan añadió que a menos que me mantuviera en total control, cuando fusionara la segunda atención con la atención de mi vida cotidiana, me iba a convertir en un hombre aún más intolerable. Dijo que había una gran separación entre mi movilidad en la segunda atención y mi insistencia en permanecer inmóvil en mi conciencia del mundo cotidiano. Señaló que la separación era tan grande que en mi estado de conciencia diario yo era casi un idiota; y en la segunda atención era un lunático.
Antes de regresar a mi casa, me tomé la libertad de discutir mis visiones de ensueño del mundo de las sombras con Carol Tiggs, aunque don Juan me había recomendado no discutirlas con nadie. Puesto que ella era mi contraparte total, se interesó mucho en el tema y fue muy comprensiva. Don Juan estaba muy molesto conmigo por haber revelado mis problemas. Me sentí peor que nunca. Caí presa de la autocompasión y empecé a culparme de que siempre actuaba equivocadamente.
– Todavía no has hecho nada equivocado -me dijo don Juan rudamente-, pero espérate que ya lo harás.
¡Tenía razón! Al volver a casa, en mi primera sesión de ensueño, se me vino todo encima. Llegué al mundo de las sombras como lo había hecho en incontables ocasiones; lo diferente era la presencia de la forma de energía azul. Estaba entre los otros seres sombra. Imaginé que podría ser posible que la masa de energía azul hubiese estado ahí antes, y que yo no la hubiese notado. En cuanto la localicé ella atrapó sin más mi atención de ensueño. En un instante me encontré junto a ella. Las otras sombras se me acercaron como siempre, pero no les presté atención.
De repente, la forma azul dejó de ser redonda y se convirtió en la niñita que ya había visto antes. Estiró su largo y delicado cuello hacia un lado, y dijo en un susurro que apenas se podía escuchar, "¡ayúdame!". O dijo eso, o me imaginé que lo dijo. El resultado fue que me quedé congelado, galvanizado por un fuerte sentimiento de preocupación. Sentí un escalofrío, pero no en mi masa energética, sino en otra parte de mí. Esta fue la primera vez que estuve perfectamente consciente de que mi experiencia estaba totalmente separada de mis sensaciones. Estaba experimentando el mundo de las sombras, con todas las implicaciones normales de experimentar algo: podía pensar, valorar, y tomar decisiones; tenía continuidad psicológica; en otras palabras, yo era yo mismo. Lo que me faltaba era mi ser sensorial. No tenía sensaciones corporales. Todo me llegaba por la vista y el oído. Mi razón tuvo entonces que considerar un extraño dilema: el escuchar y el ver no eran facultades físicas, sino cualidades de las visiones que tenía.
– Estás realmente viendo y oyendo -dijo la voz del emisario irrumpiendo en mis pensamientos-. Esa es la belleza de este mundo. Puedes experimentar todo viendo y oyendo sin tener que respirar. ¡Piensa en ello! ¡No tienes que respirar! Puedes ir a los confines del universo sin tener que respirar.
Sentí la más alarmante oleada de emoción, y una vez más, no la sentí ahí mismo en el mundo de las sombras. La sentí en otro lado. Me sentí extremadamente agitado por la obvia, aunque velada certeza, de que había una conexión viviente entre la parte de mí que estaba experimentando mi visión y una fuente de energía y sensaciones que estaba localizada en algún otro lado. Se me ocurrió que ese otro lado era mi cuerpo físico, el cual sin duda estaba dormido en mi cama.
En el instante en que tuve este pensamiento, los seres sombra se escabulleron, y lo único que quedó en mi campo de visión fue la niñita. La observé y me convencí de que la conocía. Parecía titubear como si estuviera a punto de desmayarse. Me inundó una ilimitada oleada de afecto por ella.
Le traté de hablar, pero no era capaz de emitir palabras. En ese momento se me hizo evidente que todos mis diálogos con el emisario se habían producido y llevado a cabo con la energía del emisario. Abandonado a mis propios recursos, era un incompetente. Lo que hice luego fue intentar dirigirle mis pensamientos. Fue inútil. Estábamos separados por una membrana de energía que yo no podía traspasar.
La niñita pareció entender mi desesperación y se comunicó conmigo a través de mis pensamientos. Me dijo esencialmente lo que don Juan ya me había dicho: que era un explorador atrapado en las telarañas de ese mundo. Después añadió que había adoptado la forma de niñita porque esa forma me era familiar y también le era familiar a ella; y que necesitaba tanto de mi ayuda como yo la de ella. Me dijo todo esto en un amasijo de sensaciones energéticas, era como si todas las palabras se me vinieran encima al mismo tiempo. Aunque esta era la primera vez que algo así me sucedía, no tuve ninguna dificultad en entender a esa niña.
No supe qué hacer. Le traté de transmitir mi sensación de incapacidad. Ella pareció entenderme instantáneamente. Me suplicó en silencio con una vehemente mirada. Hasta se sonrió como para dejarme saber que había puesto en mis manos la tarea de liberarla de sus cadenas. Cuando le contesté con mi pensamiento que no tenía absolutamente ninguna habilidad, me dio la impresión de estar sufriendo un ataque de desesperación.