No podía hacer nada en contra de ella; ella también era una Maestra, como él, y conocía su oficio a través de muchas encarnaciones, algunas llenas de reconocimiento y gloria, otras marcadas por el fuego y por el sufrimiento. Ella sabría defenderse.

Entretanto, en la lucha furiosa de su pasión, había una tercera persona. Un hombre preso en la misteriosa trama del destino, la tela de araña que ni los Magos ni las Hechiceras son capaces de comprender. Un hombre común, tal vez tan apasionado como él por aquella mujer, también deseando verla feliz, queriendo darle lo mejor de sí. Un hombre común, que los misteriosos designios de la Providencia habían lanzado de repente en medio de la lucha furiosa entre un hombre y una mujer que conocían la Tradición de la Luna.

Cierta noche, cuando no consiguió controlar más su dolor, comió el fruto del árbol prohibido. Usando los poderes y los conocimientos que la sabiduría del Tiempo le había enseñado,° alejó a aquel hombre de la mujer que amaba.

No sabía hasta hoy si la mujer lo había descubierto; era posible que ella ya estuviese aburrida de su nueva conquista y no diese mucha importancia a lo sucedido. Pero su Maestro lo sabía. Su Maestro sabía todo y la Tradición de la Luna era implacable con los Iniciados que utilizasen la Magia Negra, principalmente en lo que hay de más vulnerable y más importante en la raza humana: el Amor.

Al enfrentarse con su Maestro, entendió que el juramento sagrado que había hecho no se podía romper. Entendió que las fuerzas que creía dominar y utilizar eran mucho más poderosas que él. Entendió que estaba en un camino que había escogido, pero no era un.camino como otro cualquiera; era imposible romperlo. Entendió que en esta encarnación no había manera de alejarse de él.

Ahora que había faltado, tenía que pagar un precio. Y el precio fue beber el más cruel de los venenos -la soledad- hasta que el Amor entendiese que él se había transformado de nuevo en un Maestro. Entonces, el mismo Amor que él había herido volvería a liberarlo, mostrándole finalmente su Otra Parte.

– No has preguntado nada sobre mí. ¿No tienes curiosidad, puedes "ver" todo con tus poderes?

La historia de su vida pasó en una fracción de segundo, el tiempo necesario para decidir si dejaba a las cosas correr como corrían en la Tradición del Sol. O si debía hablar del punto luminoso e interferir en el destino.

Brida quería ser una bruja, pero aún no lo era. Se acordó de la cabaña en lo alto del árbol, donde había estado a punto de hablarle sobre aquello; ahora mismo, la tentación se repetía, porque él había bajado su espada, había olvidado que el diablo habita en los detalles. Los hombres son dueños de su propio destino. Siempre pueden cometer los mismos errores. Siempre pueden huir de todo lo que desean y que la vida, generosamente, coloca ante ellos.

O pueden entregarse a la Providencia Divina, tomados de la mano de Dios y luchar por sus sueños, aceptando que ellos siempre llegan en la hora adecuada.

Vamos a salir ahora -repitió el Mago. Y Brida vio que estaba hablando en serio.

Ella insistió en pagar la cuenta; era el Rey de la Noche. Se pusieron los abrigos y salieron hacia el frío, que ya no castigaba tanto; faltaban pocas semanas para la primavera.

Caminaron juntos hasta la estación. Un autobús iba a salir dentro de algunos minutos. El frío hizo que la irritacion de Brida fuese sustituida por una inmensa confusión, algo que no conseguía explicar. No quería irse en aquel utobús, estaba mal, parecía que el objetivo principal de

la noche se había estropeado y ella tenía que arreglar todo antes de partir. Había venido hasta allí para agradecerle y se estaba portando igual que las veces anteriores.

Dijo que estaba mareada, y no subió al autobús. Pasaron quince minutos, y otro autobús llegó.

– No quiero irme ahora -dijo ella-. No es porque me encuentre mal por la bebida. Es porque lo he estropeado todo. No te he agradecido como debía.

– Éste es el último autobús de esta noche -dijo el Mago.

– Tomaré un taxi después. Aunque sea caro. Cuando el autobús partió, Brida se arrepintió de haberse quedado. Estaba confusa, no tenía idea de lo que realmente quería. "Estoy borracha", pensó.

Vamos a -pasear un poco. Quiero ponerme sobria. Anduvieron por la pequeña ciudad vacía, con sus candeleros encendidos y las ventanas apagadas. "No es posible. Vi el brillo en los ojos de Lorens y, sin embargo, quiero quedarme aquí con este hombre." Era una mujer vulgar, inconstante, indigna de todas las enseñanzas y experiencias de la hechicería. Estaba avergonzada de sí misma: unos tragos de vino y Lorens, y la Otra Parte, y todo lo que había aprendido en la Tradición de la Luna ya no tenía importancia. Pensó, por algunos instantes, que quizá estuviese equivocada, que el brillo en los ojos de Lorens no era exactamente el mismo que la Tradición del Sol enseñaba. Pero se estaba engañando a sí misma; nadie confunde el brillo de los ojos de su Otra Parte.

Si existiesen varias personas en un teatro y Lorens fuese una de ellas, y jamás hubiese hablado con él antes, en el momento en que sus ojos se cruzasen con los de él, tendría plena seguridad de hallarse ante el hombre de su vida. Conseguiría acercarse, él sería receptivo, porque las Tradiciones no yerran nunca, las Otras Partes terminan encontrándose siempre.

Antes de oír hablar de esto, ya había oído hablar del Amor a Primera Vista, que nadie podía explicar exactamente.

Cualquier ser humano podía reconocer este brillo, aun sin despertar ninguna fuerza mágica. Ella conocía este brillo antes de saber su existencia. Lo había visto, por ejemplo, en los ojos del Mago, la tarde que ellos fueron al bar por primera vez.

Se paró de repente.

"Estoy borracha", pensó otra vez. Tenía que olvidar aquello rápidamente. Tenía que contar el dinero, saber si le alcanzaba para volver en taxi. Esto era muy importante.

Pero había visto el brillo en los ojos del Mago. El brillo que mostraba a su Otra Parte.

– Estás pálida-dijo el Mago-. Debes haber bebido demasiado.

– Ya pasará. Vamos a sentarnos un poco y se me pasará. Después me iré a casa.

Se sentaron en un banco, mientras ella revisaba su bolso en busca de monedas. Podía levantarse de allí, tomar un taxi e irse para siempre; conocía a su Maestra, sabía dónde continuar su camino. Conocía también a su Otra Parte; si decidía levantarse de aquel banco y partir, aun así estaría cumpliendo la misión que Dios le había destinado.

Pero tenía 21 años. En estos 21 años, ya sabía que era posible encontrar dos Otras Partes en la misma encarnación, y el resultado de esto era dolor y sufrimiento.

¿Cómo podría escaparse de esto?

– No me voy a casa -dijo-. Me quedo.

Los ojos del Mago brillaron y, lo que antes era apenas esperanza, pasó a ser una certeza.

Continuaron caminando. El Mago vio el halo de Brida cambiando varias veces de color y anheló que ella estuviera en el rumbo adecuado. Sabía de los truenos y terremotos que explotaban, en aquel momento, en el alma de su Otra Parte, pero así era el proceso de transformación. Así se transforman la tierra, las estrellas y los hombres.

Salieron de la aldea y estaban en pleno campo, andando en dirección a las montañas donde siempre se encontraban, cuando Brida pidió que se detuviesen.

Vamos a entrar aquí -dijo ella, doblando por un camino que iba a dar a una plantación de trigo. No sabía por qué estaba haciendo aquello. Sentía tan solo que necesitaba la fuerza de la Naturaleza, de sus espíritus amigos, que desde la creación del mundo habitaban todos los lugares bonitos del planeta. Una inmensa luna brillaba en el cielo y les permitía ver el sendero y el campo alrededor.

El Mago seguía a Brida sin decir nada. En el fondo de su corazón, agradecía a Dios por haber creído. Y por no haber repetido el mismo error, que estuvo a punto de repetir, un minuto antes de recibir aquello que estaba pidiendo.

Entraron en el campo de trigo, que la luz de luna transformaba en un mar plateado. Brida andaba sin rumbo, sin tener la menor idea de cuál sería su próximo paso. Dentro de ella, una voz le decía que podía seguir adelante, que era una mujer tan fuerte como sus antepasadas, y que no se preocupase, pues ellas estaban allí guiando sus pasos y protegiéndola con la Sabiduría del Tiempo.

Pararon en medio del campo. Estaban rodeados de montañas, y en una de estas montañas había una piedra desde donde se veía perfectamente el sol, una cabaña de cazador más alta que todas las otras, y un lugar donde cierta noche una chica se había enfrentado con el terror y la oscuridad.

"Estoy entregada -pensó para sí-. Estoy entregada y sé que estoy protegida." Mentalizó la vela encendida en su casa, el sello con la Tradición de la Luna.

– Aquí está bien -dijo ella, deteniéndose.

Tomó una rama y trazó un gran círculo en el suelo, mientras decía los nombres sagrados que su Maestra le había enseñado. No tenía su daga ritual, ni sus otros objetos sagrados, pero sus antepasadas estaban allí y ellas decían que, para no morir en la hoguera, habían consagrado sus utensilios de cocina.

– Todo el mundo es sagrado -dijo-. Aquella rama era sagrada.

– Sí -respondió el Mago-. Todo en este mundo es sagrado. Y un grano de arena puede ser un puente hacia lo invisible.

– En este momento, no obstante, el puente hacia lo invisible es mi Otra Parte -respondió Brida.

Los ojos de él se llenaron de lágrimas. Dios era justo. Los dos entraron en el círculo y ella lo cerró ritualmente. Era la protección que magos y hechiceros utilizaban desde tiempos inmemoriales.

– Tú generosamente mostraste tu mundo -dijo Brida-. Hago esto ahora, un ritual, para mostrar que yo pertenezco a él.

Ella levantó los brazos hacia la Luna e invocó a las fuerzas mágicas de la Naturaleza. Muchas veces había visto a su Maestra hacer esto cuando iban al bosque, pero ahora era ella quien lo hacía, con la certeza de que nada podría salir mal. Las fuerzas le decían que no necesitaba aprender nada, bastaba recordar sus muchos tiempos y sus muchas vidas como bruja. Rezó entonces para que la cosecha fuese abundante, y que aquel campo nunca dejase de ser fértil. Allí estaba ella, la sacerdotisa que, en otras épocas, había unido conocimiento del suelo con la transformación de la simiente, y había rezado mientras su hombre trabajaba la tierra.


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