El Mago dejó que Brida diese los pasos iniciales. Sabía que, en un determinado momento, él tenía que asumir el control; pero precisaba también dejar grabado en el espacio y en el tiempo que fue ella quien inició el proceso. Su Maestro, que en aquel instante vagaba en el mundo astral esperando la próxima vida, seguramente estaba presente en el campo de trigo, de la misma manera que había estado en el bar, en su última tentación, y debía estar contento porque él había aprendido con el sufrimiento. Escuchó, en silencio, las invocaciones de Brida, hasta que ella paró.

– No sé por qué hice esto. Pero cumplo con mi parte. -Yo continúo -dijo él.

Entonces, giró hacia el Norte e imitó el canto de pájaros que ahora sólo existían en leyendas y mitos. Era el único detalle que faltaba. Wicca era una buena Maestra, y le había enseñado casi todo, menos el final.

Cuando los sonidos del pelícano sagrado y del ave fénix fueron invocados, el círculo entero se llenó de luz, una luz misteriosa, que no iluminaba nada a su alrededor pero que, a pesar de ello, era una luz. El Mago miró a su Otra Parte y allí estaba ella, resplandeciendo en su cuerpo eterno, con el aura dorada y los filamentos de luz saliendo de su ombligo y de su cabeza. Sabía que ella estaba viendo lo mismo, y estaba viendo el punto luminoso encima del hombro izquierdo de él, aunque un poco distorsionado a causa del vino que habían tomado antes.

– Mi Otra Parte -dijo ella, en voz baja, al notar el punto.

Voy a caminar contigo por la Tradición de la Luna -dijo el Mago. E inmediatamente el campo de trigo a su alrededor se transformó en un desierto grisáceo, donde había un templo con mujeres vestidas de blanco, danzando delante de la inmensa puerta de entrada. Brida y el Mago miraban aquello desde lo alto de una duna y ella no sabía si las personas podían verla.

Brida sentía al Mago a su lado, quería preguntar qué significaba aquella visión, pero no conseguía que la voz saliera de su garganta. El percibió el miedo en los ojos de ella y volvieron al círculo de luz en el campo de trigo.

– ¿Qué fue eso? -preguntó ella.

– Un regalo mío para ti. Éste es uno de los once templos secretos de la Tradición de la Luna. Un regalo de amor, de gratitud, por el hecho de que existas, y de que yo haya esperado tanto tiempo para encontrarte.

– Llévame contigo -dijo ella-. Enséñame a caminar por tu mundo.

Y los dos viajaron en el tiempo, en el espacio, en las Tradiciones. Brida vio campos floridos, animales que sólo conocía a través de libros, castillos misteriosos y ciudades que parecían fluctuar en nubes de luz. El cielo quedó completamente iluminado, mientras el Mago dibujaba para ella, encima del campo de trigo, los símbolos sagrados de la Tradición. A cierta altura parecían estar en uno de los polos de la Tierra, con todo el paisaje cubierto de hielo, pero no era este planeta; otras criaturas, menores, con dedos más largos y ojos diferentes, trabajaban en una inmensa nave espacial. Siempre que intentaba comentar algo con él, las imágenes desaparecían y eran sustituidas por otras. Brida entendió, con su alma de mujer, que aquel hombre estaba allí esforzándose por mostrarle todo lo que había aprendido en tantos años, y que debía haberlo guardado durante todo este tiempo sólo para obsequiarla. Pero podía entregarse a ella sin miedo, porque era su Otra Parte. Podía viajar con él a través de los Campos Elíseos, donde las almas iluminadas habitan y donde las almas que aún van en busca de iluminación hacen visitas de vez en cuando, para alimentarse de esperanza.

No supo precisar cuánto tiempo pasó, hasta que se vio otra vez con el ser luminoso dentro del círculo que ella misma había trazado. Ya había sentido el amor otras veces, pero hasta aquella noche, el amor también significaba miedo. Este miedo, por pequeño que fuese, era siempre un velo; podía ver a través de él casi todo, menos los colores. Y, en aquel momento, con su Otra Parte enfrente de ella, entendía que el amor era una sensacion muy unida a los colores, como si fuesen millares de arco iris superpuestos unos a otros.

"Cuántas cosas perdí por miedo de perder", pensó, mirando a los arco iris.

Estaba acostada, el ser luminoso sobre ella, con un punto de luz encima del hombro izquierdo, y fibras brillantes saliendo de su cabeza y de su ombligo. -Quería hablar contigo y no lo conseguía-dijo ella. A causa de la bebida -respondió él.

Aquello, para Brida, era un recuerdo distante: bar, vino y la sensación de que estaba irritada con algo que no quería aceptar.

– Gracias por las visiones.

– No fueron visiones -dijo el ser luminoso-. Tú has visto la sabiduría de la Tierra y de un planeta distante.

Brida no quería hablar de estos temas. No quería clases. Quería sólo lo que había experimentado. -¿También estoy luminosa?

– Igual que yo. El mismo color, la misma luz. Y los mismos haces de energía.

El color ahora era dorado, y los haces de energía, que salían del ombligo y de la cabeza, eran de un azul claro brillante.

– Siento que estábamos perdidos y que ahora estamos salvados -dijo Brida.

– Estoy cansado. Tenemos que volver. Yo también bebí mucho.

Brida sabía que, en algún lugar, existía un mundo con bares, campos de trigo y estaciones de autobús. Pero no quería regresar a él, todo lo que deseaba era quedarse allí para siempre. Escuchó una voz distante, haciendo invocaciones, mientras la luz a su alrededor iba disminuyendo, hasta apagarse por completo. Una luna enorme volvió a encenderse en el cielo, iluminando el campo. Estaban desnudos, abrazados. Y no sentían ni frío ni vergüenza.

El Mago pidió a Brida que cerrara el ritual, ya que era ella quien había comenzado. Brida pronunció las palabras que sabía y él la ayudó. Cuando todas las fórmulas fueron dichas, él abrió el círculo mágico. Se vistieron y se sentaron en el suelo.

Vámonos de aquí -dijo Brida, después de cierto tiempo. El Mago se levantó y ella hizo lo mismo. No sabía qué decir, estaba turbada, al igual que él. Habían confesado su amor y ahora, como cualquier pareja que atraviesa por esta experiencia, no conseguían mirarse a los ojos.

Fue el Mago quien rompió el silencio.

– Tienes que volver a la ciudad. Sé dónde pedir un taxi.

Brida no sabía si estaba desilusionada o aliviada con el comentario. La sensación de alegría comenzaba a ser sustituida por sensación de malestar y dolor de cabeza. Tenía la seguridad de que sería una pésima compañía aquella noche.

– Está bien -respondió.

Cambiaron otra vez de rumbo y regresaron a la ciudad. Él llamó un taxi desde una cabina telefónica. Después se quedaron sentados en el borde de la acera, mientras esperaban el coche.

– Quiero agradecerte esta noche -dijo ella. El no dijo nada.

– No sé si la fiesta del Equinoccio es una fiesta sólo para hechiceras. Pero será un día importante para mí. -Una fiesta es una fiesta.

– Entonces me gustaría invitarte.

Él hizo un gesto, como quien quiere cambiar de tema. Debía estar pensando en aquel momento lo mismo que ella, qué difícil es separarse de la Otra Parte, una vez que la hemos encontrado. Lo imaginaba volviendo hacia su casa, solo, preguntándose cuándo volvería ella. Ella volvería, porque así lo mandaba su corazón. Sin embargo, la soledad de los bosques es más difícil de soportar que la soledad de las ciudades.

– No sé si el amor surge de repente -continuó Brida-. Pero sé que estoy abierta a él. Preparada para recibirlo.

El taxi llegó. Brida miró una vez más al Mago y sintió que él estaba mucho más joven.

– También estoy preparado para el Amor -fue todo lo que dijo.

La cocina era amplia y los rayos de sol entraban a través de las ventanas inmaculadamente limpias. -¿Dormiste bien, hija?

Su madre colocó el chocolate caliente en la mesa, junto con las tostadas y el queso. Después volvió al fogón, para preparar huevos con tocino.

– Sí. Quiero saber si mi vestido está listo. Lo necesito para la fiesta de pasado mañana.

La madre trajo los huevos con tocino y se sentó. Sabía que algo preocupaba a su hija, pero no podía hacer nada. Hoy le gustaría hablar con ella, como jamás lo habían hecho en el pasado, pero de poco serviría. Había un mundo nuevo allí afuera, que ella aún no conocía.

Sentía miedo, porque la amaba y ella caminaba sola por este mundo nuevo.

– ¿El vestido estará listo, mamá? -insistió Brida. Antes del almuerzo -respondió. Y aquello la dejó feliz. Por lo menos en ciertas cosas el mundo no había cambiado. Las madres continuaban resolviendo algunos problemas para las hijas.

Dudó un poco. Pero terminó preguntando: ¿Cómo está Lorens, hija?

– Bien. Vendrá esta tarde a buscarme.

Se quedó aliviada y triste al mismo tiempo. Los problemas del corazón siempre maltrataban el alma, y ella dio gracias a Dios porque su hija no estuviera ante uno de ellos. Pero, por otro lado, éste era quizá el único tema en el que podría ayudarla; el amor había cambiado muy poco a través de los siglos.

Salieron a dar un paseo por la pequeña ciudad donde Brida había pasado toda su infancia. Las casas continuaban siendo las mismas, las personas aún hacían las mismas cosas. Su hija encontró algunas amigas del colegio, que hoy trabajaban en la única sucursal bancaria. Todos se conocían por el nombre y saludaban a Brida; algunos comentaban cómo había crecido, otros le insinuaban que se había transformado en una mujer bonita. Tomaron un té a las diez de la mañana, en el mismo restaurante donde acostumbraba ir los sábados, antes de conocer a su marido, en busca de algún encuentro, alguna pasión repentina, algo que acabase de repente con los días monótonos.

La madre miró de nuevo a la hija, mientras conversaban sobre las novedades en la vida de cada una de las personas del pueblo. Brida continuaba interesada en esto, y ella se alegró.

– Necesito el vestido hoy -repitió Brida. Parecía afligida, pero no debía ser por eso. Sabía que la madre jamás había dejado de satisfacer un deseo suyo.

Tenía que arriesgarse otra vez. Hacer las preguntas que los hijos siempre odian oír, porque son personas independientes, libres, capaces de resolver sus cosas.

– ¿Existe algún problema, hija mía?

– ¿Amaste alguna vez a dos hombres, mamá? -había un tono de desafío en su voz, como si el mundo tendiera sus trampas sólo para ella.


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