VII LA NOCHE

CAPÍTULO 18

Aún temblando, me tiendo en la cama. Si humedeces el borde de un vaso y pasas un dedo alrededor de aquél, se produce un sonido. Así es como me siento: como ese sonido. Me siento hecha añicos. Quiero estar con alguien.

Tendida en la cama con Luke, su mano sobre mi vientre redondeado. Los tres estamos en la cama, ella pateando y moviéndose en mi interior. Afuera se ha desencadenado una tormenta, por eso ella está despierta, ellos pueden oír, duermen, pueden asustarse incluso en el sosiego de ese interior, como olas que lamieran la orilla que los circunda. Un relámpago bastante cercano hace que los ojos de Luke se vuelvan blancos durante un instante.

No estoy asustada. Estamos completamente despiertos, ahora la lluvia golpea, lo haremos lentamente y con cuidado.

Si pensara que esto jamás volverá a ocurrir, me moriría.

Pero es falso, nadie muere por falta de sexo. Es por falta de amor por lo que morimos. Aquí no hay nadie a quien yo pueda amar, toda la gente a la que yo amo está muerta, o en otra parte. ¿Quién sabe dónde estarán o cuáles serán ahora sus nombres? También podrían no estar en ninguna parte, como debo estarlo yo según ellos. Yo también soy una persona desaparecida.

De vez en cuando vislumbro sus rostros en medio de la oscuridad, parpadeando como imágenes de santos en antiguas catedrales extranjeras, a la luz de las velas vacilantes; unas velas encendidas para rezar de rodillas, con la frente contra la barandilla de madera, esperando una respuesta. Puedo conjurarlos, pero sólo son espejismos, no perduran. ¿Puedo ser censurada por desear un cuerpo verdadero para rodearlo con mis brazos? Sin él también yo soy incorpórea. Puedo oír mis propios latidos contra los muelles del colchón, acariciarme bajo las secas sábanas blancas, en la oscuridad, pero yo también estoy seca, blanca, pétrea, granulosa; es como si deslizara la mano sobre un plato de arroz; como la nieve. En esto hay cierta dosis de muerte, de abandono. Soy como una habitación en la que una vez ocurrieron cosas pero en la que ya no sucede nada, salvo el polen de las hierbas que crecen al otro lado de la ventana, que se esparce por el suelo como el polvo.

Esto es lo que creo.

Creo que Luke está tendido boca abajo en un matorral, una maraña de helechos, las ramas del año anterior debajo de las verdes apenas desarrolladas, tal vez de cicuta, aunque es demasiado pronto para las bayas. Lo que queda de él: su pelo, sus huesos, la camisa escocesa de lana de color verde y negro, el cinturón de cuero, las botas. Sé exactamente lo que llevaba puesto. Veo sus ropas mentalmente, brillantes como una litografía o un anuncio a todo color de una revista antigua, pero no me imagino su rostro, no tan claramente. Éste empieza a desvanecerse, probablemente porque nunca era el mismo: su rostro tenía diferentes expresiones, y sus ropas no.

Ruego que el agujero, o los dos o tres -porque hubo más de un disparo- estuvieran muy juntos, ruego que al menos un agujero se haya abierto limpia, rápidamente, atravesando el cráneo hasta el lugar donde se forman las imágenes, para que se haya producido un único destello de oscuridad o dolor, espero que blando, como un ruido sordo, sólo uno y luego el silencio.

Lo creo así.

También creo que Luke está erguido sobre un rectángulo de cemento gris, en algún lugar, sobre la saliente o el borde de algo, una cama o una silla. Sabrá Dios lo que lleva puesto. Sabrá Dios lo que le habrá tocado. Dios no es el único que lo sabe, así que tal vez habrá un modo de descubrirlo. Hace un año que no se afeita, aunque cuando a ellos les da la gana te cortan el pelo, para evitar los piojos, según dicen. Tendré que pensar en ello: si le cortaran el pelo para evitar los piojos, también tendrían que cortarle la barba. Habría que pensarlo.

De cualquier manera, no lo hacen bien, el corte es descuidado, la nuca le queda despareja, aunque eso no es lo peor; parece diez años mayor, está encorvado como un viejo, bolsas en los ojos; en las mejillas tiene unas venitas reventadas, de color púrpura, y una cicatriz, no, una herida que aún no está curada, del color de los tulipanes cerca del tallo, en el costado izquierdo de su cara, donde la carne acaba de desgarrársele. Tiene el cuerpo muy lastimado y maltratado, no es más que agua y sustancias químicas, apenas algo más que una medusa secándose sobre la arena.

Le resulta doloroso mover las manos, le duele moverse. No sabe de qué lo acusan. Es un problema. Tiene que haber algo, alguna acusación. De lo contrario, ¿por qué lo retienen, por qué todavía no está muerto? Debe de saber algo que ellos quieren averiguar. No logro imaginármelo. No logro imaginarme que no lo haya dicho, sea lo que fuere. Yo lo habría hecho.

Él está rodeado de un olor, su olor, el olor de un animal encerrado en una jaula sucia. Me lo imagino descansando, porque no soporto imaginármelo en otro momento, así como no puedo imaginarme que tenga algo debajo del cuello, o en los puños. No quiero ni pensar en lo que han hecho con su cuerpo. ¿Tendrá zapatos? No, y el suelo es frío y húmedo. ¿Sabe que estoy aquí, viva, y que estoy pensando en él? Tengo que creer que sí. Cuando te encuentras en una situación apurada, tienes que creer todo tipo de cosas. Ahora creo en la transmisión del pensamiento, en las vibraciones del éter y en esa clase de tonterías. Nunca había creído en ellas.

También creo que no lo cogieron, que después de todo no lo alcanzaron, que él lo logró, que llegó a la orilla, atravesé el río a nado, cruzó la frontera y se arrastró hasta la orilla opuesta, que era una isla, y los dientes le castañeteaban; consiguió llegar a una granja cercana y lo dejaron entrar, al principio con suspicacia pero después, cuando comprendieron quién era, se mostraron amistosos, no eran el tipo de personas que lo entregarían; tal vez eran Cuáqueros y lo hicieron entrar clandestinamente en el territorio haciéndolo pasar de casa en casa, y la mujer le preparó un café caliente y le dio una muda de ropa de su marido. Me imagino la ropa. Me consolaría saber que estaba abrigado.

Entró en contacto con los demás, debe de haber una resistencia, un gobierno en el exilio. Por allí debe de haber alguien que se ocupa de las cosas. Creo en la resistencia del mismo modo que creo que no puede haber luz sin sombra o, mejor dicho, no hay sombra a menos que también haya luz. Tiene que existir una resistencia porque de lo contrario, ¿de dónde salen todos los delincuentes que aparecen en la televisión?

Cualquier día de éstos puede llegar un mensaje de él. Vendrá de la manera más inesperada, de la persona que uno menos se imagina, alguien de quien jamás lo habría sospechado. ¿Quizás estará debajo de mí plato, en la bandeja de la comida? ¿O lo deslizarán en mi mano mientras entrego los vales por encima del mostrador en Todo Carne?

El mensaje dirá que debo tener paciencia: tarde o temprano él me rescatará, la encontrará, dondequiera que la tengan. Ella nos recordará, y estaremos los tres juntos. Mientras tanto, debo resistir, mantenerme a salvo para después. Lo que me ha ocurrido a mí, lo que me está ocurriendo ahora, no tendrá importancia para él, él me ama de cualquier manera, sabe que no es culpa mía. El mensaje también hablará de eso. Es este mensaje -que tal vez nunca llegue- lo que me mantiene viva. Creo en el mensaje.

Puede que las cosas que yo creo no sean todas ciertas, aunque alguna debe de serlo. Pero yo creo en todas, creo en las tres versiones de lo que le ocurrió a Luke, en las tres al mismo tiempo. Esta manera contradictoria de creer me parece, en este momento, el único modo que tengo de creer en algo. Sea cual fuere la verdad, estaré preparada.

Esto también es una creencia mía. Esto también puede ser falso.

Una de las lápidas del cementerio cercano a la iglesia tiene tallada un anda y un reloj de arena, y las palabras: Con esperanza.

Con esperanza. ¿ Por qué dedicaron esas palabras a una persona muerta? ¿Era el cadáver el que abrigaba esperanzas, o los que aún están vivos?

¿Luke tiene esperanzas?


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