– No puedo más -dijo Marés, y anunció a Cuxot-: Voy a llamarla.
– No seas capullo.
– Sólo para oír su voz, hermano.
– Estás convirtiendo tu vida en un infierno -dijo Cuxot-. ¿Por qué persistes en tu loca idea?…
– No tengo más idea que ésta.
– Capullo.
– Oír el sonido de su voz, por lo menos -insistió Marés-. Aunque sea por teléfono, desde una asquerosa cabina. ¡Qué otra cosa puedo hacer!…
– Esa voz te está comiendo el coco. Te vas a matar.
– Es que no sé vivir en mí, camarada. Nunca he sabido.
– Vete al carajo.
– Ten compasión, hermano.
Este pobre amor mío, callejero y zarrapastroso, agonizando en malolientes cabinas telefónicas -se dijo-, o arrastrándose en pos de Norma cubierto de harapos y embozado con la bufanda negra, atisbándola desde las esquinas como un apestado, esperando su paso desde un portal oscuro para llamarla puta con ronca voz, mala puta… ¡Qué otra cosa puedo hacer!
Recogió las monedas y echó a correr escaleras abajo de espaldas a la catedral, tropezando con feligreses ateridos y algún turista japonés. Alcanzó la acera y se precipitó en la cabina, embistiéndola con la cabeza para abrir las puertas. Echó las monedas y marcó el número que llevaba grabado a fuego en su memoria.
Riiingggg. Vio su mano larga de alabastro, en los confines del mundo, descolgar el teléfono.
– Assessorament lingüístic. Digui?
Su voz de leche caliente se introdujo en sus venas como un dulce veneno. Oía su respiración a través del hilo. Luego escuchó ruidos en la línea. Apartó un poco el teléfono, sosteniéndolo delante de su cara. Miró con ansia el aparato del que salía la voz amada:
– Digui.
Reclinó la frente en el cristal de la cabina y se echó a llorar.
11
Norma Valentí al teléfono:
– Assessorament lingüístic, digui?
– ¿Oiga? ¿Dirección General de Política Lingüística?
– Sí, digui.
– Llamo para una conzulla, ¿sabuzté? -enmascaró la voz en un tono varonil y caliente, una dicción rápida agraciada con un deje andaluz que tenía muy ensayado en sueños e insomnios-. M'han dicho qu'hable con la zeñora Valentí, la sosoli…sosolingüi…
– Sociolingüista.
– Eso.
– Jo mateixa. Diguim el seu nom.
Silencio. Marés le ofreció un carraspeo, luego un suspiro y jadeos. Sentía un nudo en la garganta. Se me parte el alma -se dijo-. Ella pensará: vaya, otro charnego analfabeto y tímido que no se atreve a preguntar.
– Perdone la molestia -dijo por fin-. Quería preguntarle un par de cositas, ¿sabuzté? Verá, tengo un problemita de escritura y me he dicho: voy a llamar a la Xeneralitá…
– Parli cátala, si us plau. En catalán, por favor.
– Lo parlo mu malamente, zeñora.
– Entonces procure hablar sin ese acento, porque no le entiendo. ¿Su nombre y dirección?
Otro carraspeo, otro silencio.
– Juan Tena Amores. Vivo en Hospitalet y soy del ramo del comercio. Tengo un pequeño negocio de accesorios de automóvil y mi problema es el siguiente… ¿M'escucha uzté, zeñora?
– Digui, digui.
– Con su permiso, le decía que mi problema es éste: en los cristales del escaparate de mi tienda tengo yo pintados algunos rótulos en castellano y esos gamberros de la Crida me los ensucian con spray cada dos por tres. En vista de lo cual he decidido poner los rótulos en catalán…
– Muy bien. Le interesa a usted saber, señor…
– Tena Amores, para servirla. Tenamores.
– … señor Tena, que, puesto que tiene usted establecimiento, puede usted contar con la colaboración de los empresarios de rótulos afiliados a Aserluz para la presente campaña de catalanización del ramo del comercio. Debe usted ponerse en contacto con los fabricantes de rótulos.
– No, pero si es una cosita de na. Yo creo que uzté misma me pué atender, si es uzté tan amable… Mire, tengo un letrero que dice: «Tubos de escape», y otro que dice: «Recambios.» Este último lo he cambiado por «Recanvis», con uve de vaca, y creo que está bien. Pero, si fuera uzté tan amable, ¿cómo se dice «tubos de escape» en catalán? ¿Oiga…? ¿M'escucha, zeñora sociolingüista?
– Sí, tomo nota. Espere un momento.
– No sé qué está pasando, su voz me llega de muy lejos… ¿Me oye uzté? ¿Cómo se escribe eso en catalán, me hace el favor?
Oía el tecleteo de máquinas de escribir. Norma no contestaba, había apartado la boca del aparato y él la oyó preguntar a alguien de la oficina si le parecía correcto traducir «tubs d'escapament» por tubos de escape. «Collons, maca -dijo al fondo una voz de hombre, tal vez la del mismísimo Valls Verdú-, ara sí que m'has fotut», y en seguida la risa de Norma. Su voz volvió al teléfono:
– Pues mire usted, buen hombre, acaba de ponernos en un aprieto… En este momento no sabríamos decirle con exactitud. Podría ser «tubs d'escapament», ¿sabe? Con apóstrofe.
– ¿Tubs d'escapament? Suena fenomenal, zeñora Norma. ¿Y con apóstrofe? ¿Y ezo qué es…?
– Pero no estoy segura. Debo hacer una consulta. ¿Por qué no llama usted a Aserluz?
– Es muy urgente. Esos hijos de puta de nacionalistas de la Crida y del Moviment Terra Lliure son capaces de prenderle fuego a mi establecimiento, los cabrones…
– Perdone, pero no hace falta insultar a nadie ni descalificar a nadie, ¿me entiende? Esto es un servicio público y le ruego que no levante la voz. Usted qué se ha creído. Le digo que tengo que consultarlo, así que vuelva usted a llamar pasado mañana o el lunes. Buenas tardes.
– ¡Espere, no me deje! Por favor, sólo un minuto…
– Llame el lunes y tendrá la información que desea.
– ¡Por el amor de Dios, espere, se lo ruego…! Una cosa más… Quería pedirle que me perdone uzté si la he ofendío, no era m'intención. Pero es que esos desalmados de la Crida me la tienen jurada, zeñora, me quieren acojonar. Yo sólo soy un pobre murciano, un charnego ignorante que l'estoy mu agradecío a los catalanes por haberme dao l'oportunidá de trabajo y de ser digno de vivir en esta Cataluña tan rica y plena…
– Sí, sí, bueno, tengo que colgar. Adiós.
– … que por na del mundo ofendería yo a una zeñora tan simpática y tan amable y tan amiga de los pobres charnegos ignorantes y paletos como un zervió…
– Adéu, vaja. Llame el lunes. Adéu.
– …
12
– Grrrrrrr…
Marés se encuentra vomitando en un rincón de la plataforma posterior del autobús SJ que le lleva a Sant Just desde la plaza Universitat. Ha bebido mucho vino durante toda la tarde. Ha cenado lentejas y tortilla de ajos tiernos en una tasca de la calle Hospital y ha pillado por los pelos el último autobús que sale a las 22.15. Sólo van él y otro pasajero, de pie en la plataforma trasera. Aribau arriba, el autobús gira en Còrsega, luego gira en Casanova y vuelve a girar en Travessera de Gràcia. En todos esos giros y en los siguientes, Marés siente los zarpazos de la náusea y se le extravía el pensamiento, pero reacciona vigorosamente y con la mano temblorosa del recuerdo acaricia la hermosa espalda de Norma sentada al borde de la cama… Después volvió a vomitar.
– Grrrrr…
– ¡Muy bonito, hombre! -dijo el otro pasajero, un señor alto y magro-. Lo que faltaba.
– Disculpe.
– ¿Le parece bonito? -insistió el hombre.
– Me siento mal.
– Haberlo pensado antes.
– ¿El qué?
El pasajero tardó un poco en responder.
– Yo ya me entiendo -dijo por fin, implacable-. Si uno se siente mal y además está borracho, lo mejor es no subir al autobús.
Marés le dio la espalda y vomitó contra el cristal. Viajó por la avinguda de Pedralbes mirando la noche a través del vómito: luces y lentejas resbalando sobre el cristal. Parece mentira -gruñó el pasajero-, deberían hacerle limpiar eso. Tiene usted razón, señor. Se dejó resbalar él también en su rincón y se instaló sobre sus vómitos. Ya no puedo caer más bajo, se dijo. El pasajero le observaba con una mezcla de conmiseración y de asco, limpiándose los labios con un pañuelo, como si hubiese arrojado él y no Marés.