Tal como sospechaba, casi llena -murmuró.
Alí añadió más agua hirviendo y chupó a su vez.
– ¿Qué sucede ahora?
– No podemos volver a confiar en Jomeini L5/3 hasta que no cotejemos sus datos con los de algún otro satélite. Pero están todos ocupados durante las próximas semanas.
– Sós el director. ¿No podés hablar con algún otro y que ceda el turno?
Alí añadió agua y azúcar al mate y se lo pasó al director.
– Podría, aunque no me gusta. Después de tanto insistir en que se respeten los turnos de trabajo… -sorbió, pasando las páginas- y además, algunas de estas observaciones son de importancia estratégica… pero, espera. Esta noche hay un par de horas libres.
Como el observatorio dependía de los satélites, era utilizable las veinticuatro horas; de noche había menos usuarios. Era el momento en que solían acudir estudiantes avanzados.
– No voy a poder estar aquí -dijo. Su propia agenda estaba igual de repleta-. Alguno de mis doctorandos podría…
Alí recibió el mate del doctor y le volvió a echar agua.
– ¿Querés que yo me encargue? Sólo es cuestión de apuntar alguno de los satélites libres hacia ese sector y ver qué sucede.
– De acuerdo, si no tienes inconveniente.
– Ninguno. -Alí succionó el mate con un gorgoteo.
Esa misma noche, Alí encendió las luces del observatorio y se dirigió a la sala de terminales. Dio un rápido vistazo a los monitores, alineados como centinelas uno junto a otro, transcribiendo interminables listas de números enviados desde los satélites artificiales, y se sentó frente a la terminal central. Tras una ojeada al menú pidió INCIDENCIAS. Se dirigió hacia la cocina para prepararse un «mate cocido», en taza, mientras el ordenador procesaba. INCIDENCIAS era un programa capaz de seleccionar los datos de algún interés recibidos desde los satélites que había redirigido.
Alí apartó la tetera del fuego cuando el pitido le avisó que el agua estaba hirviendo. Colocó en su interior una cucharada de mate y un puñado de piñones. Se había acostumbrado a tomarlo así desde que había llegado a África, aparte de la forma tradicional. Vertió la infusión en una taza y se dirigió hacia la sala de terminales.
INCIDENCIAS había concluido su trabajo. Una lista de acontecimientos aparecían en el monitor. Ninguno demasiado interesante.
Un satélite meteorológico preveía el inicio de un tornado en Mexi-Texas; varios nuevos incendios registrados en los escasos restos de la antigua selva amazónica; un repentino ennegrecimiento infrarrojo en el Índico indicaba escasez de plancton. Aquel sería un asunto para el Consejo Marino…
Las fotos sobre Ucrania mostraban un inicio de plaga de roya o algo así. Bien, eso lo compensaría. Escasez de pescado en la India, escasez de trigo en Occidente.
Pasó rápidamente sobre los infinitos ojos que, desde el cielo, inventariaban los recursos de la Tierra o las perturbaciones de su cambiante atmósfera. ¿Algún indicio de actividad solar?
De repente se detuvo ante algo sorprendente. Uno de los satélites situado en el punto de Lagrange 4… sí, era uno de los que apuntaban hacia Sagitario, había registrado un aumento inesperado en… ¿qué? La pantalla mostraba:
CEB-254: 188 PHE-68/A: 136 ILB-471: 48 16:00 GMT
CEB-254: 199 PHE-68/A: 132 ILB-471: 54 16:10 GMT
CEB-254: 261 PHE-68/A: 128 ILB-471: 50 16:20 GMT
CEB-254: 259 PHE-68/A: 133 ILB-471: 46 16:30 GMT
CEB-254: 340 PHE-68/A: 115 ILB-471: 52 16:40 GMT
CEB-254: 424 PHE-68/A: 128 ILB-471: 53 16:50 GMT
CEB-254: 407 PHE-68/A: 127 ILB-471: 49 17:00 GMT
CEB-254: 501 PHE-68/A: 101 ILB-471: 51 17:10 GMT
CEB-254: 521 PHE-68/A: 113 ILB-471: 53 17:20 GMT
CEB-254: 615 PHE-68/A: 111 ILB-471: 51 17:30 GMT
CEB-254: 648 PHE-68/A: 110 ILB-471: 51 17:40 GMT
CEB-254: 682 PHE-68/A: 123 ILB-471: 47 17:50 GMT
CEB-254: 798 PHE-68/A: 105 ILB-471: 50 18:00 GMT
CEB-254: 777 PHE-68/A: 149 ILB-471: 48 18:10 GMT
CEB-254: 885 PHE-68/A: 159 ILB-471: 53 18:20 GMT
CEB-254: 866 PHE-68/A: 149 ILB-471: 48 18:30 GMT
CEB-254: 906 PHE-68/A: 131 ILB-471: 45 18:40 GMT
CEB-254: 952 PHE-68/A: 109 ILB-471: 45 18:50 GMT
Qué raro, pensó.
Los listados tenían un aspecto bastante normal, sin embargo CEB-254 mostraba un aumento insospechadamente alto, en un período de apenas tres horas.
¿Qué sería el experimento CEB-254? Consultó una lista impresa.
Silbó: era un contador de positrones de alta energía. Aquello le hizo arquear las cejas.
Por descontado, en la radiación cósmica se encuentran presentes casi cualquier tipo de partículas. Pero antipartículas… Aunque Alí no era astrofísico, todo el mundo sabe que existe una asimetría básica entre partículas y antipartículas. Las antipartículas podían existir, claro, y a veces se obtenían en los aceleradores junto a la partícula correspondiente; o bien eran producidas en ciertas reacciones nucleares.
Pero en el Universo primitivo, en los primeros milisegundos de la Gran Explosión, toda la antimateria existente se habría aniquilado al contacto con la materia. Era la leve superioridad numérica de ésta la que había permitido la existencia de la materia, gracias a Dios. En teoría, todo el Universo debería ser de materia. No existían planetas de antimateria, ni estrellas ni galaxias.
¿O sí?
Alí se rascó la cabeza. O bien la teoría se hallaba equivocada, y en algún lugar del cosmos se estaban lanzando al espacio torrentes de antipartículas… o bien esos positrones eran generados en alguna exótica reacción estelar o galáctica. Pues los positrones que se mueven a una velocidad cercana a la de la luz deben estar acelerados por el inmenso aunque débil campo magnético de la Galaxia.
¿Y cuál era el número de positrones que llegaban? Utilizando el lápiz óptico, señaló un apartado del experimento CEB-254, correspondiente a un mes atrás. De inmediato, el ordenador mostró una parpadeante lista de números. Mohamed Alí se puso en pie de un salto.
CEB-254: 3 09:00 GMT
CEB-254: 3 09:10 GMT
CEB-254: 0 09:20 GMT
CEB-254: 0 09:30 GMT
CEB-254: 1 09:40 GMT
CEB-254: 0 09:50 GMT
CEB-254: 0 10:00 GMT
CEB-254: 0 10:10 GMT
CEB-254: 1 10:20 GMT
CEB-254: 0 10:30 GMT
CEB-254: 0 10:40 GMT
CEB-254: 0 10:50 GMT
CEB-254: 0 11:00 GMT
CEB-254: 0 11:10 GMT
Con incredulidad, detuvo el listado y pidió al ordenador que presentara los resultados acumulados de todo el mes anterior.
¡En ese tiempo, el aparato no había llegado a contar cien positrones! ¡Y en dos horas había pasado de casi doscientos al millar!
Aquello era absolutamente increíble. Pegó su nariz al monitor, paseó nervioso por la sala, se enredó con un cable y, al tirar de él, hizo caer una impresora al suelo.
– No, no, tranquilízate -dijo mientras se llevaba las manos a las sienes-, no puede ser, no existe nada capaz de justificar ese aumento, el satélite debe de haberse descompuesto, igual que Jomeini L5/3. Sí, eso debe de ser…
Recordó aquella vez que un astrónomo novato afirmó, muy orondo, haber descubierto un nuevo quasar; pero se trataba de unas palomas, que habían anidado en la antena y dejado abundantes huellas de su estancia en el lugar.
Pero dos satélites fallando, casi simultáneamente, mientras apuntaban al mismo sector del firmamento… era demasiada casualidad.
Decidió pedir una confirmación. En estos casos, lo mejor es actuar científicamente. Dio las instrucciones al ordenador de que orientase la antena de otros satélites, e iniciase una solicitud de datos.
Veinte minutos más tarde llegaba la información.
Jomeini L-4/78 informaba de partículas altamente energéticas con carga positiva (el detector no podía discriminar).
Al-Kindi L-5/34 mostraba un inesperado aumento de rayos gamma. ¿Podría tratarse de positrones aniquilándose con el propio aparato detector?
Al-Farabi L-5/12 detectaba partículas con masa y carga que las señalaban como positrones.
Pero lo importante eran las fechas y lugares: los satélites habían registrado, con algunas décimas de segundo de diferencia, una serie de sucesos compatibles con una repentina lluvia de positrones.
¿Todos, al mismo tiempo?
Pero, si los satélites estaban en buenas condiciones, entonces se encontraba ante un nuevo tipo de fenómeno cósmico, no un montón de cagadas de paloma. ¡Algo que nadie había encontrado antes!
Positrones, en una cantidad ampliamente detectable. Eso significaba antimateria. Antimateria significaba energía sin límites.
¡Por fin, y gracias a Dios (clemente y misericordioso), la Fortuna se digna sonreírme!
En lo más hondo de su ser siempre había sabido que algo así sucedería. No tenía ni idea de qué podría tratarse aquello, sin embargo estaba seguro de que valdría algo. Sintió ganas de echar a correr hacia el teléfono. Seguro que alguna agencia cristiana estaría dispuesta a valorar aquella información.
Se detuvo. ¿Debería informar antes al profesor Tariq? Parecía lógico, pues él se hallaba allí en calidad de ayudante suyo… Se encogió de hombros. Le informaría en cuanto le fuera posible, ahora cada segundo contaba. En ese momento alguien, en algún lugar del mundo, podría estar teniendo los mismos pensamientos que él. Se dirigió al radioteléfono a toda prisa.
Le pidió al ordenador asistente del teléfono que le marcara el número de alguna revista científica del Norte. Antes que nada tenía que registrar la observación como propia. Si alguien reclamaba el derecho de haber sido el primero, esa llamada sería decisiva. Después ya habría tiempo de todo lo demás…
Qué cosa tan fuera de lo común. El ordenador había marcado el número, pero la pantalla sólo mostraba interferencias.
– ¿Qué sucede? -gritó irritado.
– No lo sé, señor -respondió el ordenador, con calma inhumana-. No puedo obtener una línea clara.
¡Por las peludas orejas de Sheitan! Alí dio un puñetazo en la mesa. Justo ahora se estropeaba el teléfono.
– Sigue intentándolo. Y avísame en cuanto tengas línea.
– Así lo haré, señor.
Regresó a la sala de terminales mordiéndose las uñas, ¡justo ahora se encontraba aislado en lo alto de aquel jodido volcán!
Nervioso, caminó en círculos. Volvió al teléfono.
– ¿Sigues sin tener línea?