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Desde su punto de origen, el denso haz de positrones se dirigió al sistema solar interno. Su velocidad era el 99,9999 % de la de la luz, tan cerca de ella que, para un observador que se moviera con el haz, un metro equivalía a un milímetro y medio, y un día a cinco segundos. Las oscilaciones aleatorias del campo magnético solar, y algo más, impidieron que se mantuviera enfocado en un solo punto, pero a pesar de eso…

Las estaciones espaciales fueron borradas del cielo. Copérnico L-4, la mayor de la Velwaltungsstab, apenas tuvo tiempo de advertirlo. A lo largo del gigantesco cilindro, las colosales ventanas de cinco kilómetros estallaron casi simultáneamente como un vaso de vidrio lleno de agua hirviendo. Sus diez mil habitantes se vieron lanzados al espacio junto con el aire, la tierra, el agua de los lagos y las grandes piscinas de cero-g, casas, autos y triciclos eléctricos, aviones a pedales, sin apenas tiempo de darse cuenta de qué los mataba.

Shin Nihon (Nuevo Japón) era una gigantesca estación espacial situada en Lagrange número 5. Su forma era tórica, con el lado interno transparente. En el cubo había un complejo de espejos que reflejaban los rayos solares, proporcionando luz para la fotosíntesis.

El interior de la gran rueda en rotación se había recreado con minuciosidad la atmósfera del Japón feudal del siglo XVI. Era un terreno formado por valles encajados entre ásperas montañas, cubiertas por bosques de robles, pinos y criptomerias, entre los que se extendían los arrozales y los huertos de coles o rábanos y las plantaciones de mandarinos. También se erguían réplicas de los principales volcanes de la madre patria: el Fujiyama, el Minami y el Aso-san, construidos con basalto lunar y espaciados ciento veinte grados, para no desequilibrar la gran rueda.

Shin Nihon estalló, arrojando sus robles centenarios al espacio, como si se tratara de un puñado de bonsais arrastrados por un tifón. Kobayashi Kunio, el famoso multimillonario, contempló el increíble espectáculo de toda aquella belleza que él mismo había colaborado a construir, destrozada, arrancada por un poderoso huracán que los lanzaba girando al vacío, a la muerte.

¿Qué maravilloso haiku podría componerse ante este espectáculo!, pensó un segundo antes de morir.

Todas las naves espaciales en ruta a la Luna o la Tierra sufrieron el mismo destino: el metal de sus cascos se puso incandescente y se convirtió en una rugiente mezcla de plasma y rayos gamma.

Los colonos de la Luna tuvieron algo más de suerte, excepto aquellos a los que la lluvia mortal sorprendió en la superficie. La mayor parte de las edificaciones eran subterráneas; quienes estaban en ellas pudieron advertir cómo la corteza lunar se calentaba por la aniquilación de electrones y positrones… e iniciaban una nueva era de vulcanismo. En poco tiempo se fundieron los mares.

Como la mano de un viajero rasga indiferente una telaraña que se interpone en su camino, así el haz de antipartículas fue barriendo la etérea red de ondas que enlazaba la Tierra con los diferentes asentamientos humanos.

En Marte, la pérdida de contacto con la Tierra llamó la atención de algunos operadores de comunicaciones. Al principio refunfuñaron contra aquellos botarates de la Tierra, que no sabían mantener estable un haz de microondas. Pero pronto comprendieron que algo muy grave estaba sucediendo.

La Tierra había sido alcanzada en su atmósfera. Aun a la velocidad aterradora del rayo, los gases de la misma frenaron buena parte de las partículas, de modo que sólo una fracción de los positrones llegaron al suelo. Las altas capas emitieron un destello de rayos gamma y ultravioleta; los electrones de los cinturones de Van Alien, confinados por el campo magnético de la Tierra, colisionaron con los positrones a una velocidad jamás lograda en ningún acelerador de partículas, creando avalanchas de todas las partículas conocidas por la ciencia y muchas más desconocidas. El pulso electromagnético, provocado por la monstruosa deflagración de la antimateria en la alta atmósfera, creó un potencial que se descargó sobre el suelo. Todo aparato eléctrico atrajo sobre sí la cólera del cielo encendido, sin embargo no fue eso lo peor: los colosales cortocircuitos entre la tierra y el cielo sirvieron de canales conductores a los positrones, que cayeron por toda la superficie del planeta, produciendo efectos comparables a una lluvia de bombas H.

De polo a polo, de la isla de Ellensmere al mar de Weddell, de Novaya Zemyla a Nueva Zelanda, de Murmansk a Port Elizabeth, de la Tierra de Fuego a las Spitzberg. No habían residuos de fisión ni cenizas radiactivas, aunque los intolerables destellos de radiación sentenciarían a miles de millones de infelices a una muerte rápida o a una muerte lenta y horrible por radiaciones o leucemia… la descarga creó brillantes nubes de plasma que iluminaron la noche, girando, retorciéndose y ondulando en las minúsculas oscilaciones del campo magnético de la Tierra…

Algunas partes fueron menos dañadas. Las escasas regiones primitivas de África y Oceanía; los polos, en los que el rayo tuvo que atravesar un mayor espesor de aire. Los campesinos africanos levantaron la vista de sus sembrados de sorgo y sus vacas acribilladas de moscas tsé-tsé; los polinesios, desde las cubiertas de sus barcos o las redes de pesca; los mineros que extraían el carbón antártico dejaron de perforar; los esquimales detuvieron sus trineos eléctricos y miraron al cielo, contemplando extraños juegos de luces que no eran la aurora boreal. En cambio, las gentes de los Andes o el Tíbet, con un escudo de aire más delgado sobre sus cabezas, sufrieron horriblemente de espantosas quemaduras que atravesaron sus gruesas ropas.

Los lugares donde habían instalaciones eléctricas o de telecomunicaciones fueron los más afectados; de hecho, eran el principal conductor de antimateria. Belgrado, Cheliabinsk, Sofia, Brisbane, Dniepropetrovsk, Kabul, Addis Abeba, Belo Horizonte, Argel, Viena, Jarkov, Milán, Sapporo, Nagoya, París, Osaka, Roma, Buenos Aires, Madrid, Berlín, Los Ángeles, Dhaka, Bogotá, Leningrado, Bagdad, Bangkok, Lima-Callao, Bombay, Tokio, Moscú, Ciudad de México…

Vaticano voló en un segundo. Millones de peregrinos murieron en la Meca.

Muchos millones más, en todo el mundo, quedaron expuestos al hambre y la sed.


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