12.

En aquel momento no supe qué responder.

Además de con fray Alessandro, el otro fraile con el que hablaba con cierta frecuencia era el sobrino del prior, Matteo. Aún era un niño, pero más despierto y curioso que los de su edad. Tal vez por eso el joven Matteo no había podido resistir la tentación de acercarse a mí y preguntarme cómo era mi vida en Roma. La gran Roma.

No sé qué se imaginaría que serían los palacios pontificios y las inacabables avenidas de iglesias y conventos, pero a cambio de mis generosas descripciones me regaló algunas confidencias que me hicieron recelar de las buenas intenciones del bibliotecario.

Entre risas me contó qué era lo único capaz de sacar de quicio a su tío, el prior.

– ¿Y qué es? -le pregunté intrigado.

– Encontrarse a fray Alessandro y a Leonardo arremangados, cortando lechugas en la cocina de fray Giuglielmo.

– ¿Baja Leonardo a las cocinas?

La sorpresa me dejó perplejo.

– ¿Cómo? ¡Si no hace otra cosa! Cuando mi tío desea encontrarlo, ya sabe que ése es su escondite favorito. Podrá no mojar ningún pincel durante días, pero es incapaz de visitarnos y no pasarse horas junto a los fogones. ¿No sabíais que Leonardo tuvo una taberna en Florencia, en la que él era cocinero?

– No.

– Él me lo contó. Se llamaba La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo.

– ¿De veras?

– ¡Por supuesto! Me explicó que la montó con un amigo suyo que también era pintor, Sandro Botticelli.

– ¿Y qué pasó?

– ¡Nada! Que a la clientela no le gustaban sus guisos de verdura, sus anchoas enrolladas en brotes de col, o una cosa que hacían con pepinillo y hojas de lechuga cortadas en forma de rana.

– ¿Y aquí hace eso mismo?

– Bueno -Matteo sonrió-, mi tío no le deja. Desde que llegó al convento, lo que más le gusta es ensayar con nuestra despensa. Dice que está buscando el menú para la Última Cena. Que la comida que debe estar sobre esa mesa es tan importante como el retrato de los apóstoles… y el muy fresco lleva semanas trayéndose a sus discípulos y amigos a comer en una mesa grande que ha dispuesto en el refectorio, mientras vacía las bodegas del convento. [9]

– ¿Y fray Alessandro lo ayuda?

– ¿Fray Alessandro? -repitió-. ¡Él es de los que se sientan a la mesa a comer! Leonardo dice que aprovecha entonces para estudiar sus siluetas y cómo pintará lo que comen, pero ¡nadie le ha visto hacer otra cosa que zamparse nuestras reservas!

Matteo se rió divertido.

– La verdad -añadió- es que mi tío ha escrito varias veces al dux protestando por estos abusos del toscano, pero el dux no le ha hecho ni caso. Si sigue así, Leonardo terminará por dejarnos sin cosecha.

[9] Existe constancia histórica de esta práctica de Leonardo. Una carta de fray Vicenzo Bandello a Ludovico el Moro escrita en la Semana Santa de 1496 dice: «Mi señor, han pasado ya más de doce meses desde que me enviasteis al maestro Leonardo para realizar este encargo y en todo este tiempo no ha hecho ni una sola marca sobre nuestra pared. Y en este tiempo, mi señor, las bodegas del priorato han sufrido una gran merma y ahora están secas casi por completo, pues el maestro Leonardo insiste en que se prueben todos los vinos hasta dar con el adecuado para su obra maestra; y no aceptará ningún otro, durante todo este tiempo, mis frailes pasan hambre, pues el maestro Leonardo dispone a su antojo de nuestras cocinas día y noche, confeccionando las que él afirma ser comidas de las que precisa para su mesa; pero nunca se da por satisfecho; y luego, dos veces al día, hace sentarse a sus discípulos y sirvientes para comer de todas ellas. Mi señor, os ruego que deis prisa al maestro Leonardo para que ejecute su obra, porque su presencia y también la de su cuadrilla amenaza con dejarnos en la miseria».



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