¿Quién podía saberlo?

Él creía únicamente que se le había revelado aquel misterio, para desaparecer en seguida por completo. En el postrer momento se mezclaron las notas dotadas de formas, moviéndose y sonando, temblando y muriendo como suena, tiembla y muere la voz de una cuerda en tensión; fuerte al principio... más ligera después... menos perceptible más tarde... y muere; en el espacio infinito parece rodar algo, luego las tinieblas infinitas sin rastro alguno de luz...

Y muere, enmudece, se apaga.

Obscuridad y silencio alrededor..., tratan aún de salir de las tinieblas algunas figuras indecisas, indeterminadas, pero sin forma, sonido ni color.

De pronto el ciego oye rumores de la tierra. Cree despertar, pero sigue con el mismo aspecto de viva emoción y alegría, estrechando las manos de su madre y del tío Max.

—¿Qué te pasa? —preguntó la madre con voz angustiosa.

—Nada... creo... creo que os vi a todos... ¿No duermo, verdad?

—¿Y ahora? —preguntó la madre con emoción—. ¿Te acuerdas? ¿No te desaparecerá de la memoria?

El ciego suspiró hondamente.

—No —dijo con visible emoción—. Pero no importa, porque lo he visto todo, todo... ¡hasta el niño!

Y perdió el conocimiento. Su cara palideció, pero, no obstante, todavía se leía en ella la expresión de una dulce felicidad.

Conclusión

En Kiev, durante la contrata, se había reunido un numeroso público para oír a un músico original. Era ciego, pero la fama contaba maravillas de él. En la sala no cabía ni un alfiler: estaba de bote en bote y el producto de las entradas (que estaba destinado a un objeto benéfico desconocido del público y del cual disponía un caballero anciano, pariente del músico) formaba una cantidad respetable.

En la sala reinó un gran silencio al aparecer en el proscenio un hombre joven, de ojos grandes y hermosos y de cara pálida. Nadie le habría tomado por ciego, si sus ojos no hubiesen permanecido inmóviles y si no le hubiese acompañado una señora joven, de cabellos rubios, que según se decía era la esposa del artista.

—No es extraño que produzca tanta impresión —decía un oyente a su vecino—, ofrece verdaderamente singular aspecto dramático.

Y en efecto, su cara pálida y su aire pensativo, sus ojos inmóviles y todo su aspecto hacían esperar al público alguna cosa genial y extraordinaria.

Su manera de tocar estaba en armonía con la impresión que producía al ser visto. Al terminar una improvisación sobre motivos populares, todo el público, entusiasmado, gritó y aplaudió febrilmente.

El ciego, con la cabeza baja, escuchaba sorprendido aquel ruido desacostumbrado. Pero volvió a levantar las manos y tocó de nuevo. En toda la sala reinó en seguida el silencio.

En aquel momento entró el tío Max. Contempló con atención al público, que parecía animado por un solo sentimiento. Todo el mundo dirigía la vista al ciego con expresión de entusiasmo exaltado.

El anciano escuchaba y esperaba. Le parecía que aquella grandiosa improvisación, que tan libre y fácilmente brotó del espíritu del ciego, había de ceder el paso como antes a algún pensamiento inquieto, a alguna pregunta enfermiza que produjese una nueva herida en el corazón de su discípulo ciego. Pero los sonidos cada vez eran más fuertes y llenos, y dominaban por completo los corazones de los espectadores, que latían hondamente conmovidos. Y cuanto más escuchaba el tío Max, más le parecía conocer el sentido de aquella composición.

«Sí, sí, es la algazara de la ciudad. El animado curso de gente se da a conocer en la multiplicidad de los sonidos. Crece y baja y llega al fin a aquel ruido lejano, pero perceptible, siempre igual, desapasionado y frío.»

De pronto Max tembló hasta lo más hondo del corazón.

Bajo las manos del músico sonó una nota de queja.

Apareció, se mantuvo por algún tiempo y desapareció.

Pero no, no era una queja del sufrimiento propio; no era la repetición de los egoístas dolores del ciego. En los ojos del viejo aparecieron las lágrimas. Su vecino lloraba también.

Flotando sobre la corriente animada de la ciudad, fría, hermosa, desapasionada y movediza, resonaba en la sala un sonido quieto, y al mismo tiempo robusto, que lloraba y dominaba los corazones de los oyentes.

El tío Max conoció aquel sonido; era la voz del ciego: —¡Por el amor de Dios, caridad para un pobre ciego!

Todos los corazones temblaban al oír aquel grito lastimero. Hacía tiempo que no se oía ya; pero el público, conmovido por los dolores de la vida, seguía sumido en hondo silencio.

El anciano bajó la cabeza pensando:

«Sí; ahora es todo un hombre. En vez de dejar crecer en su corazón un sufrimiento ciego y egoísta, lleva en él las penas del prójimo; las oye, las ve, y se cree capaz de hacer comprender a los dichosos las penas de los pobres que padecen.»

Y el anciano inválido fue inclinando la cabeza cada vez más...

Había cumplido su misión y dado fin a su obra; no había vivido en vano; se lo decían los poderosos acordes que resonaban en la sala y que se adueñaban de los corazones de los oyentes...

Así debutó el músico ciego.

Fin

notes

Notas a pie de página

1Nombre de los lugares en que se celebraban los mercados de Kiev (N de la t)

2Medida rusa equivalente a 1067 metros. (N. de la t.)

3Ortodoxos; nombre que, como es sabido, se aplican los cismáticos o heterodoxos rusos. (N. de la t.)


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