– Supongo que se me pasará, pero ahora mismo me siento como si me hubiesen dado una tremenda paliza.
– Bueno, eso es más o menos lo que ha pasado. Y nos afecta a todos. Hoy Janne Dahlman se ha ido pronto a casa.
– Me imagino que no le habrá entusiasmado la sentencia.
– Ya sabes que no es precisamente una persona muy positiva.
Mikael negó con la cabeza Desde haría nueve meses, Janne Dahlman era secretario de redacción de Millennium. Entró justo cuando empezó el caso, Wennerström de modo que fue a dar con una revista en crisis. Mikael intentaba hacer memoria y recordar qué argumentos esgrimieron Erika y él al contratarlo. En efecto, era competente y tenía experiencia -como sustituto- tanto en la agencia TT como en los periódicos vespertinos y en Ekot, el informativo radiofónico. Pero, obviamente, no navegaba bien con el viento en contra. A lo largo de ese año, en más de una ocasión Mikael se había arrepentido, en silencio, de haber empleado a Dahlman, dotado de una enervante capacidad para verlo todo de la manera más negativa posible.
– ¿Sabes algo de Christer? -preguntó Mikael sin dejar de mirar la calle.
Christer Malm era el jefe de fotografía y de maquetación de Millennium, al tiempo que copropietario de la revista, junto con Erika y Mikael; en esos momentos estaba de viaje en el extranjero con su novio.
– Ha llamado. Te manda recuerdos.
– Tiene que ser él quien ocupe el puesto de editor jefe.
– Venga, Micke, como editor jefe que eres has de contar con encajar algún que otro golpe. Son gajes del oficio.
– Sí, ya lo sé, pero el caso es que soy yo el que escribió el artículo que se publicó en una revista de la que también soy editor jefe. Eso lo cambia todo. A eso se le llama falta de criterio profesional.
Erika Berger sintió que estaba a punto de soltar la preocupación que llevaba acumulando todo el día. Durante las semanas anteriores al juicio, Mikael Blomkvist dio la impresión de estar metido en una nube gris, pero nunca lo había visto tan cabizbajo y resignado como ahora, en el momento de la derrota. Ella rodeó la mesa de trabajo, se sentó a horcajadas sobre él y le puso los brazos alrededor del cuello
– Mikael, escucha. Los dos sabemos muy bien qué es lo que ha pasado. Yo soy tan responsable como tú. Tenemos que capear el temporal.
– No hay temporal que capear. La sentencia es un tiro mediático en la nuca. No puedo quedarme como editor jefe de Millennium Se trata de la credibilidad de la revista, de paliar daños. Lo sabes tan bien como yo.
– Si piensas que voy a permitir que asumas la culpa tú sólito, es que durante todos estos años no has aprendido una mierda sobre mí.
– Sé exactamente como funcionas, Ricky. Tienes una lealtad muy ingenua para con tus colaboradores Si por ti fuese, seguirías luchando contra los abogados de Wennerström hasta que tu credibilidad también se perdiera. Tenemos que ser más inteligentes.
– ¿Y a ti te parece un plan inteligente dimitir de Millennium y hacer que parezca que yo te he despedido?
– Ya hemos hablado mil veces sobre eso. Que Millennium sobreviva depende ahora sólo de ti. Christer me parece un tío estupendo, pero es un buenazo; y, por mucho que sepa sobre fotos y layout, no tiene ni idea de cómo pelearse con multimillonarios. No es lo suyo. Tengo que desaparecer de Millennium durante un tiempo, como editor, reportero y miembro de la junta directiva; tú te haces cargo de mi parte. Wennerström sabe perfectamente que no ignoro lo que ha hecho, y mientras yo esté metido en la revista, intentará hundirla. No podemos permitírselo.
– Pero ¿por qué no publicamos lo que ocurrió realmente, pase lo que pase?
– Porque no podemos probar una mierda y porque de momento yo no tengo ninguna credibilidad. Wennerström ha ganado este asalto Y ya está… Déjalo
– De acuerdo, te despido. ¿Y qué vas a hacer?
– Sólo quiero descansar. No puedo más; estoy muy quemado, como se dice ahora. Me dedicaré a mí mismo durante un tiempo. Luego ya veremos.
Erika puso la cabeza de Mikael contra su pecho y le abrazó con fuerza. Permanecieron callados durante vanos minutos.
– ¿Quieres compañía esta noche? -preguntó ella.
Mikael Blomkvist asintió.
– Bien. Ya he llamado a Greger y le he dicho que pasaré la noche contigo.
La única luz que había en la habitación, reflejada en el vano de la ventana, provenía del alumbrado público de la calle. Hacia las dos de la madrugada Erika se durmió, pero Mikael permaneció despierto contemplando su silueta en la penumbra. El edredón la cubría hasta la cintura y él observaba cómo sus pechos subían y bajaban lentamente. Estaba relajado y ese nudo de angustia del pecho había desaparecido. Erika producía ese efecto sobre él. Desde siempre. Y Mikael era consciente de que ejercía exactamente el mismo efecto sobre ella.
«Veinte años», pensó. Era lo que llevaban juntos. Si por él fuera, seguirían acostándose, como poco, veinte años más. Nunca habían intentado ocultar lo suyo, ni siquiera cuando provocaba situaciones bastante complicadas respecto a sus relaciones con otras personas. Sabía que sus amigos hablaban de ellos preguntándose qué tipo de historia tenían en realidad; tanto él como Erika daban respuestas ambiguas y pasaban de los comentarios
Se conocieron en una fiesta en casa de unos amigos comunes. Estudiaban segundo de periodismo y cada uno tenía una pareja estable. Durante la velada empezaron a insinuarse el uno al otro. Tal vez, no estaba muy seguro, el flirteo empezara como una broma, pero antes de despedirse ya se habían intercambiado los números de teléfono. Los dos sabían que acabarían acostándose juntos y, antes de que pasara una semana, llevaron a cabo sus planes a espaldas de sus respectivas parejas.
Mikael estaba convencido de que no se trataba de amor; por lo menos, no de ese amor tradicional que te lleva a compartir una vivienda, la hipoteca, el árbol de Navidad y los niños. En alguna ocasión, durante los años ochenta, cuando no tenían una pareja a la que respetar, incluso hablaron de irse a vivir juntos. A él le habría gustado. Pero Erika siempre se echaba atrás en el último momento. Decía que no iba a funcionar y que en el caso de enamorarse pondrían en peligro su relación.
Estaban de acuerdo en que lo suyo era puro sexo o, tal vez, incluso una obsesión sexual. A menudo Mikael se preguntaba si habría en el mundo otra mujer capaz de despertarle tanto deseo como Erika. Simplemente, estaban bien juntos; no había que darle más vueltas. Mantenían una relación que resultaba tan adictiva como la heroína.
A veces se veían tan asiduamente que tenían la sensación de ser una pareja estable; otras veces podían transcurrir semanas, e incluso meses, entre encuentro y encuentro. Pero del mismo modo en que los alcohólicos recaen después de un período de abstinencia, ellos siempre acababan volviendo a por más.
Naturalmente, a la larga, no funcionaba. Una relación así estaba condenada al sufrimiento. Los dos habían dejado atrás, sin miramientos, promesas rotas y relaciones traicionadas; el matrimonio de Mikael fracasó porque no podía mantenerse alejado de Erika. Nunca le ocultó su relación con Erika a su mujer, Monica, pero ésta confiaba en que la historia se acabaría al casarse y nacer su hija; además, casi por las mismas fechas Erika se casó con Greger Beckman. Mikael también lo creía así, y durante los primeros años de matrimonio sólo vio a Erika por razones puramente profesionales. Luego fundaron Millennium. En tan sólo una semana todos los firmes propósitos se vinieron abajo y una noche acabaron haciendo el amor desenfrenadamente sobre la mesa de trabajo. Comenzó entonces un período tormentoso para Mikael, quien se debatía entre la voluntad de vivir con su familia y ver crecer a su hija, y su irremediable atracción por Erika, como si no pudiera controlar sus actos, cosa que, como era lógico, podría haber hecho si hubiera querido. Lisbeth Salander tenía razón: fue su constante infidelidad lo que provocó que Monica lo abandonara.