– Has dicho que se la ha llevado «a punta de pistola». Una elección de palabras muy especial, Gully.

– ¿Puedes guardarme un secreto? -Bajó la voz de forma significativa-. Porque voy a quedar retratado si esto sale a la luz antes de nuestro siguiente boletín. Tenemos la noticia antes que cualquier otra emisora o periódico del estado.

A Tiel empezaba a picarle el cuero cabelludo, lo que solía ocurrirle cuando era consciente de que estaba escuchando algo que ningún otro periodista sabía aún, cuando descubría el elemento que distinguiría su reportaje de todos los demás, cuando su exclusiva tenía el potencial de proporcionarle un premio periodístico o los elogios de sus colegas. O de garantizarle el lugar más privilegiado en el noticiario Nine Live.

– ¿A quién iba yo a contárselo, Gully? Estoy compartiendo espacio con un vaquero recién salido de la pradera que está comprando una caja de seis cervezas Bud, una abuela insolente y su marido que no son de la zona…, lo que adivino por su acento. Y dos mexicanos que no hablan inglés.

La pareja estaba ya en la tienda cuando ella entró. Los había oído hablar entre sí en español mientras calentaban un paquete de burritos en el microondas.

– Linda… -dijo Gully.

– ¿Linda? ¿Le has dado la noticia a ella?

– Tú estás de vacaciones, ¿lo recuerdas?

– ¡Unas vacaciones que me recomendaste tomar! -exclamó Tiel.

Linda Harper era otra periodista, una periodista condenadamente buena y la rival no declarada de Tiel. Le dolía que Gully hubiese asignado a Linda una historia tan estupenda que, por derecho propio, debería pertenecerle a ella. Al menos, así lo veía.

– ¿Quieres oír esto o no? -le preguntó con un tono avinagrado.

– Adelante.

El hombre mayor salió del lavabo de caballeros. Avanzó hasta el final del pasillo, donde se detuvo para esperar a su esposa. Para matar el tiempo, extrajo una videocámara de una bolsa de nailon con el logotipo de una compañía aérea y se puso a revisarla.

– Esta tarde -dijo Gully-, Linda ha entrevistado a la mejor amiga de Sabra Dendy. Y ahora, agárrate. La Dendy está embarazada de Ronnie Davison. De ocho meses. Han estado escondiéndolo.

– ¡Bromeas! ¿Y los Dendy no lo sabían?

– Según la amiga, nadie lo sabía. Es decir, hasta la pasada noche. Los chicos comunicaron la noticia a los padres, y Russ Dendy se puso hecho una fiera.

La cabeza de Tiel iba por delante, rellenando huecos.

– De modo que no se trata de un secuestro. Sino de una versión contemporánea de Romeo y Julieta.

– No he dicho eso.

– ¿Pero…?

– Pero ésa sería mi primera conjetura. Un punto de vista que comparte la mejor amiga y confidente de Sabra Dendy. Afirma que Ronnie Davison está loco por Sabra y que no le tocaría ni un pelo. Ha dicho que Russell Dendy lleva más de un año oponiéndose al romance. Nadie es lo suficientemente bueno para su hija, son demasiado jóvenes para saber lo que quieren, la universidad es obligatoria, etcétera. Supongo que te haces una idea de la situación.

– Sí.

Y lo peor era que Tiel McCoy no estaba en ella y Linda Harper sí. ¡Maldita sea! Elegir justo ese momento para ir de vacaciones.

– Regreso esta noche, Gully.

– No.

– Creo que me has hecho perder el tiempo por aquí para que me resulte imposible regresar.

– No es verdad.

– ¿A qué distancia estoy de El Paso?

– ¿El Paso? ¿Quién ha mencionado El Paso?

– O San Antonio. Lo que quede más cerca. Podría llegar allí en coche esta noche y pillar un vuelo de Southwest por la mañana. ¿Tienes los horarios a mano? ¿A qué hora sale el primer vuelo para Dallas?

– Escúchame, Tiel. Lo tenemos cubierto. Bob está trabajando en la puesta en marcha de la búsqueda de los fugitivos. Linda está con los amigos, los maestros y las familias de los chicos. A Steve lo tengo prácticamente instalado en la mansión de los Dendy, de modo que estará allí por si reciben alguna llamada pidiendo un rescate, lo que no creo que ocurra. Y, de todos modos, estos chicos aparecerán seguramente antes de que tú puedas regresar a Dallas.

– ¿Y entonces qué hago yo aquí en medio de esta condenada nada?

El anciano le lanzó una mirada de curiosidad por encima del hombro.

– Escucha -dijo Gully entre dientes-. ¿Te acuerdas de la amiga? Sabra le mencionó hace unas semanas que cabía la posibilidad de que ella y Ronnie huyeran a México.

Apaciguada por el hecho de que estaba más cerca de la frontera mexicana que de Dallas, Tiel preguntó:

– ¿A qué parte de México?

– No lo sabía. O no quiso decirlo. Linda tuvo que retorcerle el brazo para sacarle eso. No quería traicionar la confianza de Sabra. Pero lo que sí dijo es que el padre de Ronnie -su verdadero padre; su madre se volvió a casar- les apoya en su complicada situación. Hace un tiempo les ofreció su ayuda en caso de que la necesitaran. Y te digo que te sentirás muy mal por haberme gritado cuando te explique dónde cuelga el padre cada día su sombrero.

– ¿En Hera?

– ¿Satisfecha?

Debería haberse disculpado, pero no lo hizo. Gully la comprendió.

– ¿Quién más sabe esto?

– Nadie. Pero lo sabrán. Tenemos a nuestro favor que Hera es una ciudad a la que casi sólo se llega a caballo, que no está en ninguna ruta importante.

– Cuéntame más -murmuró ella.

– En cuanto corra la voz, todo el mundo tardará un poco en llegar allí, incluso en helicóptero. Definitivamente, tienes ventaja.

– ¡Gully, te quiero! -dijo, excitada-. Dime cómo puedo ir hasta allí.

La mujer mayor salió entonces del baño de señoras y se reunió con su marido. Le regañó por toquetear la videocámara y le ordenó que la guardara de nuevo en la bolsa antes de que la rompiera.

– Como si tú fueras una experta en videocámaras -le replicó el hombre.

– Al menos he dedicado tiempo a leer el libro de instrucciones. Y tú no.

Tiel se tapó el oído con la mano para oír mejor a Gully.

– ¿Cómo se llama el padre? Davison, me imagino.

– Tengo dirección y teléfono.

Tiel anotó la información con la misma rapidez con la que él la soltó.

– ¿Tengo cita con él?

– Estoy trabajando en ello. A lo mejor no accede a ponerse ante las cámaras.

– Conseguiré que acceda -dijo ella con confianza.

– Te mando un helicóptero con un fotógrafo.

– Mándame a Kip, si está disponible.

– Podéis encontraros en Hera. Puedes hacer la entrevista mañana, tan pronto como esté arreglado lo de Davison. Y luego, sigues con tu feliz viaje.

– A menos que allí continúe la historia.

– Eso es. Esa es la condición, Tiel. -Se lo imaginó sacudiendo la cabeza con terquedad-. Haces esta parte y luego te largas a Angel Fire. Y punto. Fin de la discusión.

– Lo que tú digas. -No le costaba nada acceder ahora y luego, si los acontecimientos lo justificaban, ya discutirían sobre el tema.

– Está bien, veamos. Sales de Rojo Flats… -Debía de tener el mapa en la mesa, pues en cuestión de segundos empezó a darle instrucciones sobre cómo llegar-. No deberías tardar mucho en llegar. No tendrás sueño, ¿verdad?

Nunca estaba más despierta que cuando iba detrás de una historia. Su problema era más bien al contrario, desconectar y dormir.

– Me compraré algo con cafeína para el camino.

– Contacta conmigo en cuanto llegues. Te he reservado una habitación en el motel…, sólo hay uno. No tiene pérdida. Me han dicho que está junto al semáforo intermitente, el único que hay. Te esperarán despiertos para entregarte la llave de la habitación. -Cambió de tema y preguntó-: ¿Crees que se cabreará tu nuevo novio?

– Por última vez, Gully, no hay ningún nuevo novio.

Colgó y efectuó otra llamada… a su nuevo novio.

Joseph Marcus estaba tan enganchado al trabajo como ella. Tenía programado tomar un avión a primera hora del día siguiente, de modo que se imaginó que estaría trabajando en su despacho hasta tarde, poniéndolo todo en orden antes de ausentarse varios días. Tenía razón. Cogió el teléfono del despacho al segundo tono.


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