Me sentí bastante segura conduciendo por la calle Jackson en el Buick. Cualquier persona lo bastante desesperada para querer robar aquella mole probablemente sería demasiado estúpida para lograrlo. Estaba segura de que ni siquiera debía preocuparme la posibilidad de que me dispararan mientras conducía. Resulta difícil apuntar con una pistola mientras uno está riendo.

Cuando no iba en busca de delincuentes, Ranger conducía un Mercedes deportivo negro. En época de caza, venía preparado para cargar osos en un Ford Bronco negro. Divisé el Bronco en el callejón y la perspectiva de prender a alguien en la calle Jackson hizo que sintiese un nudo en el estómago. Aparqué directamente delante de Ranger, apagué los faros del Buick y lo observé avanzar desde las sombras.

– ¿Le ha pasado algo a tu jeep?

– Me lo han robado.

– Se rumorea que esta noche se llevará a cabo una importante venta de armas. Armas militares con munición difícil de conseguir. Se supone que el tío que transporta la mercancía es blanco.

– ¡Kenny!

– Tal vez. He pensado que podríamos echar una ojeada. Mi fuente me ha dicho que el mercadillo se instalará en el setenta y dos de la Jackson. Es esa casa con el cristal de la ventana de la fachada roto.

Entrecerré los ojos para ver la calle. Dos casas más abajo, un Bonneville oxidado descansaba sobre dos bloques. El resto del mundo carecía de vida. Todas las casas se encontraban a oscuras.

– No nos interesa echar a perder el negocio -explicó Ranger-. Vamos a quedarnos aquí, tranquilitos, y a tratar de ver al tío Blanco. Si es Kenny, lo seguiremos.

– Es difícil identificar a alguien en esta oscuridad.

Ranger me dio unos prismáticos.

– Son de visión nocturna.

No esperaba otra cosa de él.

Llevábamos allí casi una hora cuando una furgoneta recorrió lentamente la calle Jackson. Unos segundos después reapareció y aparcó.

Observé al conductor con los prismáticos.

– Parece blanco -comenté-. Pero lleva pasamontañas. No le veo la cara.

Un sedán BMW se detuvo detrás de la furgoneta. Cuatro negros salieron de él y se acercaron a ésta. Ranger tenía la ventanilla abierta y el ruido producido por la portezuela de la furgoneta al abrirse retumbó en el callejón, al igual que las voces, amortiguadas. Alguien rió. Pasaron varios minutos. Arrastrando los pies, uno de los negros recorrió el camino entre la furgoneta y el BMW. Cargaba una gran caja de madera. Abrió el maletero, depositó la caja, volvió a la furgoneta y repitió el procedimiento con otra caja.

De pronto, la puerta de la casa frente a la cual descansaba el coche sobre unos bloques se abrió violentamente. Unos polis, gritando órdenes y con las armas desenfundadas, salieron corriendo y se dirigieron al BMW. Un coche patrulla llegó a toda velocidad por la calle y se detuvo con un coletazo. Los cuatro negros se dispersaron. Hubo disparos. El motor de la furgoneta se puso en marcha y el vehículo se alejó de la acera.

– No pierdas la furgoneta de vista -me gritó Ranger, al mismo tiempo que corría hacia su Bronco-. Te sigo.

Pisé a fondo el acelerador y salí disparada del callejón cuando la furgoneta pasaba a toda mecha; entonces me di cuenta, demasiado tarde, de que otro coche la seguía. Solté una maldición, frené de golpe, y el coche que perseguía a la furgoneta rebotó contra el Buick. Una pequeña luz intermitente surgió del techo del automóvil y se alejó en la oscuridad, cual una estrella fugaz. Casi no sentí el impacto, pero el Buick impulsó casi cinco metros al que sin duda era un coche patrulla.

Vi las luces traseras de la furgoneta desaparecer calle abajo y me pregunté si merecía la pena seguirla. Decidí que no sería una buena idea. No estaría bien visto que dejara la escena del delito después de destrozar un vehículo de la policía.

Estaba buscando el carnet de conducir en mi bolso, cuando se abrió la portezuela y el mismísimo Joe Morelli me arrastró fuera del coche. Nos miramos por un momento, boquiabiertos, asombrados; no dábamos crédito a lo que veíamos.

– No me lo puedo creer -gritó Morelli-. ¡Joder! ¿A qué te dedicas por la noche? ¿A idear maneras de arruinar mi vida?

– No te des tanta importancia.

– ¡Has estado a punto de matarme!

– No exageres. Y no lo tomes como algo personal. Ni siquiera sabía que era tu coche. -De haberlo sabido, no me habría quedado-. Yo no me quejo ni gimoteo porque te has cruzado en mi camino, ¿verdad? Si no lo he atrapado ha sido por tu culpa.

Morelli se frotó los ojos con una mano.

– Debí largarme de este estado cuando tuve ocasión de hacerlo. Debí quedarme en la infantería de marina.

Miré su coche. Parte del panel trasero había sido arrancado y el parachoques estaba en el suelo.

– No está tan mal -dije-. Seguro que aún puedes conducirlo.

Ambos volvimos la cabeza hacia la mole azul. No tenía ni un rasguño.

– Es un Buick -comenté, como si pidiese perdón-. Me lo han prestado.

Morelli alzó la mirada al cielo.

– Mierda.

Un coche patrulla se detuvo detrás de Morelli.

– ¿Estás bien?

– Sí. De maravilla. Estoy puñeteramente bien.

El coche patrulla se marchó.

– Un Buick -susurró Morelli-, como en los viejos tiempos.

A los dieciocho yo había atropellado, por así decirlo, a Morelli con un coche parecido.

Miró por encima de mi hombro y dijo:

– Supongo que el que está en el Bronco negro debe de ser Ranger.

Eché una ojeada al callejón. Ranger aún se hallaba allí, inclinado sobre el volante, riendo a carcajadas.

– ¿Quieres que informe del accidente? -pregunté.

– Esto ni siquiera se merece un informe.

– ¿Lograste ver al tío de la furgoneta? ¿Crees que era Kenny?

– Era de la misma estatura, pero más delgado.

– Kenny podría haber perdido peso.

– No lo sé. No me ha parecido que fuese él.

Ranger encendió los faros del Bronco y avanzó hasta detenerse detrás del Buick.

– Bueno, ya me voy. Sé cuando tres son multitud.

Ayudé a Morelli a meter el parachoques de su coche en el asiento trasero y a apartar con los pies el resto de los escombros a un lado de la calle. Oí que el resto de los polis se preparaban para marcharse.

– Tengo que regresar a comisaría -observó Morelli-. Quiero estar allí cuando hablen con esos tíos.

– Y averiguarás de quién es la furgoneta, ¿verdad?

– Probablemente sea robada.

Subí al Buick y salí del callejón en marcha atrás para evitar los cristales rotos que cubrían la calle. Doblé en Jackson y me dirigí hacia casa. Tras recorrer unas manzanas cambié de idea y enfilé hacia la comisaría. Aparqué en una zona en sombras, dejando el espacio de un coche entre el mío y la esquina, enfrente del bar con el anuncio de Royal Crown Cola. Llevaba menos de cinco minutos allí cuando dos coches patrulla entraron en el aparcamiento, seguidos de Morelli en su Fairlane sin parachoques y de uno de los grandes celulares azules y blancos. El Fairlane encajaba perfectamente con los otros coches de la policía. Trenton no desperdicia el dinero en cirugía plástica. Si un coche patrulla sufre una abolladura, ésta permanece toda la vida. En el aparcamiento no había un solo coche que no pareciera a punto de ir al desguace.

A esa hora de la noche, el aparcamiento se encontraba relativamente vacío. Morelli estacionó al lado de su furgoneta y entró en el edificio. Los coches patrulla hicieron cola para descargar a sus prisioneros. Puse en marcha el Buick, entré sigilosamente en el aparcamiento y me detuve al lado de la furgoneta de Morelli.

Al cabo de una hora el frío empezó a penetrar en el Buick, de modo que encendí la calefacción hasta conseguir la temperatura de una caldera. Comí la mitad del Kit Kat y me estiré sobre el asiento. Transcurrió otra hora y repetí el procedimiento. Acababa de dar el último bocado al chocolate cuando la puerta lateral de la comisaría se abrió y en el vano apareció, a contraluz, la silueta de un hombre. Aun cuando no era más que una silueta, supe que se trataba de Morelli. La puerta se cerró a sus espaldas y él se dirigió hacia la furgoneta. Había recorrido la mitad del camino cuando divisó el Buick. Vi que movía los labios. No hacía falta ser un genio para descifrar la única palabra que pronunció.

Salí del coche para que le resultara más difícil no hacerme caso.

– Vaya -dije, con tono tan alegre como si hubiese ganado un concurso-, ¿qué tal te ha ido?

– Las armas son de Braddock. Eso es todo. -Morelli dio un paso hacia adelante y olfateó-. Huelo chocolate.

– He comido media tableta.

– Supongo que no tienes la otra mitad, ¿verdad?

– Me la había comido antes.

– Qué pena. Puede que una tableta de chocolate me ayudara a recordar alguna información crucial.

– ¿Quieres decir que voy a tener que alimentarte?

– ¿Tienes algo más en el bolso?

– No.

– ¿Y tarta de manzana en casa?

Tengo palomitas y algunos dulces. Iba a ver una película.

– De acuerdo. Me contentaré con palomitas.

– Tendrás que darme algo muy bueno si esperas que comparta mis palomitas contigo.

Morelli esbozó una sonrisa maliciosa.

– ¡Me refería a la información! -exclamé.

– Claro.


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