– ¿Destrozar fiambres? ¿Te refieres a cortarles los dedos?
– Sólo ha sido uno.
– ¿Has llamado a la policía?
– ¿Qué? ¿Hablas en serio? No puedo llamar a la policía. Irán con el cuento a Con. Como Con se entere le dará un patatús.
– No es que sea una experta en derecho, pero me parece que en casos como éste tienes la obligación de informar a las autoridades.
– Estoy informándote a ti.
– ¡Oh, no! No pienso responsabilizarme de esto.
– Es asunto mío si quiero informar de un delito. Ninguna ley dice que tengo que contarle todo a la policía.
Spiro miró por encima de mi hombro izquierdo. Me volví para ver qué había llamado su atención y me desconcertó encontrar a Louie Moon a pocos centímetros de mí. Resultaba fácil indentificarlo, pues llevaba su nombre bordado con hilo rojo sobre el bolsillo superior de su mono de algodón blanco. Era de estatura y peso medianos, y debía de tener poco más de treinta años. Su tez era muy pálida y sus ojos muy azules y notablemente inexpresivos. Empezaba a tener entradas en el cabello rubio. Me echó una rápida ojeada y entregó la masilla a Spiro.
– Tenemos una desmayada aquí -le dijo Spiro-. Cuando llegue la ambulancia envía aquí arriba a los enfermeros.
Moon se marchó sin decir palabra. Muy tranquilo. Supuse que su actitud debía de ser consecuencia de trabajar tanto con muertos. No habrá mucha conversación, pero ha de ser bueno para la presión arterial.
– ¿Y Moon? -pregunté-. ¿Ha tenido acceso a la llave de la nave? ¿Sabe lo de los féretros?
– Moon no sabe nada de nada. Tiene el cerebro de una lagartija.
Me sorprendió ese comentario dado que el propio Spiro se parecía mucho a una lagartija.
– Revisemos esto desde el principio. ¿Cuándo recibiste la nota?
– Entré a hacer unas llamadas y la encontré sobre mi escritorio. Debió de ser poco antes de las doce.
– ¿Y el dedo? ¿Cuándo te enteraste de lo del dedo?
– Antes de los velatorios siempre reviso que todo esté en orden. Advertí que a George le faltaba un dedo y lo arreglé con masilla.
– Debiste decírmelo.
– No quería que se supiera. No creía que se enterasen. No contaba con la presencia de la abuela Desastre.
– ¿Tienes idea de cómo entró Kenny?
– No debió de costarle mucho. Cuando me voy por la noche activo la alarma. Cuando abro por la mañana, la desactivo. El resto del día la puerta trasera permanece abierta, por las entregas, ¿sabes? La del frente también suele estar abierta.
Había vigilado la puerta de entrada durante buena parte de la mañana y nadie había entrado o salido. Un florista había usado la puerta trasera. Y eso era todo. Claro que Kenny podía haber entrado adentro antes de que yo llegase.
– ¿No oíste nada?
– Louie y yo estuvimos trabajando con el dedo casi toda la mañana. La gente usa el interfono si nos necesita.
– Bueno, ¿quién entró y salió?
– Clara se encarga de los peinados. Llegó hacia las nueve y media para arreglar el cabello de la señora Grasso. Se fue una hora más tarde, o así. Supongo que puedes hablar con ella, pero no le digas nada. Sal Muñoz entregó unas flores. Yo estaba aquí arriba cuando llegó, pero interrogarlo no te serviría de nada.
– Quizá debieses revisar todo y comprobar que no te falta nada más.
– Si falta algo más, no quiero saberlo.
– Bien, ¿qué tienes que pueda interesarle a Kenny?
Spiro se llevó la mano a la entrepierna.
– Los de él son pequeños. ¿Me entiendes?
Sentí náuseas.
– Estás de broma, ¿verdad?
– Nunca se sabe lo que motiva a las gentes. A veces, cosas como ésta las corroen por dentro.
– Sí, bueno… si se te ocurre algo, dímelo.
Regresé a la sala en busca de la abuela Mazur. La señora Mackey estaba de pie y, al parecer, se había repuesto. Marjorie Boyer estaba un poco verde, pero quizá se debiera a la iluminación.
Cuando llegamos al aparcamiento me di cuenta que el Buick se encontraba extrañamente ladeado. Louie Moon se hallaba al lado del coche, mirando fijamente y con expresión serena el destornillador clavado en el neumático. Igual podría haber estado observando crecer la hierba.
La abuela se agachó para examinar de cerca el daño.
– No está bien que le hagan esto a un Buick.
No me agradaba dejarme llevar por la paranoia, pero en ningún momento pensé que se tratase de un acto de vandalismo fortuito.
– ¿Has visto quién lo hizo? -pregunté a Louie.
Negó con la cabeza. Cuando habló, lo hizo con voz suave y tan monótona como su expresión.
– Salí a esperar la ambulancia.
– ¿No había nadie en el aparcamiento? ¿No viste ningún coche alejarse?
– No.
Dejé escapar un suspiro y entré para llamar al servicio de carreteras. Usé el teléfono público del vestíbulo y me disgustó ver que me temblaba la mano al buscar una moneda de veinticinco centavos en el fondo de mi bolso. No es más que un neumático pinchado, me dije. No tiene importancia. No es más que un coche, por Dios… un coche viejo.
Pedí a mi padre que rescatara a la abuela Mazur y, mientras esperaba a que me cambiaran el neumático, intenté imaginar a Kenny entrando a hurtadillas en la funeraria y dejando una nota. Le habría resultado bastante fácil acceder por la puerta trasera sin ser visto. Pero cortar un dedo habría sido más difícil. Habría necesitado tiempo para hacerlo.