– Sí, me interesa.

Colgó antes de que le diera las gracias formalmente. Sonreí, cogí el bolso y me dirigí a la puerta. Lo hermoso de los polis, cuando han llegado a la conclusión de que eres persona legal, es que son de una generosidad que derrite el corazón.

El subinspector Tiller y yo avanzábamos por el corredor con pasos desincronizados y tintineo de llaves. La cámara que había en la parte superior de un rincón no nos perdía de vista. Era un hombre mayor de lo que había esperado, próximo a la frontera de los sesenta y corpulento, con un uniforme que le quedaba ajustado a su metro setenta y tantos. Me lo imaginé al final de la jornada, quitándose la indumentaria con alivio, como una mujer cuando se quita la faja. Estaba convencida de que tenía la carne cubierta de las señales que le dejaban las hebillas y demás accesorios. Tenía el pelo amarillo rojizo y con entradas, bigote del mismo color que el pelo, ojos verdes y nariz aplastada y algo respingona, vamos, la típica cara de un chico de veintidós años. El recargado cinturón de cuero le crujía y me di cuenta de que cambiaba de postura y actitud cuando estaba en presencia de un recluso. Había cinco esperando que les abrieran una puerta de tela metálica con ventanilla. Eran veinteañeros de origen hispano, vestidos con el uniforme azul de la cárcel, camiseta blanca y sandalias de goma. De acuerdo con las normas, permanecían en silencio y con las manos atadas a la espalda. La cinta blanca que llevaban en la muñeca indicaba que eran delincuentes comunes encarcelados por delitos de tráfico y contra la propiedad.

– Dice el sargento Ryckman que conoció usted a Brian Jaffe cuando trabajaba buscando menores que faltaban a clase -dije-. ¿Cuánto hace de eso?

– Cinco años. El chico tenía doce entonces y un genio del demonio. Recuerdo que un día tuve que buscarlo y devolverlo al colegio tres veces seguidas. Concertamos un montón de encuentros con el comité de estudiantes. El psicólogo del colegio acabó dándose por vencido. Lo sentí por la madre del muchacho. Todos sabíamos lo que estaba pasando esta señora. El chico es una manzana podrida. Listo, apuesto y con una mueca de desdén que no se le borraba nunca. -Cabeceó.

– ¿Conoció personalmente al padre?

– Sí, conocí a Wendell. -Tendía a hablar sin mirar a la cara al interlocutor y el efecto resultaba curioso.

Puesto que el tema no parecía dar fruto alguno, lo intenté por otro lado.

– Primero estuvo usted en la Patrulla de Búsqueda de Menores y ahora trabaja para la Comisaría del Sheriff. ¿Por qué?

– Solicité que me concediesen categoría administrativa. Para conseguir ascensos hay que estar un año en el cuerpo de prisiones. Es lo peor que hay. El personal me cae bien en términos generales, pero hay que estar todo el santo día con luz artificial. Es como vivir en las cavernas. Y encima el aire filtrado. Preferiría recorrer las calles. Un poco de peligro nunca viene mal. Engrasa los reflejos. -Nos detuvimos delante de un ascensor del tamaño de un vagón de tren.

– Tengo entendido que Brian se fugó de un correccional. ¿Por qué lo habían encerrado?

Tiller apretó un botón y solicitó verbalmente que nos subieran hasta el nivel 2, que era donde estaban los reclusos apartados por razones médicas o administrativas. Los ascensores carecían de mandos internos, lo que impedía que los reclusos pudieran manipularlos.

– Allanamiento de morada, enseñar o empuñar un arma de fuego, resistencia a la autoridad. Estaba encerrado en Connaught, que es un centro de seguridad media. En la actualidad, los correccionales son de seguridad máxima.

– Han cambiado las cosas, ¿no? Pensaba que los correccionales eran para los menores revoltosos.

– Ya no. Antes, cualquier cosa que cometieran los menores de edad se consideraba delito menor. Los padres podían exigir ante los tribunales la asignación de funcionarios especialmente encargados de custodiarlos. Actualmente, los correccionales se han convertido en cárceles para jóvenes. Son delincuentes de lo más cruel. AMH. Asesinato, mutilación, homicidio; es el deporte favorito de muchas bandas.

– ¿Y Jaffe? ¿Cuál es su caso?

– Carece de sentimientos. Usted misma se lo verá en los ojos. No tiene nada por dentro. Cerebro sí, pero no conciencia. Es un sociópata. Por lo que sabemos fue él quien preparó la fuga y quien convenció a los otros porque necesitaba a alguien que hablase español. El plan era separarse cuando cruzaran la frontera. No sé adónde pensaba ir él, pero los otros acabaron en el depósito de cadáveres.

– ¿Los tres? Creí que uno había sobrevivido al tiroteo.

– Murió anoche sin recuperar el conocimiento.

– ¿Y la joven? ¿Quién fue el responsable de su muerte?

– Tendrá usted que preguntárselo a Jaffe, ya que es el único que ha quedado para contarlo. Muy conveniente para él y no dejará de aprovecharse de la circunstancia, se lo digo yo. -Llegamos a la sala de entrevistas del nivel 2. Tiller sacó un manojo de llaves e introdujo una en la cerradura. Abrió la puerta de la habitación vacía donde iba a encontrarme con Brian-. Antes creía que si hacíamos bien el trabajo se podía salvar a estos chicos. Ahora pienso que es pura suerte si conseguimos mantenerlos apartados de las calles. -Cabeceó y sonrió con amargura-. Me estoy volviendo demasiado viejo para este trabajo. Ya es hora de que me trasladen a un departamento más burocrático. Siéntese. El chico llegará enseguida.

La «sala» de entrevistas tenía dos metros por tres y carecía de ventanas. Las paredes, de un color beige ni mate ni brillante, carecían de adorno alguno. Aún podía percibirse el olor de la pintura plástica. Me han contado que hay un equipo que trabaja en exclusiva repintando paredes sin parar. Cuando terminan el nivel 4, tienen que volver al nivel 1 y comenzar de nuevo. Había una pequeña mesa de madera y dos sillas de armazón metálico y asiento de plástico verde. Las baldosas del suelo eran marrones. No había nada más en la habitación, salvo la cámara de vídeo que habían instalado en un rincón, cerca del techo. Ocupé la silla situada de cara a la puerta.

Cuando Brian entró en la habitación, lo primero que me llamó la atención fue su estatura, lo segundo su belleza. Era bajo para tener dieciocho años y se conducía con indecisión. Había visto aquellos mismos ojos con anterioridad, muy claros, muy azules, tan llenos de inocencia que hacía daño mirarlos. Mi ex marido Daniel tenía una característica semejante, un aire cuya dulzura parecía inagotable. Claro que Daniel era drogadicto. También un falso, en plena posesión de sus facultades y con inteligencia suficiente para conocer la diferencia entre el bien y el mal. Aquel muchacho era otra cosa. El subinspector Tiller había dicho que era un sociópata, pero yo aún no parecía creérmelo del todo. Poseía la belleza facial de Michael, pero era rubio mientras que el hermano era moreno. Los dos eran delgados, pero Michael era más alto y parecía con más sustancia.

Brian se dejó caer en la silla y las manos le quedaron colgando entre las piernas. Parecía tímido, pero quizá fuera una pose para halagar la vanidad de los adultos.

– He hablado con mi madre. Me dijo que a lo mejor venías a verme.

– ¿Te dijo qué es lo que busco?

– Algo relacionado con mi padre. Dice que tal vez está vivo. ¿Es verdad?

– Todavía no lo sabemos con certeza. Me han contratado para averiguarlo.

– ¿Conocías a mi padre? Antes de que desapareciese, quiero decir.

Negué con la cabeza.

– No. Me dieron unas fotos y me dijeron dónde lo habían visto. Vi a un individuo que se le parecía mucho, pero le perdí la pista. Espero recuperarla, pero en este momento no sé por dónde buscar. Personalmente, estoy convencida de que era él -dije.

– Es increíble, ¿no? Pensar que puede estar vivo. A mí no acaba de entrarme en la cabeza. Quiero decir que no me hago a la idea. -Tenía la boca carnosa y hoyuelos. Me costaba creer que aquella inocencia fuese fingida.


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