– Pues no sé, quizá siete meses. En ningún momento creí que hubiera muerto, pero me costaba Dios y ayuda convencer a los demás. De hecho no convencí a nadie. Satisface comprobar que se confirma una antigua corazonada. En fin, dígame en qué puedo serle útil.

– Aún no lo sé con exactitud. Supongo que espero a que me ilumine el Espíritu Santo -dije-. He localizado a la mujer que viajaba con él, una tipa llamada Renata Huff, que tiene una casa en Perdido Keys.

La información pareció asombrarle.

– ¿Cómo lo ha conseguido?

– Verá, preferiría no detallárselo. Digamos que tengo mis propios métodos -dije.

– Usted sabe lo que hace, no hay duda.

– En ello estamos -dije-. El problema es que esta Renata Huff es la única pista que tengo y no se me ocurre a qué otra persona podría recurrir Wendell Jaffe.

– ¿Para obtener qué?

Tuve que pisar el freno y esbozarle mi teoría sobre Jaffe, aunque a regañadientes.

– Bueno, no estoy segura, pero creo que el padre se enteró de lo del hijo…

– La fuga y el tiroteo…

– Exactamente. Creo que ha vuelto para ayudar a su hijo.

Se produjo una pausa de varios segundos.

– ¿De qué manera podría ayudarla?

– Aún no lo sé. Pero no se me ocurre ningún otro motivo por el que se arriesgase a volver.

– Parece lógico y convincente -dijo tras unos momentos de reflexión-. Supone usted, pues, que se pondrá en comunicación con su familia o con los amigos de antaño.

– Exactamente. Conozco a su ex mujer y he hablado con ella, no parece saber nada.

– Y usted se lo cree.

– Pues sí, por lo menos no me tienta la idea de ponerlo en duda. Creo que es sincera.

– Prosiga. Y perdone por la interrupción.

– El caso es que he estado esperando a que Wendell diera señales de vida, pero hasta ahora no lo ha hecho. Y pensaba que si tenía unas palabras con usted, quizá pudiéramos dar entre los dos con otras posibilidades. ¿Puedo robarle un poco de tiempo?

– Estoy jubilado, señorita Millhone. Dispongo de todo el tiempo del mundo. Por desgracia, tengo un compromiso esta tarde. ¿Le parece que lo dejemos para mañana, si le viene bien a usted?

– Por mí, estupendo. ¿Comemos juntos? ¿O ha quedado con alguien?

– Puede hacerse -dijo-. ¿Dónde está usted?

Le di la dirección del bufete.

– Yo estoy ahora en Colgate -dijo-, pero tengo que hacer un encargo en Santa Teresa. Dígame un sitio donde podamos encontrarnos.

– El que a usted le venga mejor.

Me indicó una cafetería de la parte norte de State Street, que no era el mejor sitio para comer, pero en el que por lo menos no hacía falta reservar mesa. Lo anoté en la agenda después de colgar. Movida por un impulso, volví a llamar a Renata.

Descolgó al segundo timbrazo.

Mierda, me dije, vaya contrariedad.

– ¿Podría hablar con el señor Huff?

– No está en este momento. ¿Quiere que le dé algún recado?

– ¿Es usted la señora Huff?

– Sí.

Se me escapó la sonrisa.

– Señora Huff, soy Patty Kravitz, de Telemarketing Sociedad Anónima. ¿Qué tal está?

– ¿Quiere venderme algo?

– De ningún modo, señora Huff. Se lo aseguro. Se trata de una investigación de mercado. Nuestra empresa se dedica a computar el tiempo de ocio de los encuestados y lo que gastan por placer. Las fichas se clasifican numéricamente, lo que quiere decir que sus respuestas serán anónimas. A cambio de su cooperación, le tenemos reservado un premio estupendo.

– Seguro que sí.

¡Qué desconfiadaaa!

– ¿Me permite robarle cinco minutos de su precioso tiempo? -dije y mantuve la boca cerrada para que Renata reciclase la oferta.

– De acuerdo, pero que sea rápido y si finalmente resulta que me quieren vender algo, me darán un disgusto muy serio.

– Lo comprendemos. Veamos, señora Huff, ¿es usted soltera, casada, divorciada o viuda? -Cogí un lápiz y me puse a garabatear en un cuaderno, mientras ponía a cien la máquina de inventar. En realidad no sabía qué información esperaba.

– Casada.

– La casa en que vive, ¿es propiedad suya o la tiene en alquiler?

– ¿Qué tiene que ver eso con el turismo?

– Lo comprenderá usted enseguida. ¿Es vivienda habitual o de recreo?

Se calmó un poco.

– Ah, ya caigo. Habitual.

– ¿Y cuántos viajes ha hecho en los últimos seis meses? ¿Ninguno, de uno a tres, o más de tres?

– De uno a tres.

– De esos viajes efectuados en los últimos seis meses, ¿qué porcentaje corresponde al trabajo?

– Oiga, ¿le importaría ir al grano?

– Como quiera. No se apure. Pasaremos por alto estas preguntas. ¿Tienen intención, usted o su marido, de emprender algún viaje en las próximas semanas?

Silencio sepulcral.

– ¿Oiga?

– ¿Por qué lo pregunta?

– Estamos llegando ya al final del cuestionario, señora Huff -dije con rapidez y amabilidad-. Para expresarle nuestro agradecimiento, nos gustaría entregarles, totalmente gratis, dos pasajes de ida y vuelta a San Francisco, donde podrán pasar dos noches, con todos los gastos pagados, en el Hotel Hyatt. ¿Volverá pronto su marido? La aceptación de los pasajes no les obliga a compromiso alguno, pero su marido tendrá que firmar los resguardos porque la encuesta estaba a su nombre. ¿Puedo especificar al jefe de mi sección cuándo les vendrá bien que pasemos a efectuar la entrega?

– Me temo que no va a poder ser -dijo con cierto dejo de irritación-. Saldremos de la ciudad en cualquier momento, en cuanto… Mire, no sé cuándo volverá mi marido y no nos interesa. -Y colgó.

¡Mierda! Colgué yo también con un zarpazo furioso. ¿Dónde estaba aquel hombre invisible y en qué asunto estaba metido para que «en cualquier momento» tuviera que marcharse de Perdido? Nadie sabía nada de él. Por lo menos nadie que yo conociera. No me parecía probable que hubiera hablado con Carl Eckert, a menos que lo hubiera hecho en las últimas doce horas. Que yo supiera, no se había puesto en comunicación con Dana o con Brian. Respecto de Michael, no estaba segura. Tendría que comprobar también esta posibilidad.

¿Qué diantres estaba haciendo Wendell? ¿Por qué se acercaba tanto a su familia y no se ponía en contacto con ella? Siempre cabía la posibilidad, naturalmente, de que hubiera hablado ya con los tres, pero si era éste el caso, es que sabían mentir mejor que yo. Puede que hubiera llegado el momento de notificar a la policía el paradero de Renata Huff. Tampoco saldría nadie lesionado si se publicaba la foto de Wendell en la prensa local. Ya que jugaba la carta del fugitivo, le podíamos echar los perros encima. En el ínterin no iba a tener más remedio que hacer otro viajecito a Perdido; pero sería después de cenar.

15

Partí en dirección a Perdido al anochecer, después de la cena. Fue un viaje agradable, la luz tenía un color acaramelado que envolvía en láminas de oro las faldas montañosas orientadas al sur. Aún alcancé a ver surfistas en el agua al pasar por Rincon Point. Casi todos estaban sentados a horcajadas sobre las tablas, meciéndose al ritmo de la mareta sorda y charlando mientras esperaban, siempre optimistas, la aparición de una buena ola. Aunque el mar estaba más bien tranquilo, en el mapa del tiempo del periódico de la mañana había visto la presencia de un ciclón frente a la Baja California y se decía que la borrasca subía por la costa. Advertí entonces que el horizonte estaba perfilado por nubes negras, semejantes a un seto, que arrastraba hacia nosotros una oscuridad prematura. Rincon Point, con su rocoso saliente y sus bancos arenosos, parecía atraer la turbulencia atmosférica como un imán.

El nombre de Rincon Point deriva del español, ya que el tramo de costa en que se encontraba la punta abundaba en calas muy pequeñas, semejantes a rincones, que en ocasiones se adentraban hasta la carretera. Durante la pleamar, las olas remontan el dique y saltan formando una muralla blanca de agua impotente. A mi izquierda había campos de flores cultivadas en terrazas construidas sobre un terreno que se deslizaba poco a poco hacia el mar. El rojo encendido, el oro y el púrpura de las zinnias resplandecía a la media luz dominante como si estuvieran iluminadas desde abajo.


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