– Una hora o así. En realidad fue Lena quien lo vio. Me llamó en el acto para que echase una ojeada. No acabamos de saber con seguridad si era él, pero me pareció que valía la pena dar parte. No creí que enviasen a alguien.

– Puede que enviaran a un agente al comprobar la ausencia de Brian. No he oído las noticias. ¿Y usted?

Negó con la cabeza y se secó la frente sudorosa con la camiseta. El coche comenzaba a oler a vestuario de gimnasio.

– Puede que Wendell haya vuelto por ese motivo -dijo.

– Eso pensé yo también en su momento.

Se olisqueó la axila y tuvo la honestidad de arrugar la nariz.

– Será mejor que me duche, no quiero que le apeste el coche. Si lo cogen, avíseme.

– Descuide. Seguramente iré a casa de Michael para completar así la ronda. Presumo que la policía le leerá la cartilla en lo concerniente a encubrimientos y complicidades.

– Ojalá sirva para algo.

Cuando Jerry se fue bajé las ventanillas del coche. Pasaron diez minutos y el ayudante del sheriff apareció en la puerta. La mujer salió detrás y los dos se quedaron hablando en el porche. El agente contemplaba la calle. Incluso de lejos se apreciaba su expresión decidida. Dana parecía muy peripuesta; la minifalda de algodón acentuaba la longitud de sus piernas; llevaba además una camiseta de color azul marino y zapatos bajos; se había recogido el pelo con un pañuelo de un rojo encendido. La actitud del agente sugería que la presencia de la mujer no le resultaba indiferente. La conversación parecía encaminarse a un punto muerto, el lenguaje corporal era cauteloso y tenía un ligero matiz de hostilidad. Supongo que sonó el teléfono de la casa porque Dana se volvió para mirar hacia el interior. El hombre asintió y bajó los peldaños mientras Dana cruzaba la puerta con rapidez.

Nada más alejarse el vehículo del agente, bajé del mío y crucé la calle. Dana había dejado abierta la puerta principal, aunque el cancel estaba cerrado. Di unos golpes en el marco de metal, pero Dana, por lo visto, no me oyó. La vi paseándose con la cabeza, inclinada y el auricular sujeto entre el hombro y la mandíbula. Encendió un cigarrillo y aspiró una profunda bocanada de humo.

– Hazle tú las fotos si quieres -decía-, pero quedarían mejor si las hiciera un profesional… -La interrumpió la persona con quien hablaba y advertí que fruncía el entrecejo. Se quitó una mota de tabaco de la lengua. Se puso a sonar la otra línea-. Bueno, sí, eso es verdad y sé que parece mucho dinero. En ese aspecto, sí… -La otra línea siguió sonando-. Comprendo lo que dices, Debbie… Lo entiendo y me hago cargo, pero no es un asunto en el que tenga sentido ahorrar unos dólares. Habla con Bob, a ver qué dice. Me llaman por la otra línea… De acuerdo. Hasta luego. Te llamaré enseguida. -Apretó el botón de la otra línea-. La Casa de la Novia -dijo. A pesar de la tela metálica del cancel, me di cuenta de que cambiaba de actitud-. Ah, hola. -Se puso de espaldas a la puerta y bajó la voz hasta un punto que fui incapaz de distinguir. Dejó el cigarrillo medio consumido en el borde de un cenicero y se miró en el espejo que colgaba de la pared al lado del escritorio. Se pasó la mano por el pelo y se limpió un poco de rímel que se le había corrido-. No lo hagas -dijo-. Te digo que no quiero que lo hagas…

Me volví para inspeccionar la calle, sin saber si debía llamar otra vez a la puerta. Puede que Brian o Wendell acecharan entre los arbustos, pero no vi a ninguno de los dos. Volví a mirar por el cancel en el momento en que Dana terminaba la conversación y devolvía el auricular al aparato, que estaba encima de la mesa. Al verme a través de la tela metálica, dio un respingo y automáticamente se llevó la mano al corazón.

– Dios mío, me ha dado usted un susto de muerte -dijo.

– La he visto hablar por teléfono y no he querido interrumpirla. Me he enterado de lo de Brian. ¿Puedo pasar?

– Un momento -dijo. Se acercó, abrió el cancel y retrocedió para dejarme pasar-. Estoy preocupadísima. No sé adónde habrá ido, pero tiene que entregarse. Le acusarán de haberse evadido si no aparece pronto. Acaba de estar aquí un ayudante del sheriff y me ha tratado como si lo tuviera escondido debajo de la cama. No me lo ha dicho así, pero ya sabe usted cómo es la policía, fanfarronería, sentido del deber y nada más.

– ¿No sabe usted nada de Brian?

Negó con la cabeza.

– Tampoco su abogado, cosa que no me gusta nada -dijo-. Brian necesita estar al tanto de su situación legal. -Pasó a la sala y se sentó en el extremo del sofá que le quedaba más próximo. Me dirigí al otro extremo, me senté en el brazo y le hice una pregunta para ver qué respondía.

– ¿Quién la ha llamado?

– Carl, el antiguo socio de Wendell. Supongo que se ha enterado de la noticia. Cada vez que pasa algo relacionado con Brian, el teléfono no deja de sonar. Me ha llamado incluso gente de la que no sabía nada desde la escuela primaria…

– ¿Está usted en contacto con él?

– Él está en contacto conmigo, aunque en el fondo no nos aguantamos. Siempre he dicho que influyó negativamente en Wendell.

– Ya pagó por ello -dije.

– ¿Y los demás no? -replicó.

– ¿Se sabe ya cómo pudo salir Brian de la cárcel? Cuesta creer que el ordenador cometiese una equivocación de ese calibre.

– Ha sido cosa de Wendell. No me cabe la menor duda -dijo. La vi mirar en derredor, en busca del tabaco. Se acercó a la mesa y apagó el cigarrillo que había dejado encendido en el cenicero. Cogió una cajetilla y un mechero y volvió al sofá. Fue a encender un cigarrillo, pero cambió de idea, ya que las manos le temblaban demasiado.

– ¿Y cómo pudo acceder al ordenador de la Comisaría del Sheriff?

– No lo sé, pero fue usted quien lo dijo: Wendell ha vuelto a California por Brian y Brian se ha escapado de la cárcel. ¿Se le ocurre algún otro motivo?

– Estos ordenadores están bien protegidos, en teoría. ¿Cómo cree que pudo introducir en el sistema, sin autorización, una orden de libertad carcelaria?

– Puede que haya aprendido a abrirse paso en los cinco años que ha estado por ahí -dijo con sarcasmo.

– ¿Ha hablado con Michael? ¿Sabe ya que Brian está fuera?

– Fue lo primero que hice. Michael se fue a trabajar temprano. En realidad he hablado con Juliet y Dios sabe que he hecho lo posible por meterle el miedo en el cuerpo. Está chiflada por Brian y no tiene dos dedos de frente. La he obligado a jurar que me llamaría si sabían algo de él.

– ¿Y Wendell? ¿Cree usted que conocerá el nuevo domicilio de Michael?

– ¿Y por qué no? Sólo tiene que llamar a información. Su teléfono figura en la guía. No es ningún secreto. ¿Por qué lo pregunta? ¿Cree que Brian y Wendell han planeado reunirse en casa de Michael?

– Yo no sé nada. ¿Y usted?

Meditó unos instantes.

– Cabe la posibilidad -dijo. Puso las manos entre las rodillas para que le dejaran de temblar.

– Me voy -dije.

– Yo no pienso apartarme del teléfono. Si se entera de algo, avíseme.

– Descuide.

Salí de la casa y puse rumbo a Perdido Keys. Lo que más me preocupaba por el momento era el paradero de la embarcación de Renata. Si era verdad que Wendell se las había arreglado para sacar a Brian de la cárcel, su siguiente paso sería sacarlo del país.

Aparqué junto a un McDonald's, fui a la cabina telefónica del aparcamiento y llamé a Renata, pero no hubo suerte. Como ya no recordaba cuánto hacía que no me llevaba nada a la boca, aproveché que estaba en aquel lugar para comer un poco: una superhamburguesa con queso y una ración doble de patatas fritas, que me llevé al coche. El olor de la comida rápida borró por lo menos las últimas huellas del sudor de Jerry Irwin.

Al llegar a la casa de Renata vi que la puerta doble del garaje estaba abierta totalmente y que en ninguna parte estaba el Jaguar. Vislumbré el barco en el entrante de mar, dos palos que sobresalían por encima de la valla. En la casa no había luz encendida alguna ni tampoco señales de actividad. Estacioné el VW a tres casas de distancia, devoré la comida y cuando me la hube terminado, recordé que ya había comido aquel día. Miré el reloj. Bah, hacía horas que había hecho la digestión. Dos mejor que una, en cualquier caso.


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