– ¿Y qué le dijo?

– Llegó al Gramercy Pub cerca de las nueve para encontrarse con una amiga. La amiga nunca apareció, de modo que Nina dio vueltas por un rato. Se pidió un Martini, habló con un par de tipos. Miren, he estado allí, y todas las noches está lleno de gente. Una mujer se sentiría segura. -Luego agregó con un tono amargo-: Como si hubiera algún lugar seguro.

– ¿Recordaba al hombre que la llevó a su casa? -preguntó Rizzoli-. Eso es lo que necesitamos saber.

Sarah la miró.

– ¿Sólo se trata del criminal, verdad? Eso era todo lo que los dos policías de Crímenes Sexuales querían escuchar. Los criminales acaparan toda la atención.

Moore pudo sentir cómo subía la temperatura del cuarto con la furia de Rizzoli. Se apresuró a comentar:

– Los detectives dicen que fue incapaz de proporcionar una descripción.

– Yo estaba en el cuarto cuando la interrogaron. Me pidió que me quedara, así que escuché la historia completa dos veces. Ellos insistían en que les hablara de su aspecto, y ella no pudo decirles nada. Honestamente no podía recordar nada sobre él.

Moore pasó a la página siguiente de la carpeta.

– Usted la vio por segunda vez en julio. Hace sólo una semana.

– Volvió para hacerse otro análisis de sangre. Al VIH le lleva seis semanas tras la exposición para dar positivo. Ésa es la atrocidad final. Primero ser violada, y luego enterarte de que tu atacante te contagió una enfermedad fatal. Son seis semanas de agonía para estas mujeres, a la espera de saber si tienen o no sida. Preguntándose si el enemigo está dentro de ellas, multiplicándose en su sangre. Cuando vienen para este examen de control, tengo que darles una charla para animarlas. Y jurarles que las llamaré en cuanto tenga los resultados.

– ¿No analiza los exámenes aquí?

– No. Van todos al laboratorio Interpath.

Moore pasó a la última página de la carpeta y vio la hoja de los resultados. «Análisis VIH: negativo. VDRL (sífilis): negativo».

La hoja era muy fina, seguramente el duplicado al carbón del formulario original. Las noticias más importantes de nuestras vidas suelen llegar en este tipo de papeles endebles. Telegramas. Notas de examen. Análisis de sangre.

Cerró la carpeta y la depositó sobre el escritorio.

– Cuando vio a Nina por segunda vez, el día que vino para el examen de control, ¿cómo la encontró?

– ¿Quiere decir si todavía se encontraba traumada?

– No dudo de que lo estuviese.

Su respuesta razonable pareció perforar la burbuja henchida de rabia de Sarah. Se reclinó en el asiento como si, eliminada la furia, hubiera perdido algún combustible vital. Por un momento sopesó la pregunta.

– Cuando volví a ver a Nina esa segunda vez, era como un muerto en vida.

– ¿Cómo?

– Se sentó en esa silla donde está la detective Rizzoli, y sentí que casi podía ver dentro de ella. Como si fuera transparente. No había vuelto al trabajo desde la violación. Creo que le resultaba difícil enfrentar a la gente, en particular a los hombres. Estaba paralizada por todas estas extrañas fobias. Temerosa de tomar agua de la canilla, o cualquier cosa que no estuviera envasada. Tenía que ser todo de una lata o una botella sin abrir, algo que no pudiera estar envenenado o con drogas. Temía que los hombres la miraran y advirtieran que había sido violada. Estaba convencida de que el violador había dejado esperma sobre sus sábanas y su ropa, y pasaba horas del día lavando una y otra vez todas sus cosas. Fuera quien fuese Nina Peyton, esa mujer había muerto. Lo que vi en su lugar fue un fantasma. -La voz de Sarah se extinguió y se quedó rígida en su asiento, observando a Rizzoli, mirando en realidad a otra mujer en esa silla. Una sucesión de mujeres, distintas caras, distintos fantasmas, un desfile de víctimas.

– ¿Le comentó algo acerca de persecuciones? ¿Que el atacante hubiera reaparecido en su vida?

– Un violador nunca desaparece de tu vida. Mientras estés viva, siempre serás de su propiedad. -Sarah hizo una pausa-. Tal vez él volvió para reclamar lo suyo.



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