ARKADINA.- No. ( Le hace un nuevo vendaje.)

TREPLEV.- También entonces, en la misma casa que nosotros, vivían dos bailarinas. Solían venir a tomar café contigo.

ARKADINA.- De eso sí me acuerdo.

TREPLEV.- ¡Eran muy piadosas!... ( Pausa.) ¡En este último tiempo..., en estos últimos días... te quiero tanto!... ¡Te quiero con tal ternura!... ¡Lo mismo que cuando era niño!... ¡No tengo a nadie más que a ti!... Pero..., ¿por qué..., por qué..., te sometes a la influencia de ese hombre?...

ARKADINA.- ¡Tú no lo comprendes, Konstantin!... ¡Es un ser de alma tan noble!

TREPLEV.- ¡Sin embargo, cuando le dijeron que me proponía desafiarlo, su nobleza no le impidió hacer el papel de un cobarde!... ¡Se marcha! ¡Qué huida más infame!

ARKADINA.- ¡Tontería!... ¡Yo soy la que le pide que se vaya de aquí!

TREPLEV.- ¡Alma noble!... ¡Ahora mismo poco ha faltado para que tú y yo riñamos por su culpa, y, mientras tanto, él... andará, seguramente, por algún sitio... por el salón o por el jardín..., riéndose de nosotros, instruyendo a Nina y esforzándose en convencerla de que es un genio!

ARKADINA.- ¡Para ti es un placer decirme cosas desagradables!... ¡Estimo a ese hombre, y te ruego no hables mal de él en mi presencia!

TREPLEV.- ¡Pues yo no le estimo nada! ¡Pretendes que yo también le considere como un genio; pero..., perdona!... ¡No sé mentir, y te diré que sus obras me desagradan!

ARKADINA.- ¡Envidia!... ¡A la gente sin talento y con pretensiones no la queda otro recurso que criticar a los que son «talentos» de verdad!... ¡Sí que es un consuelo!

TREPLEV.- ¡Talentos de verdad!... ( Con ira.) ¡Yo tengo más talento que todos vosotros juntos, si vamos a eso!... ( Da un tirón y se arranca la venda de la cabeza.) ¡Vosotros, gente rutinaria, os habéis adueñado de la primacía en el arte, y solo consideráis verdadero y legal lo que es obra vuestra, al tiempo que oprimís y estranguláis a los demás!... ¡Yo no os reconozco talento! ¡No te lo reconozco a ti, ni se lo reconozco a él!

ARKADINA.- ¡Eres un decadente!

TREPLEV.- ¿Sí?... ¡Pues márchate, entonces, a tu querido teatro, y sigue representando papeles en míseras obras en las que el talento brilla por su ausencia!

ARKADINA.- ¡Nunca actué en obras semejantes! ¡Déjame! ¡Tú sí que no eres capaz de escribir ni el más miserable « vaudeville»! ¡Pequeño burgués de Kiev! ¡Gorrón!

TREPLEV.- ¡Roñosa!

ARKADINA.- ¡Harapiento! (TREPLEV se sienta y empieza a llorar bajito.) ¡Inútil!... ( Después de dar unos pasos por la estancia presa de fuerte excitación.) ¡No llores! ¡No hay por qué llorar! ( Llora.) ¡No debes llorar!... ( Le besa en la frente, en las mejillas, en la cabeza.) ¡Mi niño querido!... ¡Perdóname!... ¡Perdona a esta pecadora madre tuya!... ¡Perdóname, desgraciada de mí!

TREPLEV.- ( Abrazándola.) ¡Si tú supieras!... ¡Lo he perdido todo!... ¡Ella no me quiere, y ya no puedo escribir!... ¡Todas mis esperanzas se esfumaron!

ARKADINA.- ¡No te desesperes! ¡Todo se arreglará! ¡Él se marcha y ella te volverá a querer! ( Secándose las lágrimas.) ¡Basta ya! ¿Hemos hecho las paces?

TREPLEV.- ( Besándole las manos.) ¡Sí, mamá!

ARKADINA.- ( Con ternura.) ¡Haz tú también las paces con él! ¡No vas a batirte! ¿Verdad que no?...

TREPLEV.- ¡Bien..., solo que!... ¡Permíteme, mamá, que no le vea! ¡Me resulta penoso! ¡Es superior a mis fuerzas! ( EntraTRIGORIN.) Bueno... Yo me voy. ( Recoge y guarda rápidamente en el armario todos los medicamentos.) La venda ya me la pondrá el doctor.

TRIGORIN.- ( Buscando en un libro.) Página ciento veintiuna... Renglones once y doce... Hela aquí... ( Leyendo.) «Si un día necesitas de mi vida..., ven y tómala.» (TREPLEV recoge del suelo la venda y sale.)

ARKADINA.- ( Mirando la hora.) Pronto estará preparado el coche.

TRIGORIN.- ( Para sí.) «¡Si un día necesitas de mi vida, ven y tómala!»...

ARKADINA.- Espero que ya lo tendrás todo dispuesto.

TRIGORIN.- ( Con impaciencia.) Sí, sí... ( Pensativo.) ¿Por qué en esta llamada de un alma pura me parece oír hablar a la tristeza y mi corazón se contrae enfermizamente?... «¡Si un día necesitas de mi vida, ven y tómala!» ( AARKADINA.) ¡Quedémonos un día más! (ARKADINA mueve negativamente la cabeza.) ¡Quedémonos!

ARKADINA.- ¡Querido!... ¡Sé qué es lo que te detiene aquí!... ¡Conserva el dominio sobre ti mismo! ¡Estás un poco embriagado!... ¡Desembriágate!... ¡Recobra la sobriedad!

TRIGORIN.- ¡Sé tú también sobria! ¡Sé inteligente y juiciosa!... ¡Acepta esto con espíritu de verdadero amigo! ( La oprime una mano.) ¡Eres capaz de sacrificio! ¡Sé mi amigo!... ¡Déjame!

ARKADINA.- ( Presa de fuerte excitación.) ¿Tan prendado estás?

TRIGORIN.- ¡Me atrae! ¡Es, quizá, exactamente lo que yo necesito!

ARKADINA.- ¿El amor de una niña de provincia?... ¡Oh, qué poco te conoces!

TRIGORIN.- ¡A todos nos ocurre, a veces, quedarnos dormidos de pie...; y así estoy yo ahora, mientras hablo contigo!... ¡Durmiendo y pareciéndome verla en sueños!... ¡Unos ensueños dulces y maravillosos se han apoderado de mí!... ¡Déjame!...

ARKADINA.- ( Temblando.) ¡No!... ¡No!... ¡Soy una mujer vulgar!... ¡No se me puede hablar así!... ¡No me martirices, Boris!... ¡Tengo miedo!

TRIGORIN.- ¡Si quisieras, podrías ser una mujer extraordinaria!... ¡Un amor joven, maravilloso, impregnado de poesía, capaz de transportarnos al mundo de los sueños..., es lo único que puede darnos la felicidad en la tierra!... ¡Amor semejante no lo he experimentado todavía!... ¡En mi juventud me faltaba tiempo! ¡Solo lo tenía para correr de redacción en redacción, y luchar contra la necesidad! ¡Y he aquí que ahora este amor me llega al fin! ¡Me llama!... ¿Qué razón tengo para huir de él?

ARKADINA.- ( Con ira.) ¿Te has vuelto loco?

TRIGORIN.- ¡Así será!

ARKADINA.- ¡Todos os habéis puesto hoy de acuerdo para martirizarme! ( Llora.)

TRIGORIN.- ( Cogiéndole la cabeza con las manos.) ¡No comprende!... ¡No quiere comprender!

ARKADINA.- ¿Será posible que sea ya tan vieja y tan fea que pueda hablárseme así, sin recato, de otras mujeres? ( Abrazándole y besándole.) ¡Oh!... ¡Te has vuelto loco!... Tú, que para mí eres el ser más maravilloso!... ¡Adorado mío!... ¡Última página de mi vida!... ( Se arrodilla a sus pies.) ¡Mi alegría, mi orgullo, mí beatitud!... ( Le abraza las rodillas.) ¡Si me dejaras..., aunque solo fuera por una hora..., no podría soportarlo!... ¡Eres para mí el ser más maravilloso!... ¡Dueño mío!...


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