DORN.- ¿Y qué quiere usted que le demos? ¿Gotas de valeriana?... ¿Bicarbonato?... ¿Quina?...

SORIN.- ¡Ya empezamos otra vez a filosofar!... ¡Qué fastidio! ( Indicando con la cabeza el diván.) ¿Es para mí para quien se ha preparado todo eso?

POLINA ANDREEVNA.- Para usted, Piotr Nikolaevich.

SORIN.- Muchas gracias.

DORN.- ( Canturreando.) «¡Flota la luna en el cielo nocturno!»...

SORIN.- Quiero sugerir a Kostia un argumento de novela. Tiene que llevar este título: «El hombre que quiso...» « L'home qui a voulu»... En mi juventud quise ser literato, y no lo fui. Quería manejar bien la lengua, y hablaba pésimamente. No pasaba de frases como estas: «De manera, señores»..., o «Como les iba diciendo»...; y de ahí no salía, por lo que, al llegar al resumen, estaba sudando a mares. Quise también casarme, y no me casé; quería vivir siempre en la ciudad, y heme aquí, terminando mi vida en el campo...

DORN.- Quise ser consejero civil, y lo he sido...

SORIN.- ( Riendo.) ¡Ese no fue afán mío! ¡Cayó por su propio peso!

DORN.- ¡Manifestar descontento hacia la vida, a los sesenta y dos años..., convendrá conmigo que no es generoso!

SORIN.- ¡Qué terquedad la suya!... ¡Compréndalo de una vez! ¡Tiene uno ganas de vivir!

DORN.- Pero ¡es una inconsciencia!... ¡Es ley de la Naturaleza que a toda vida le llegue un fin!

SORIN.- ¡Razona usted como hombre satisfecho que es! ¡Como lo está usted, toma la vida con indiferencia, y le da todo igual!... ¡Claro que de morir sí tendrá usted miedo!

DORN.- El miedo a la muerte es un miedo animal... Hay que aplastarlo. ¡Solo los creyentes en la vida eterna, que sienten el temor de sus pecados..., temen a la muerte..., pero usted!... En primer lugar, no es creyente, y en segundo, ¿qué pecados tiene?... ¿No haber trabajado más de veinticinco años en la administración de justicia?

SORIN.- ( Riendo.) ¡Veinticinco no, veintiocho! ( EntraTREPLEV y se sienta en un banquillo, a los pies deSORIN. MASCHA, durante todo el tiempo, no aparta de él los ojos.)

DORN.- Estamos molestando a Konstantin Gavrilich en su trabajo.

TREPLEV.- Nada de eso. ( Pausa.)

MEDVEDENKO.- Permítame esta pregunta, doctor. ¿Qué ciudad del extranjero le gusta más?

DORN.- Génova.

TREPLEV.- ¿Y por qué Génova?

DORN.- Porque su muchedumbre callejera es magnífica... Sale uno de la fonda y ve toda la calle inundada de gente... Luego, uno se mezcla a esta muchedumbre, camina entre ella sin rumbo, de aquí para allá en una línea sinuosa..., vive uno con ella, se siente psíquicamente unido a ella, y empieza a considerar, en efecto, posible la existencia de una sola alma mundial, semejante a la del papel representado un día por Nina Sarechnaia... Dicho sea de paso: ¿dónde está Sarechnaia ahora?... ¿Dónde y cómo está?

TREPLEV.- Seguramente, en buena salud.

DORN.- Me dijeron algo respecto de su vida... Como si esta fuera algo singular... ¿Qué es ello?

TREPLEV.- Una larga historia, doctor...

DORN.- Cuéntemela, resumida. ( Pausa.)

TREPLEV.- Pues... se fugó de su casa y se unió a Trigorin... ¿Lo sabía usted?

DORN.- Lo sé, sí.

TREPLEV.- Tuvo un hijo y se le murió... Trigorin dejó de quererla y, como era de esperar, reanudó lazos anteriores... ¡Por supuesto, nunca abandonó totalmente a ninguna mujer de su pasado!... ¡Se conoce que es su carácter sin voluntad y tímido el que le lleva de aquí para allá!... Según pude deducir por lo que llegó a mi conocimiento, la vida personal de Nina es un completo fracaso.

DORN.- ¿Y en la escena?

TREPLEV.- En la escena, parece ser que la cosa es todavía peor... Debutó en uno de los teatros de verano de Moscú, y de allí pasó a provincias... Yo, entonces, no la perdía de vista. Durante cierto tiempo, a donde ella iba, iba yo. Elegía papeles grandes, pero su actuación era burda, sin gusto, a base de aullidos, y con una gesticulación dura... Había momentos en los que sabía lanzar un grito con arte, o morir con arte, pero era solo eso..., momentos.

DORN.- Lo cual quiere decir que, a pesar de todo, talento no le falta.

TREPLEV.- Resultaba difícil de apreciar. Seguramente sí... Yo la veía, pero ella no quería verme a mí, y los criados de la fonda donde se alojaba no me dejaban pasar a su habitación... Haciéndome cargo de su estado de ánimo, no insistía en la entrevista. ( Pausa.) ¿Qué más puedo decirle?... Más tarde, ya de vuelta en casa, solía recibir cartas suyas. Eran cartas inteligentes, interesantes y llenas de calor... No se quejaba de nada, pero yo percibía que era profundamente desgraciada. Cada renglón semejaba uno de sus nervios enfermos, allí tendido... Su imaginación debía de estar también un tanto desequilibrada, porque se firmaba siempre «La Gaviota». Así como el molinero de La ondina (6)se denomina a sí mismo «El Cuervo», así ella se nombraba repetidamente en sus cartas «La Gaviota»... Ahora está aquí.

DORN.- ¿Cómo que está aquí?

TREPLEV.- Sí. En la ciudad. En una fonda. Ya lleva cinco días alojándose en ella. Yo intenté verla, y lo mismo María Ilinischna; pero no recibe a nadie... Simion Simionich asegura haberla visto ayer, después de comer, por el campo, a unas dos «verstas» de aquí.

MEDVEDENKO.- La vi, en efecto. Iba en dirección a la ciudad. Al saludarla, le pregunté por qué no venía a visitarnos, y me dijo que ya vendría.

TREPLEV.- No vendrá. ( Pausa.) Su padre y su madre no quieren saber nada de ella. Por todas partes han establecido una vigilancia para que no la dejen ni siquiera acercarse a la hacienda. ( Dirigiéndose, en unión del doctor, a la mesa de escritorio.) ¡Qué fácil, doctor, es ser filósofo sobre el papel, y qué difícil en la realidad!

SORIN.- Era una muchacha encantadora...

DORN.- ¿Dice usted?

SORIN.- Digo que era una muchacha encantadora. Hubo un tiempo en el que Sorin, el consejero civil, estuvo enamorado de ella.

DORN.- ¡Viejo faldero! ( Se oye la risa deSCHAMRAEV.)

POLINA ANDREEVNA.- Me parece que los nuestros llegan ya de la estación.

TREPLEV.- Sí. Oigo la voz de mi madre.

Escena III

EntranARKADINA yTRIGORIN seguidos deSCHAMRAEV.

SCHAMRAEV.- ( Entrando.) ¡Todos nos vamos haciendo viejos!... ¡La fuerza de los elementos nos decolora..., pero usted, en cambio, estimadísima, se conserva siempre joven!... ¡Blusitas claras..., viveza..., gracia!...


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